LECTURAS
(elo.259)
EL
JINETE POLACO
Antonio
Muñoz Molina
Seix
Barral, 2001
Leí
esta novela hace algo más de veinte años, y desde entonces, con
todo lo que ha llovido, siempre la he recordado y recomendado con un
cariño especial, siendo una de esas pocas novelas que tienen un
lugar destacado en mi antología literaria particular, ya que el
impacto que recibí con la lectura de sus páginas fue tan brutal,
que me obligó a modificar la idea que hasta entonces tenía de lo
que tenía que ser una buena novela. Pese a ello, posiblemente por
miedo, hasta ahora no la he vuelto a leer, y lo he hecho con
precaución, pues no quería que la imagen que de ella guardaba
quedara destrozada por una nueva lectura, que con seguridad, como
casi siempre ocurre, me dejaría al descubierto problemas
estructurales que no había sabido descubrir cuando cayó por primera
vez en mis manos. Pero no ha sido así, pues si cabe, en esta
segunda lectura, “El jinete polaco” me ha parecido incluso mejor
de lo que recordaba, sorprendiéndome el gigantesco paso hacia
delante que supone esta novela en la obra del autor, ya que con ella
sale sin dificultad del callejón sin salida al que en principio
había llegado con “Beltenebros”, y me refiero a la cuestión
temática, y no por supuesto a su capacidad narrativa, que en aquella
novela había dejado sobradamente de manifiesto.
Sí,
en esta novela lo que en principio sorprende, sobre todo a los que
hemos seguido su obra desde sus inicios, es el radical cambio de
rumbo que lleva a cabo en lo referente a las temáticas que
despliega, lo que ante todo se comprende como una necesidad. En sus
obra anteriores se observaban dos cuestiones que llamaban
poderosamente la atención, lo ficticias y cinematográfica que
resultaban sus historias, en lo que todo parecía impostado, sin vida
real, y lo muy por encima que se encontraba el estilo empleado por el
autor para contarlas. Se trataban de historias que siempre quedaban
empequeñecidas, eclipsadas, por la soberbia prosa y por la cantidad
de recursos narrativos que empleaba el autor para desarrollarlas, lo
que daba lugar a una descompensación, que se notaba demasiado y que
tarde o temprano tenía que estallar por algún lado, pues quedaba
claro que ese camino ya no le podía conducir a ninguna parte, sólo
a una repetición constante y sin sentido.
En
“El jinete polaco”, Antonio Muñoz Molina realiza un giro
radical, y en lugar de seguir mirando hacia mundos ficticios y nunca
vividos, vuelve la mirada hacia el interior, hacia su propia vida y
hacia su mundo, pues en lugar de seguir alejándose sin sentido de sí
mismo, curiosamente al igual que hace el protagonista de su novela,
realiza una búsqueda de sus raíces, de sus anclajes, encontrando un
vasto territorio, de una riqueza descomunal, que se encontraba ahí,
al alcance de su mano, esperando ser explorado y explotado
narrativamente, un territorio que encajaba, para colmo, como “anillo
al dedo”, con su desmesurado pero siempre controlado caudal
narrativo. Se aleja de la perfección de las historias que siempre
cuadraban, de las historias inventadas para que todo parezca más
sofisticado y razonable, de esas narraciones que precisaban de una
prosa concisa y eficaz, para zambullirse en unas temáticas
radicalmente diferentes, en las que la vida real trata de asomarse
dejando al descubierto multitud de aristas incomprensibles, y de
recovecos difíciles de descifrar, en donde se necesita un estilo
dubitativo, complejo, en el que todas las afirmaciones queden sujetas
por múltiples interrogantes.
La
novela habla de un joven que se refugia en los estudios para escapar
del medio en que vivía, de su pueblo, del trabajo familiar en el
campo, de la opresión que sentía al vivir en un mundo tan cerrado,
y que con esfuerzo consigue su sueño, lo que en lugar de aportarle
la felicidad con la que siempre había soñado, encuentra una extraña
insatisfacción, la insatisfacción de vivir en el vacío, sin
encontrar nada ni a nadie que pudiera justificar su existencia. Pero
Manuel, el protagonista, por una serie de circunstancias, encuentra
lejos de su país el legado del fotógrafo de su pueblo, observando
en esas fotografías la historia del mismo, la historia de su
familia y su propia historia, lo que le obliga a comprender la
imposibilidad de renegar del pasado, ya que todos, aunque no
queramos, somos hijos de ese pasado, y tenemos la obligación de
tenerlo siempre presente si en verdad no deseamos vivir a merced de
todos los vientos.
La
novela enfoca la vida del protagonista, de la relación amorosa que
mantiene, pero también, y al unísono, las sensaciones y los
recuerdos que ese mismo protagonista encuentra mientras observa las
fotografías que van pasando por sus manos, lo que ofrece al lector
dos historias separadas pero complementarias, la del presente y la
del pasado, perfectamente conjugadas entre sí en pequeñas estampas,
que como si se trataran de fotografías, van componiendo un amplio
retablo que apunta hacia un futuro distinto en donde la esperanza se
encuentra perfectamente arraigada. Pero lo que asombra de la novela
es la fuerza narrativa del autor, su sobrio pero poético estilo, la
seriedad y la humanidad del mismo, la veracidad que encuentra el
lector en cada palabra que lee, lo que queda perfectamente
condimentado con multitud de digresiones, de saltos en el tiempo, que
configuran también una visión de la historia de este país, de este
país que en poco tiempo ha dado un salto espectacular hacia la
modernidad, lo que ha posibilitado que olvidase el lugar del que
provenía, lo que hace comprensible la lamentable situación que
padece en la actualidad.
Lo
que también me ha extrañado de la novela es la modernidad de la
misma, lo actual que es, lo que demuestra una vez más que todo lo
que se realiza por necesidad, y no como mera labor profesional, que
aquello que se realiza con los sentidos, como estoy convencido que se
ha llevado a cabo esta novela, nunca estará sujeto a los vientos del
olvido.
“El
jinete polaco”, en mi opinión, es sencillamente una de las mejores
novelas que se han escrito en los últimos tiempos en nuestro país.
Lunes,
17 de septiembre de 2012