miércoles, 26 de febrero de 2014

El mar, el mar

LECTURAS
(elo.293)

EL MAR, EL MAR
Iris Murdoch
Debolsillo, 1978

                        Cuando me acerco a un escritor, o a una escritora como en este caso, que no conozco, soy consciente que voy a asomarme a un universo creativo en el que en principio no voy a encontrar los agarres que necesito, en el que me puedo perder con facilidad, y en el que posiblemente, sobre todo cuando la obra de ese autor es más compleja de lo habitual, puedo cometer errores de bulto, señalando cuestiones que no son las esenciales y dejando escapar las que realmente la sostienen y la justifican en realidad. Este es el peligro que corro al intentar comentar “El mar, el mar”, de la novelista irlandesa Iris Murdoch, pues tengo la sensación de que he salido de un tupido bosque, en el que aún no estoy seguro de si los árboles que he identificado como de madera noble, lo son realidad, o si por el contario, sólo son de relleno. Sí, porque para mi sorpresa, la novela que acabo de terminar es tan compleja, con tantas ramificaciones y tantos senderos que se pierden en la espesura, que ciertamente en estos momentos, no sé, no estoy convencido, sobre cuál de  ellos tengo de internarme para comprender, para encontrar la luz que necesito con objeto de vislumbrar lo que ha querido subrayar, sobre todo lo demás, la autora. Por lo anterior, es conveniente ir “con pasos de plomo”, intentando dejar a un lado la hojarasca y tratando, de la mano del protagonista, de quedarme con lo fundamental, lo que no va a resultar fácil, pues todo aparece en la novela íntimamente relacionado, al hablar de  un ser humano, de un ser humano complejo, con múltiples aristas, en donde nada, sobre todo cuando el trabajo es correcto, puede quedar perfectamente cerrado y explicitado.
                        Una de las grandes virtudes de la literatura, indudablemente de la literatura de calidad, es la de dar cumplida cuenta de la complejidad, a lo que le ayuda su formato, de suerte que las grandes obras, que son las que siempre quedan, son aquellas que si algo demuestran, es que en la vida humana nunca dos y dos pueden sumar cuatro, y ello pese al intento, pese a la voluntad existente de tratar de reducirlo todo, ya sea mostrando y exaltando a personajes unidimensionales, que sólo tienen cabida en la denominada literatura popular, o desarrollando estilos narrativos en los que no cabe la exuberancia de la vida, las contradicciones que en todo momento definen a ésta. Pues bien, esta novela ante todo es compleja, y no precisamente por el estilo enmarañado que impone la autora, que pese a su accesibilidad, se adapta a la perfección a los caóticos momentos que padece el protagonista, un protagonista que cuando creía que todo lo tenía bajo control, pierde, al entrar inesperadamente en erupción, por completo los papeles.
                        Sí, la grandeza de la literatura, se materializa en el hecho de intentar mostrar que todo es más complejo de lo que parece, dejando de manifiesto que cada cual tiene que enfrentarse al caos en el que se encuentra, o que ha creado, con la intención de salir de él, o de mantenerse en él, de la mejor forma que pueda. Iris Murdoch, en esta novela, habla de alguien, de un afamado director teatral londinense, que a los sesenta y pocos años, después de haber creído padecer “un cambio moral”, decide dejar atrás su mundo para retirarse a una apartada casa frente al mar, en donde esperaba encontrar la tranquilidad de espíritu necesaria para dedicarse a escribir, y a reflexionar,  sobre lo que hasta ese momento había sido su vida. Y crea a ese personaje para hablar de eso tan extraño y desconocido como es el ser humano, que a pesar de ser el gran tema, el tema siempre abordado, parece no agotarse nunca, y lo hace desde el ángulo de las relaciones amorosas, en donde el poder que se ejerce sobre la otra persona, y los celos, aparecen como algo consustancial a la propia naturaleza del amor, además de subrayar la necesidad que tenemos de engañarnos sobre lo que realmente es o ha sido importante en nuestras vidas, posiblemente para no hundirnos por completo, con objeto de resaltar cuestiones que nada, o muy poco nos han aportado.
                        Tengo que reconocer que no esperaba una novela de tales características, lo que me ha llegado a sorprender, pues estaba convencido que me encontraría con una novela británica en donde lo apolíneo en todo momento quedara de manifiesto, con una de esas novelas compensadas, excesivamente compensadas, en donde al final, todo quedara completamente atado y bien atado. Pero no, pues creo que magistralmente, la autora ha sabido adecuar el estilo y la estructura de la obra, a la caótica  situación por la que atravesaba el protagonista, aunque estoy convencido que en determinados momentos, en la trama, llega a “pasarse de vueltas”, al narrar escenas difícilmente creíbles.
                        Para colmo es  una novela larga, demasiado larga, que logra mantenerse en pie gracias al estilo directo que impone el protagonista, que dejando sus múltiples contradicciones en la narración, como siempre sucede en los diarios, o en las memorias noveladas, que es lo que se pretende que sea esta novela, que en lugar de lo que en principio se deseaba, una narración reposada y aseada en donde poder reflexionar sobre lo que había sido su existencia, se convierte en una extraña obra en la que suficiente tiene el protagonista con narrar lo que, de forma inesperada, ya que estaba convencido que nada más podría ocurrirle interesante, le iba aconteciendo. Es una obra disparatada, a lo largo de la cual, todo lo que creía seguro el protagonista, se le viene irreversiblemente abajo, dejando de manifiesto, que en lo esencial su vida había sido poco menos que un fracaso.
                        No obstante, pese al considerable grosor que posee, y a lo exuberante de la trama, me  ha parecido una novela agradable de leer, interesante, de esas que difícilmente hoy se realizan, con la que poder disfrutar mientras se reflexiona sobre las cuestiones que plantea.

Martes, 10 de diciembre de 2013


sábado, 8 de febrero de 2014

Historia del cerco de Lisboa

LECTURAS
(elo.292)

HISTORIA DEL CERCO DE LISBOA
José Saramago
Alfaguara, 1989

                        No suelo leer las contraportadas de las novelas que caen en mis manos, sobre todo, porque estoy convencido que poco tienen que ver con el texto que presentan, al ser su función, su objetivo, la de publicitar un producto, la novela en cuestión, a la que independientemente de  la calidad que pudiera poseer, no tendrán más remedio que elogiar. Pero en esta ocasión, un poco por curiosidad, y una vez terminada la lectura, me he asomado a lo escrito por el publicista encargado de la misma, llamándome poderosamente la atención, que sin pudor afirmara literalmente, que esta novela de Saramago es “definida por la crítica internacional como el más acabado ejemplo de posmodernismo literario”. Es la primera vez que escucho o leo que Saramago, que el viejo Saramago es, o que era un escritor posmoderno, cuando siempre he creído que fue, tanto por la temática de sus obras como por la metodología utilizada para desarrollarlas, exactamente todo lo contario, a saber, un escritor que se situaba en las antípodas de los autores que abanderan ese tipo de literatura que algunos califican de posmodernas, y que en la mayoría de los casos no es más que mala literatura. No obstante, en esta ocasión, parece que la reseña publicitaria consigue, en cierto sentido, dar en el blanco, pero no porque Saramago hubiera realizado un intento de acercarse a esa tendencia, a esa forma de  entender el arte que tan en boga estuvo hace unos años, sino por una extraña coincidencia de fondo, pues en esta ocasión el autor portugués se dedica a jugar con la realidad, algo muy propio de los posmodernos, que siempre se han negado a aceptar la solidez de la misma, aunque en ningún momento realiza ninguna concesión en lo referente a su peculiar estilo. De las novelas leídas, o releídas hasta la fecha de Saramago, “historia del cerco es Lisboa”, es sin duda, la más débil, incluso la peor de todas, y lo es precisamente por eso, por la debilidad del tema elegido, fragilidad, que ni tan siquiera su poderoso estilo puede aportarle el brío suficiente como para que consiga mantenerse en pie y mantener despierta, por tanto, la atención del lector.
                        La “historia del cerco de Lisboa” es una novela, por tanto, que no se encuentra a la altura de las cuatro anteriores, y no lo está, como he dicho con anterioridad, por la debilidad del tema elegido, ni tampoco por la forma en que está enfocado éste, que poco es lo que puede dar de sí, pero en la que queda demasiado “tocada” la metodología narrativa del portugués, al demostrarse por enésima vez, que un recipiente siempre tiene que servir para algo, para atesorar un contenido, y que éste, por muy artesonado que se presente, si no es lo suficientemente interesante deja de tener sentido y justificación.
                        En esta ocasión, y hay que reconocer que este error es grave, la forma, el estilo de Saramago, ese estilo que nunca me cansaré de elogiar, se come, eclipsa por completo al tema planteado, rompiéndose ese equilibrio que con anterioridad siempre había existido en la obra del portugués, equilibrio que enriquecía los temas que presentaba, lo que convierte la “historia del cerco de Lisboa” en una novela descompensada, en la que apenas, para colmo, el lector consigue interesarse, y que por supuesto, no aporta nada a la obra del autor, lo que la posiciona posiblemente, junto a  “El evangelio según Jesucristo”, en la novela que cierra una etapa, la del esplendor de la obra de Saramago, ya que a partir de ellas, en las sucesivas novelas que escribe, ocurrirá precisamente lo contrario, que los temas serán más poderosos, y que serán presentados de forma más explícitas, absorbiendo y debilitando el estilo del autor, lo que significará, que también esas novelas quedarán descompensadas.
                        La novela habla de un corrector que se atreve, gracias a un impulso que siente, a modificar, gracias a la introducción de una partícula negativa, de un “no”, en una obra histórica en la que había estado trabajando, de un “no” que significaba, cambiar el transcurso de la historia real que hasta entonces se había venido transmitiendo. Según ese “no”, los cruzados no habían ayudado a conquistar Lisboa para la cristiandad, prefiriendo pasar de largo camino de Oriente, antes que prestar su apoyo al Rey portugués. Ese “no”, le obliga al protagonista a reescribir esa misma historia sin cruzados, y de rebote le aporta un premio inesperado, el amor, algo a lo que ya se había acostumbrado a no saborear.
                        La novela, además de decirnos que es posible reescribir la historia y de reencontrarse con el amor, incluso cuando ya se ha desistido de poder saborearlo algún día, como le ocurre al protagonista, deja la sensación, la extraña sensación de que es una obra, a pesar de la perfección estilística empleada, sólo esbozada, que no está terminada, a la que le faltarían al menos otras trescientas o cuatrocientas páginas para desarrollar adecuadamente los dos grandes vectores sobre los que se asienta, tal como le gusta a Saramago, que siempre intenta con delicadeza cerrar todas la puertas. Sí, porque uno no llega a saber la finalidad de reescribir la Historia, a no ser que sólo se trate de un ejercicio retórico, de un entretenido juego, sobre todo cuando esa historia es bien conocida por todos, salvo por una circunstancia, la de la ausencia de cruzados en la conquista de Lisboa, lo que de hecho no supone ninguna modificación sobre lo acaecido, pues Lisboa, con apoyo o sin apoyo de tropas extranjeras, al final fue liberada de la morería.
                        Para terminar, y en resumen, aparte del deleite que supone sumergirse de nuevo en la cálida prosa de Saramago, no he encontrado nada interesante en esta novela, al ser una de esas obras que no deja huella, como de relleno, una de esas obras intranscendentes que siempre aparecen en la bibliografía de todo autor que se precie, pero que creo que pudo ser decisiva, para el cambio de rumbo que el portugués en poco tiempo se atrevió a efectuar.


Sábado, 23 de noviembre de 2013