LECTURAS
(elo.282)
TAILANDIA
(“Después del terremoto”)
Haruki
Murakami
Tusquets,
2000
No
soy un lector habitual de libros de relatos, de suerte que suelo
rehuirlos, sobre todo por la intensidad que algunos autores se creen
en la obligación de imprimir en los que realizan, forzando a sus
lectores, a sus escasos lectores, a tener que zambullirse en ellos
con miedo, con temor a pasar por alto algo esencial que les
imposibilite la comprensión real de los mismos. Los relatos de esta
forma se están convirtiendo en creaciones literarias esotéricas,
sólo aptas para iniciados, en donde se tiene la obligación de
descubrir las claves ocultas que los hagan inteligibles, alejándose,
y esto es lo grave, en aras de la sacrosanta calidad, de la
posibilidad de hacerles pasar un buen rato de lectura a los que se
acerquen a ellos. Hay una opinión muy extendida que dice, que un
buen relato tiene que estar más cerca de la poesía que de la
novelística, lo que sin duda se encuentra muy alejado de la
realidad, pues los relatos, a pesar de tener sus reglas propias,
reglas siempre muy abiertas, se inscriben dentro de la narrativa, lo
que los empareja, se quiera o no con las novelas, siendo este hecho
lo que está haciendo ilegible a un alto porcentaje de los relatos
que hoy en día se escriben. Parece como si se intentara, y con
pundonor, que los relatos que hoy se presentan se encuentren lo más
alejado posible de lo que se entiende por novela, de la “vulgaridad”
de la novela, lo que obliga a sus autores, para que no se les acuse
de realizar novelas cortas, a retorcer y a oscurecer sus creaciones,
lo que puede poner en peligro el futuro, un futuro que estoy
convencido que puede ser esplendoroso por diferentes razones, del
propio arte de hacer relatos.
Digo
lo anterior, después de haber leído dos libros de relatos que me
han llamado la atención, ambos realizados por novelistas, lo que se
nota, con los que he pasado un interesante y agradable fin de semana,
en los que no he encontrado la desagradable impostura que me está
obligando a dejar a un lado, siempre en principio para una mejor
ocasión, las recopilaciones de relatos que me están llegado. Uno de
los libros es de Haruki Murakami, “Después del terremoto”, autor
del que no sabía que también se dedicara a escribir relatos, del
que he seleccionado uno, “Tailandia”, además de por creer que es
el mejor de los presentados, porque estoy convencido que es el que
mejor sintoniza con el discurso literario del japonés. Quisiera
decir en primer lugar, para evitar equívocos, que se tratan de
relatos, no de apuntes de novelas, o de novelas que se han quedado
sólo en relatos, pues todos cumplen con las reglas que siempre han
caracterizado a ese género, pero también, que están realizados por
un autor que no idolatra al relato, que lo respeta, pero que no los
elabora para encerrarlos, con objeto de que no se contaminen, en
delicados recipientes de cristal.
“Tailandia”
habla de alguien, de una prestigiosa investigadora médica, que ya
había pasado el ecuador de su vida, a quien le hacen comprender,
durante unas vacaciones en ese país asiático, que tiene que
prepararse para la muerte, muerte que no le llegará mañana, sino en
su momento, pero ante la que tenía la obligación de comenzar a
adecuarse
El
relato nos presenta a una protagonista compleja, lo que siempre hay
que agradecer, en apariencia segura de sí misma, solitaria, con una
vida a sus espaldas que en todo momento había estado condicionada
por una desagradable historia que no había logrado superar, y con la
que sólo con muchas dificultades, lograba convivir; a alguien que
comprende en esas vacaciones que se regala, que para seguir hacia
delante tenía que desprenderse de todo el odio que tenía acumulado,
si en realidad deseaba vivir en paz consigo misma y con los demás,
con objeto de poder afrontar, libre de cargas, la vida que aún le
restaba por contabilizar.
A
Murakami, al que se le puede criticar desde muchos ángulos, hay que
reconocerle, lo que no es poco, que tiene un discurso narrativo
propio, que es ciertamente el que para bien o para mal singulariza su
forma de hacer literatura, por lo que las historias que desea contar
las desarrolla basándose en sus propias premisas, rehogándolas en
sus propio mundo literario, en donde siempre tienen un papel
destacado los sueños y las potentes imágenes oníricas que se saca
de la chistera, que dejan sobre la mesa unas rutas que necesariamente
hay que seguir, que a veces pueden parecer de una simplicidad
extrema, propias de un mundo sin contradicciones, zen, pero que en
principio, dejan abierta una alternativa diáfana, nada occidental
por cierto, por la que pueden transitar sus siempre atribulados
protagonistas.
La
historia que cuenta, rompe su linealidad cuando a la protagonista le
presentan a una anciana que en la pobre aldea en donde vivía se
dedicaba a sanar almas, la cual, siempre de forma metafórica, y
después de leerle en la mano los problemas que padecía, le comunica
lo que tenía que hacer para solventarlos.
Sí,
Murakami es un especialista a la hora de regalar imágenes potentes,
como la que se describe de la soledad en la que viven los osos
polares, con la que parece querer decirnos, que tenemos que
acostumbrarnos a vivir en soledad, y que los contactos que
mantengamos con otras personas, aunque nos duela admitirlo, siempre
tendrán que ser eventuales. El problema, como siempre ocurre con sus
novelas, es que las recetas que regala son demasiado esquemáticas, y
por tanto, difíciles, muy difíciles, por no decir que imposibles,
de llevar a cabo.
No
obstante, este relato me ha parecido interesante, bien desarrollado,
como también me lo ha parecido la recopilación que agrupa bajo el
título “Después del terremoto”, conjunto de relatos, que como
dije al principio, puede resultar adecuado para pasar una placentera
tarde de domingo en compañía de algunas historias bien escritas y
emparentadas entre sí.
Martes,
4 de junio de 2013.
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