LECTURAS
(elo.309)
EL BALCÓN EN
INVIERNO
Luis Landero
Tusquets, 2014
Todos
los años aparecen en las librerías varios textos de autores a los que siempre
he seguido, que por obligación o devoción no tengo más remedio que leer, sea
cual sea la relación que con el tiempo haya podido mantener con los mismos. Son
citas obligadas, que me hacen comprender cómo pasa el tiempo, ya que no soy el
mismo que cuando comencé a leerlos, ni ellos, por supuesto, son los mismos que
consiguieron asombrarme con sus primeras creaciones. Pero me gusta esta
relación de fidelidad, este diálogo ininterrumpido durante años entre el que
escribe y el que lee, un diálogo repleto de desacuerdos pero también de
coincidencias y de respeto. Leer a algunos de esos autores, que no son más que
cinco o seis, es como reencontrarme con un viejo amigo, con un viejo y querido
amigo que después de algunos años me cuenta cómo le va, y me lo cuenta a través
de lo que escribe. En esta ocasión el reencuentro ha sido con Luis Landero, un
autor con el que siempre he mantenido una extraña relación de respeto y de
admiración, pero también de desapego y estupor. De admiración porque estoy
convencido, desde que leí su primera novela, curiosamente una novela que él
estima, o que estimaba como fallida, “Caballeros de fortuna”, que es una de las
mejores plumas del país, y de desapego, porque muchas de las obras que ha
dejado con posterioridad, todas ellas indiscutiblemente landelianas,
consiguieron provocarme un extraño sabor de boca. Pero está claro que ese es un
problema mío, pues como bien deja constancia el extremeño en todo lo que
escribe, cada autor tiene que ser fiel a su propio estilo, y si algo tiene
Landero es un estilo propio indiscutible, un sello que singulariza cada una de
sus novelas.
Desde
hacía tiempo esperaba una nueva novela de Landero, pero cuando me enteré que
por fin la había publicado, no dudé en leerla lo antes posible, y no hacerme
rogar de forma absurda como siempre hago con todo lo que escribe, pues en esta
ocasión había escuchado que no se trataba de una novela de Landero al uso, de
esas que leo siempre de un tirón y con una sonrisa en los labios pero que al
final, invariablemente, consiguen hacerme decir, “esta es la última novela que
leo de él”. No, según había oído, y en este momento no sé dónde, Landero había
escrito otra cosa, ya que al parecer estaba cansado de tanta ficción, o en
palabras suyas, que estaba “reñido con la literatura”, y como a mí, de un tiempo a esta parte me ocurre lo mismo, me
interesaba conocer el remedio que había encontrado para afrontar ese mal. Pero
no, Landero lo que ha buscado es una justificación para escribir de otra cosa,
para escribir de todo aquello que a lo largo de su vida le había empujado para
hacer de la literatura no ya su profesión, sino su vida misma, y para ello se
sumerge en su pasado, en el recuerdo de su familia, en el recuerdo del lugar de
donde partió, que es de donde está convencido que proviene ese afán por contar
historias.
Esta
novela, “El balcón en invierno”, entronca directamente con una novela anterior
suya, “El guitarrista”, en donde de forma novelada habla de su propia vida y
de la necesidad de buscar el lugar que a
cada uno le corresponde.
“El
balcón en invierno” es una obra extraña, pues recién jubilado el autor, “cuando
ya pueden verse las primeras sombras del crepúsculo al final del camino”, se
dedica a rememorar su pasado, a regodearse en sus recuerdos, en su adolescencia
y en su familia, en donde destaca con luz propia la figura de su padre, en un
hermosos agradecimiento a todo lo recibido.
En
este singular texto queda algo claro sobre
todo lo demás, y es la calidad literaria de Landero, pues la sencillez
con la que puede leerse todo lo que escribe, el lector nunca encuentra ningún
escollo en sus obras, esconde un dominio absoluto, casi omnímodo del lenguaje
que utiliza, un dominio que también se traslada a los personajes de sus
novelas, que siempre aparecen presos de su autor, que paradójicamente es lo que
los convierte en poco creíbles.
Pero
en esta ocasión, como queda dicho, el lector no se encuentra con los personajes
estrambóticos y siempre a un paso del absurdo que Landero suele dibujar, de
esos personajes unamunianos que tanto llaman la atención, sino con personajes
de carne y hueso, reales, de los muchos que poblaron y que siguen poblando la
vida del autor, y con el propio autor, en la trayectoria que ha seguido hasta
llegar a ese balcón desde el que recuerda todo lo que le ha empujado a ser lo
que es. Es un texto agradable, cálido, sentimental, sin muchas pretensiones,
inesperado, un texto que puede haber desorientado a sus incondicionales, que
sin duda esperarían otra de sus novelas,
pero que puede servir, al menos a mí me ha servido, aparte de para pasar un
buen rato de lectura, para conocer mejor a la persona que se esconde detrás del
novelista Luis Landero.
Miércoles, 22 de
octubre de 2014