viernes, 21 de noviembre de 2014

El balcón en invierno

LECTURAS
(elo.309)

EL BALCÓN EN INVIERNO
Luis Landero
Tusquets, 2014

                        Todos los años aparecen en las librerías varios textos de autores a los que siempre he seguido, que por obligación o devoción no tengo más remedio que leer, sea cual sea la relación que con el tiempo haya podido mantener con los mismos. Son citas obligadas, que me hacen comprender cómo pasa el tiempo, ya que no soy el mismo que cuando comencé a leerlos, ni ellos, por supuesto, son los mismos que consiguieron asombrarme con sus primeras creaciones. Pero me gusta esta relación de fidelidad, este diálogo ininterrumpido durante años entre el que escribe y el que lee, un diálogo repleto de desacuerdos pero también de coincidencias y de respeto. Leer a algunos de esos autores, que no son más que cinco o seis, es como reencontrarme con un viejo amigo, con un viejo y querido amigo que después de algunos años me cuenta cómo le va, y me lo cuenta a través de lo que escribe. En esta ocasión el reencuentro ha sido con Luis Landero, un autor con el que siempre he mantenido una extraña relación de respeto y de admiración, pero también de desapego y estupor. De admiración porque estoy convencido, desde que leí su primera novela, curiosamente una novela que él estima, o que estimaba como fallida, “Caballeros de fortuna”, que es una de las mejores plumas del país, y de desapego, porque muchas de las obras que ha dejado con posterioridad, todas ellas indiscutiblemente landelianas, consiguieron provocarme un extraño sabor de boca. Pero está claro que ese es un problema mío, pues como bien deja constancia el extremeño en todo lo que escribe, cada autor tiene que ser fiel a su propio estilo, y si algo tiene Landero es un estilo propio indiscutible, un sello que singulariza cada una de sus novelas.
                        Desde hacía tiempo esperaba una nueva novela de Landero, pero cuando me enteré que por fin la había publicado, no dudé en leerla lo antes posible, y no hacerme rogar de forma absurda como siempre hago con todo lo que escribe, pues en esta ocasión había escuchado que no se trataba de una novela de Landero al uso, de esas que leo siempre de un tirón y con una sonrisa en los labios pero que al final, invariablemente, consiguen hacerme decir, “esta es la última novela que leo de él”. No, según había oído, y en este momento no sé dónde, Landero había escrito otra cosa, ya que al parecer estaba cansado de tanta ficción, o en palabras suyas, que estaba “reñido con la literatura”, y como a mí, de  un tiempo a esta parte me ocurre lo mismo, me interesaba conocer el remedio que había encontrado para afrontar ese mal. Pero no, Landero lo que ha buscado es una justificación para escribir de otra cosa, para escribir de todo aquello que a lo largo de su vida le había empujado para hacer de la literatura no ya su profesión, sino su vida misma, y para ello se sumerge en su pasado, en el recuerdo de su familia, en el recuerdo del lugar de donde partió, que es de donde está convencido que proviene ese afán por contar historias.
                        Esta novela, “El balcón en invierno”, entronca directamente con una novela anterior suya, “El guitarrista”, en donde de forma novelada habla de su propia vida y de  la necesidad de buscar el lugar que a cada uno le corresponde.
                        “El balcón en invierno” es una obra extraña, pues recién jubilado el autor, “cuando ya pueden verse las primeras sombras del crepúsculo al final del camino”, se dedica a rememorar su pasado, a regodearse en sus recuerdos, en su adolescencia y en su familia, en donde destaca con luz propia la figura de su padre, en un hermosos agradecimiento a todo lo recibido.
                        En este singular texto queda algo claro sobre  todo lo demás, y es la calidad literaria de Landero, pues la sencillez con la que puede leerse todo lo que escribe, el lector nunca encuentra ningún escollo en sus obras, esconde un dominio absoluto, casi omnímodo del lenguaje que utiliza, un dominio que también se traslada a los personajes de sus novelas, que siempre aparecen presos de su autor, que paradójicamente es lo que los convierte en poco creíbles.
                        Pero en esta ocasión, como queda dicho, el lector no se encuentra con los personajes estrambóticos y siempre a un paso del absurdo que Landero suele dibujar, de esos personajes unamunianos que tanto llaman la atención, sino con personajes de carne y hueso, reales, de los muchos que poblaron y que siguen poblando la vida del autor, y con el propio autor, en la trayectoria que ha seguido hasta llegar a ese balcón desde el que recuerda todo lo que le ha empujado a ser lo que es. Es un texto agradable, cálido, sentimental, sin muchas pretensiones, inesperado, un texto que puede haber desorientado a sus incondicionales, que sin duda esperarían otra de  sus novelas, pero que puede servir, al menos a mí me ha servido, aparte de para pasar un buen rato de lectura, para conocer mejor a la persona que se esconde detrás del novelista Luis Landero.

Miércoles, 22 de octubre de 2014

                        

sábado, 15 de noviembre de 2014

Qué hacer con España

LECTURAS
(elo.308)

QUÉ HACER CON ESPAÑA
César Molinas
Destino, 2013

                        Compré este libro atraído por un artículo aparecido en un periódico madrileño que me llamó poderosamente la atención, en el que el autor atribuía, y creo que con razón, parte de los males que aquejan a este país a su clase política, a una clase política “extractiva” que en lugar de velar por los intereses de la ciudadanía a la tenía la obligación de representar y de servir, sólo se dedicaba a mirar por los suyos, por sus intereses partidistas, de clase, siendo por ello la causante, si no ya de la crisis, sí de las catastróficas dimensiones que la actual crisis económica está provocando en España. Aunque el artículo dejaba clara la tesis del autor, creí necesario hacerme con el libro para profundizar sobre la misma, siendo mi sorpresa, que ese tema apenas tenía importancia en el contenido del trabajo, pues lo esencial en él era otra cuestión, la necesaria adaptación de nuestras sociedades al nuevo periodo que se abre, a la nueva etapa post-Histórica que está modificando todos los parámetros que hasta hace sólo unos años articulaban nuestra vida política y económica, o lo que es lo mismo, a la vida de nuestras sociedades.
                        Para César Molinas, la caída del Muro de Berlín no significó sólo la victoria absoluta del capitalismo sobre el socialismo realmente existente, sino que esa victoria provocó un cataclismo que inauguró una nueva época histórica, post-Histórica según él, en donde la economía abandona su papel subalterno para pasar a controlar la política.
                        La post-Historia para César Molinas es el nuevo periodo que se inaugura una vez finalizada la Historia, cuando las batallas ideológicas han llegado a su fin con el triunfo del capitalismo. Para él, a partir de ese momento sólo puede existir un camino sensato a seguir, el que intenta adaptarse lo mejor posible a las nuevas dinámicas dominantes, al resultar absurdo hacerles frente. Posiblemente el posmodernismo nace a raíz de esta certeza, de que la realidad es la tiene que imponer nuestro estilo de juego, al ser imposible, al resultar imposible que nosotros, como siempre hemos intentado, consigamos que la realidad se adapte a nuestros deseos. Como se sabe, el capitalismo siempre ha sabido renovarse gracias a los que los teóricos denominan “la destrucción creativa”, siendo la crisis que padecemos en la actualidad una consecuencia directa de su última mutación, la que trata de acomodarse a las ventajas que le presenta la globalización, que como todo parece indicar, logrará modificarlo todo en un tiempo relativamente breve. Posiblemente la Historia haya muerto, pero como se comprueba no la historia del capitalismo, que día a día avanza, con paso seguro, con el único objetico de maximizar sus beneficios. Ante esta situación César Molinas apuesta por la adaptación, porque las sociedades desarrolladas, con sus estados, en lugar de prestar resistencia apoyándose en lo antiguo, en lo que ya no tiene sentido, se acoplen a los ritmos y a las necesidades que exige el capitalismo triunfante, radicando en esta estrategia, en lo bien o mal que se implemente, el futuro que podamos conseguir.
                        ¿Pero qué pide, qué exige en estos momentos el capitalismo? Muy fácil, sociedades desregularizadas y estados que le faciliten el trabajo. Haciendo caso a tal exigencia, el autor del libro, habla de la necesidad de que se  modifiquen los estados-naciones, aquellos que tenían como misión la de velar por el bienestar de sus ciudadanos, para que pasen a convertirse en naciones-estados, en donde la responsabilidad de los estados no puede ser otra que la de contribuir a crear ciudadanos eficientes para que se adapten a las necesidades de los mercados, de suerte que esta función, y no otra, tiene que ser la finalidad que justifique el quehacer de todo Estado futuro, no ya la cohesión interna, como hasta ahora, sino la cantidad de trabajadores aptos y en todo momento disponibles para esos mercados, lo que se enmascara con eso tan sobado como es la obligación de potenciar el capital humano, como si esta necesidad fuera un descubrimiento reciente.
                        César Molinas parte del supuesto que el actual régimen provocará sociedades más injustas y desiguales, en donde un puñado de privilegiados tendrán que convivir, ya que con toda seguridad las clases medias tal y como hoy se entienden desaparecerán, con una inmensa mayoría de la población que no tendrá más remedio que conformarse, en el mejor de los casos, con tener sólo lo suficiente para sobrevivir, hecho que acabará con la triada a la que tanto alude, la de la liberta, la igualdad y la fraternidad, triada que según el propio autor afirma es el axioma fundamental sobre el que se asienta todo sistema democrático desarrollado.  Si se elimina la igualdad, o la aspiración a la igualdad, la gran bandera de la izquierda, quedando sólo la libertad de los mercados y cierta libertad de opinión, el sistema democrático, y esto no lo dice César Molinas,  perderá su esencia, por lo que dejaría de ser algo por lo que luchar, al satisfacer sólo a los privilegiados y a la ideología que los ilumina.
                        No, el sistema democrático, al menos tal y como se  ha entendido hasta ahora, debe buscar un equilibrio entre la libertad y la igualdad, para lo que el Estado no tiene más remedio que intervenir con objeto de evitar que una de las dos variables se coma literalmente a la otra. Hoy, ante los peligros que atenazan a la igualdad en nuestras sociedades, la función del Estado es esencial, siendo su principal tarea, o al menos esta es la que tendría que ser, la de volver a poner todo en el lugar que le corresponde, no pudiendo permitir que la economía, el mundo del capital y de las finanzas, ocupe el lugar privilegiado que ocupa. Vivimos en un mundo dislocado en donde para colmo se nos quiere hacer “comulgar con ruedas de molinos”. Por supuesto que hay que realizar reformas, y que muchas de ellas tienen que ser radicales, pero todas ellas tienen que ir encaminadas a proteger y a salvaguardar la esencia de la democracia.

Viernes, 17 de octubre de 2014



viernes, 7 de noviembre de 2014

Las tres bodas de Manolita

LECTURAS
(elo.307)

LAS TRES BODAS DE MANOLITA
Almudena Grandes
Tusquets, 2014

                        Almudena Grandes me ha vuelto a convocar y no he tenido más remedio que leer, al principio un poco a regañadientes, la tercera novela de su ambicioso proyecto literario denominado “Episodios de una guerra interminable”, novela que desde mi punto de vista es la mejor de las tres que hasta el momento ha publicado. Tengo que reconocer que me costó trabajo arrancar, que al principio estuve a punto de dejarla a un lado, pues leer más de setecientas páginas con el estilo puntilloso de la escritora madrileña, en donde todo siempre queda atado y bien atado, a veces no resulta atractivo. Pero al poco quedé atrapado por la trama que ante mí se desplegaba, ya que de la mano de Manolita, la protagonista de la novela, se iban desarrollando diferentes historias que poco a poco encajaban entre sí para dejar un excelente panorama de lo que fue la postguerra para los que realmente la padecieron, que no eran otros que los que perdieron la guerra. “Las tres bodas de Manolita”, es una novela que hay que insertarla en la denominada “Memoria histórica”, un movimiento reivindicativo que desde diferentes ángulos trata de evitar que el olvido se apodere, como algunos están empeñados, de parte de nuestra historia reciente.
                        Almudena Grandes posee muchos seguidores, siendo con seguridad una de las novelistas españolas más leídas, al poseer un público fiel que siempre espera con expectación las novelas que puntualmente va dejando. No obstante, posiblemente por la naturaleza y la singularidad del proyecto literario en el que se ha embarcado, parte de esos seguidores han podido, momentáneamente, darle la espalda a la espera de una novela “normal” de la autora, una novela de aquellas que tantos aplausos conseguían arrancar, en las que siempre dejaba patente, gracias a su discurso largo, las innumerables contradicciones que constituían y definían a sus personajes, y que en estas últimas obras, en donde los buenos son siempre buenos y los malos, malos, tanto se echan en falta. Por ello, por su público, pero también por ella, ya que conseguiría oxigenarse un poco, para conseguir con posterioridad un mayor brío gracias al cual poder continuar con nuevas fuerzas la aventura a la que se ha entregado, creo que Almudena Grandes debería intercalar alguna novela que no tuviera nada que ver con “Los episodios…”, una novela ambientada en los difíciles y también contradictorios tiempos en que vivimos en la actualidad.
                        Pero a pesar de lo anterior, estoy convencido de la necesidad de las historias que la autora está contando en sus últimas novelas, pues el presente sobre el que nos asentamos, repleto de claros y de muchos oscuros, difícilmente se puede justificar sin comprender la realidad en la que se desenvolvió la vida de nuestros abuelos, la de los padres de nuestros padres, una realidad de  una dureza incomprensible para las nuevas generaciones de españoles y para muchos de nosotros mismos. Lo que resulta curioso, es  que la famosa “reconciliación nacional” se erigió sobre el olvido, por no decir sobre la mentira, sobre un relato sin perdedores escritos por los que por interés siempre han deseado pasar página como si nada hubiera pasado, con objeto de que nadie pusiera en duda, de que nadie pudiera poner nunca en duda la legitimidad del escenario que ellos mismos articularon basado en el crimen, el expolio y la opresión. A pesar de que poco se puede hacer ya, no está mal, e incluso es de agradecer, que algunos recuerden, nos recuerden de dónde venimos, aunque sólo sea para saber mejor en qué lugar nos encontramos.
                        “Las tres bodas de Manolita” es una historia de perdedores, de personajes que tuvieron que pagar las consecuencias de haber perdido una guerra, y de la durísima represión que ejercieron los vencedores, que en lugar de allanar las diferencias una vez finalizada la contienda, se dedicaron con ahínco a todo lo contrario, posiblemente porque sabían que sólo así podrían encontrar la legitimidad necesaria, la de la fuerza, para mantenerse en el poder.
                        Los exquisitos, esa rara especie que tanto abunda y que tanto colorido aportan al paisaje literario, suelen acusar a Almudena Grandes de ser una autora poco menos que “garbancera”, de llevar a cabo una literatura precisamente poco exquisita, pero hay que recordar que en muchas ocasiones el discurso largo y accesible, no significa ni mucho menos que las obras que se desarrollen carezcan de calidad, entre otras razones porque existen, afortunadamente,  muchas formas de  entender lo que aún denominamos literatura. A la madrileña se le puede acusar de muchos defectos, pero nunca de que sus obras carezcan de voluntad de estilo, el suyo, como tampoco de que sus novelas sean inanes y que adolezcan de justificación.
                        Esta novela, por ejemplo, hubiera sido insufrible, si Almudena Grandes no hubiera utilizado y si no hubiera sabido utilizar un sin fin de recursos estilísticos, gracias a los cuales consigue evitar la linealidad, que sí hubiera convertido a “Las tres bodas de Manolita” en una novela “garbancera”. Constantemente el lector, y cuando menos se lo espera, se va encontrando con diferentes estadios de la vida de los protagonistas, de la realidad del presente en que vivían, a la realidad en que vivieron, quedando sus historias, a pesar de estar contadas a retazos, al final perfectamente dibujadas. Y esta es la gran virtud de la novela, la forma en que la autora cuenta la historia, la forma en que consigue escabullirse, dando mil y un rodeo, para evitar ofrecer un relato plano e insufrible.
                        Dije al principio que es  la mejor novela de las tres publicadas, y lo es porque es la más compleja, la más intensa y la mejor elaborada, dejando el listón muy alto para las próximas entregas. Quedo con interés a la espera de las mismas.

Miércoles, 15 de octubre de 2014