miércoles, 24 de octubre de 2012

El jinete polaco

LECTURAS
(elo.259)

EL JINETE POLACO
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral, 2001

Leí esta novela hace algo más de veinte años, y desde entonces, con todo lo que ha llovido, siempre la he recordado y recomendado con un cariño especial, siendo una de esas pocas novelas que tienen un lugar destacado en mi antología literaria particular, ya que el impacto que recibí con la lectura de sus páginas fue tan brutal, que me obligó a modificar la idea que hasta entonces tenía de lo que tenía que ser una buena novela. Pese a ello, posiblemente por miedo, hasta ahora no la he vuelto a leer, y lo he hecho con precaución, pues no quería que la imagen que de ella guardaba quedara destrozada por una nueva lectura, que con seguridad, como casi siempre ocurre, me dejaría al descubierto problemas estructurales que no había sabido descubrir cuando cayó por primera vez en mis manos. Pero no ha sido así, pues si cabe, en esta segunda lectura, “El jinete polaco” me ha parecido incluso mejor de lo que recordaba, sorprendiéndome el gigantesco paso hacia delante que supone esta novela en la obra del autor, ya que con ella sale sin dificultad del callejón sin salida al que en principio había llegado con “Beltenebros”, y me refiero a la cuestión temática, y no por supuesto a su capacidad narrativa, que en aquella novela había dejado sobradamente de manifiesto.
Sí, en esta novela lo que en principio sorprende, sobre todo a los que hemos seguido su obra desde sus inicios, es el radical cambio de rumbo que lleva a cabo en lo referente a las temáticas que despliega, lo que ante todo se comprende como una necesidad. En sus obra anteriores se observaban dos cuestiones que llamaban poderosamente la atención, lo ficticias y cinematográfica que resultaban sus historias, en lo que todo parecía impostado, sin vida real, y lo muy por encima que se encontraba el estilo empleado por el autor para contarlas. Se trataban de historias que siempre quedaban empequeñecidas, eclipsadas, por la soberbia prosa y por la cantidad de recursos narrativos que empleaba el autor para desarrollarlas, lo que daba lugar a una descompensación, que se notaba demasiado y que tarde o temprano tenía que estallar por algún lado, pues quedaba claro que ese camino ya no le podía conducir a ninguna parte, sólo a una repetición constante y sin sentido.
En “El jinete polaco”, Antonio Muñoz Molina realiza un giro radical, y en lugar de seguir mirando hacia mundos ficticios y nunca vividos, vuelve la mirada hacia el interior, hacia su propia vida y hacia su mundo, pues en lugar de seguir alejándose sin sentido de sí mismo, curiosamente al igual que hace el protagonista de su novela, realiza una búsqueda de sus raíces, de sus anclajes, encontrando un vasto territorio, de una riqueza descomunal, que se encontraba ahí, al alcance de su mano, esperando ser explorado y explotado narrativamente, un territorio que encajaba, para colmo, como “anillo al dedo”, con su desmesurado pero siempre controlado caudal narrativo. Se aleja de la perfección de las historias que siempre cuadraban, de las historias inventadas para que todo parezca más sofisticado y razonable, de esas narraciones que precisaban de una prosa concisa y eficaz, para zambullirse en unas temáticas radicalmente diferentes, en las que la vida real trata de asomarse dejando al descubierto multitud de aristas incomprensibles, y de recovecos difíciles de descifrar, en donde se necesita un estilo dubitativo, complejo, en el que todas las afirmaciones queden sujetas por múltiples interrogantes.
La novela habla de un joven que se refugia en los estudios para escapar del medio en que vivía, de su pueblo, del trabajo familiar en el campo, de la opresión que sentía al vivir en un mundo tan cerrado, y que con esfuerzo consigue su sueño, lo que en lugar de aportarle la felicidad con la que siempre había soñado, encuentra una extraña insatisfacción, la insatisfacción de vivir en el vacío, sin encontrar nada ni a nadie que pudiera justificar su existencia. Pero Manuel, el protagonista, por una serie de circunstancias, encuentra lejos de su país el legado del fotógrafo de su pueblo, observando en esas fotografías la historia del mismo, la historia de su familia y su propia historia, lo que le obliga a comprender la imposibilidad de renegar del pasado, ya que todos, aunque no queramos, somos hijos de ese pasado, y tenemos la obligación de tenerlo siempre presente si en verdad no deseamos vivir a merced de todos los vientos.
La novela enfoca la vida del protagonista, de la relación amorosa que mantiene, pero también, y al unísono, las sensaciones y los recuerdos que ese mismo protagonista encuentra mientras observa las fotografías que van pasando por sus manos, lo que ofrece al lector dos historias separadas pero complementarias, la del presente y la del pasado, perfectamente conjugadas entre sí en pequeñas estampas, que como si se trataran de fotografías, van componiendo un amplio retablo que apunta hacia un futuro distinto en donde la esperanza se encuentra perfectamente arraigada. Pero lo que asombra de la novela es la fuerza narrativa del autor, su sobrio pero poético estilo, la seriedad y la humanidad del mismo, la veracidad que encuentra el lector en cada palabra que lee, lo que queda perfectamente condimentado con multitud de digresiones, de saltos en el tiempo, que configuran también una visión de la historia de este país, de este país que en poco tiempo ha dado un salto espectacular hacia la modernidad, lo que ha posibilitado que olvidase el lugar del que provenía, lo que hace comprensible la lamentable situación que padece en la actualidad.
Lo que también me ha extrañado de la novela es la modernidad de la misma, lo actual que es, lo que demuestra una vez más que todo lo que se realiza por necesidad, y no como mera labor profesional, que aquello que se realiza con los sentidos, como estoy convencido que se ha llevado a cabo esta novela, nunca estará sujeto a los vientos del olvido.
“El jinete polaco”, en mi opinión, es sencillamente una de las mejores novelas que se han escrito en los últimos tiempos en nuestro país.

Lunes, 17 de septiembre de 2012

lunes, 15 de octubre de 2012

Blues de Trafalgar

LECTURAS
(elo.258)

BLUES DE TRAFALGAR
José Luis Rodríguez del Corral
Siruela, 2012

He leído esta novela por curiosidad, ya que sobre ella me habían llegado diferentes opiniones, unas que me la recomendaban y otras, que por el contrario, sólo me subrayaban los múltiples defectos de la misma. Ni que decir tiene “que sobre gustos no hay nada escrito”, lo que quiere decir, que cada cual puede opinar sobre lo que lee lo que le apetezca, pero también hay que reconocer, aunque le pese a algunos, que sólo se quedan con lo anterior, que existen elementos objetivos, incluso en un mundo tan subjetivo como el literario, que subrayan la excelencia de un texto y las deficiencias de otros, hecho que sólo el tiempo y las muchas lecturas consiguen evidenciar. Toda novela posee dos vertientes, la historia en sí, y el método utilizado para narrar dicha historia, variables ambas, que tienen que conjugarse, para que tanto la una como la otra, potenciándose mutuamente, creen un todo homogéneo difícil de delimitar. La mayoría de las novelas, para desgracia de los lectores que en más ocasiones de las necesarias tenemos que soportar auténticos infumables, se presentan descompensadas, lo que quiere decir, que esa conjunción a la que antes he aludido no llega a fraguarse, a veces porque la historia que se trata de contar no está bien construida, y otras, porque el estilo narrativo utilizado no se encuentra a la altura de la misma, lo que consigue dejar embarrancadas a la mayoría de las novelas que se publican. Lo anterior no quiere decir, ni mucho menos, que todo lo que se escriba tenga que ser perfecto, que todas las novelas que llegan a nuestras manos tengan que ser auténticas obras de arte, lo que hasta cierto punto sería insoportable, pero sí que tienen que tener la obligación de presentarse con dignidad, con la dignidad suficiente como para respetar la inteligencia de los lectores que se acerquen a ellas.
Desde hace tiempo esta es la condición mínima que le impongo a las novelas que leo, que me respeten como lector, dejando para un segundo plano el hecho circunstancial de que me gusten o me dejen de gustar, lo que quiere decir, que lo que deseo es encontrarme con obras inteligentes, bien construidas, que precisamente por eso, se enmarquen en el registro que se enmarquen, consigan hacerme disfrutar y que me obliguen, en el mejor de los casos, a reflexionar sobre lo que se dice en ellas, lo que evidentemente tal y como están las cosas no es poco.
“Blues de Trafalgar” es una novela descompensada, cuya historia está repleta de circunstancias poco creíbles, de personajes estereotipados y dibujados de forma esquemática, que abusa de demasiados lugares comunes que pretenden sintonizar con el lector tipo al que va dirigida, pero que por el contrario, o en contrapartida, se puede leer bien, pues no se encuentran escollos que dificulten dicha lectura. Sí, es una historia descompensada, que para colmo, aspira a que el lector, al final de la misma, se plantee una reflexión ética sobre los acontecimientos sucedidos en ella.
Dicho lo anterior, que deja claro que es una novela fallida, al menos desde mi punto de vista, tengo también que decir, lo que puede empeorar aún más la visión de la obra en cuestión, que el tema de la misma es muy interesante, tema al que el autor no le ha sacado el partido que el mismo le exigía, dando la sensación que se ha preocupado más por el estilo que de la historia que tenía que narrar, como si ésta tuviera menos importancia que la forma en como se contara, presentándose en todo momento, la historia, como “cogida por alfileres”, como si se tratara de un boceto pendiente de desarrollar, lo que no es de recibo.
La historia habla de un golpe de fortuna con el que se encontraron cuatro amigos cuando se hallaban de vacaciones y que provocó unas consecuencias colaterales que pudieron evitar si la avaricia no se hubiera apoderado de ellos, pero que prefirieron obviar, por lo que tuvieron que cargar con ese suceso durante el resto de sus vidas. La novela habla de tal hecho, y de la forma con que los diferentes afectados lo afrontaron, que con los años, cuando todos creían haberlo podido olvidar, reaparece ante ellos de forma amenazante y desestabilizadora.
Creo que Rodríguez del Corral, y espero equivocarme, no es que haya dejado por desidia o por desinterés de esculpir lo suficientemente a sus personajes, sino que por el contrario así es como los ve, con ese desprecio de los que se encuentran por encima de los acontecimientos, por encima de la realidad en la que viven y que singulariza, para mal, a ciertos sectores ilustrados de la izquierda sevillana, lo que lo sitúa, a pesar de sus cualidades para la misma, en un lugar poco adecuado para dedicarse a la literatura. Ciertamente esos personajes de los que habla existen, pero el autor, ni tan siquiera por su novela, hace el esfuerzo adecuado para acercarse a ellos, para acercarse a esa imagen demasiado evidente, pero falsa por incompleta, con la que aparecen en escena. Estimo que el anterior es el grave problema de la novela, que hubiera podido ser mejor si el autor se hubiera volcado y hubiera profundizado más en esos personajes, para presentarnos además de una reflexión ética, que es lo que queda como justificación última de la novela, un paisaje mucho más complejo y contradictorio, y por supuesto mucho más creíble, lo que sólo hubiera sido posible realizando un esfuerzo por aderezar, aunque ello le costara cien páginas más, una historia y una novela, que al final se ha quedado encallada, como otras muchas, a mitad de camino entre lo que pudo ser y lo que en realidad es.
Como dije antes, no creo que se trate de un problema de capacidad literaria, pues Rodríguez del Corral demuestra en algunos pasajes, sobre todo en los párrafos iniciales de cada capítulo y muy especialmente en la primera página de la novela, que está especialmente dotado para la narrativa, por lo que creo que la cuestión radica en la escasa empatía que demuestra, en la cerrazón y en la confianza que manifiesta para describir un mundo que cree conocer bien, en los prejuicios y en el desprecio que muestra ante él, olvidando que el buen novelista tiene que saber dormir con sus protagonistas, sobre todo con aquellos con los que mantiene mayores diferencias.

Martes, 4 de agosto de 2012


miércoles, 3 de octubre de 2012

Beltenebros

LECTURAS
(elo.257)

BELTENEBROS
Antonio Muñoz Molina
Ave Fénix, 1989

Hasta que he terminado de releerla, “Beltenebros” era para mí la peor novela, y con diferencia, de Antonio Muñoz Molina. La leí hace mucho tiempo, y además de haber sido una mala lectura, como he comprendido ahora, estoy convencido que el juico que tenía sobre ella se debía al influjo que aún me sobrevolaba de “El invierno en Lisboa”, novela cuya lectura tanto me había impresionado, y que hace unos días cuando volví a leerla se me cayó literalmente de las manos, haciéndome pensar, que esa sí era la peor novela del autor.
Ahora, después de tantos años, me sorprende la atracción que ejerció aquella novela, la segunda del autor jiennense, sobre todos los que la leímos por aquel entonces, una novela repleta de escenas en donde el jazz se encargaba de la música de fondo, en donde una mujer fatal, algo esencial en toda buena novela policiaca, mantenía en jaque al protagonista y en donde los malos eran realmente malos, novela contra la poco podía hacer una obra en principio tan oscura como “Beltenebros”. Para muchos, esta novela representó un paso atrás en la carrera del joven y prometedor Muñoz Molina, pues todos, o casi todos esperábamos de él otra obra que nos hablara de mundos añorados e imposibles, en donde el jazz y el humo del tabaco nos acercara a vidas que estuvieran más allá de la mediocridad en la que, por aquel entonces, la mayoría de nosotros nos hundíamos, por no hablar ya de la literatura que por aquellos años se hacía en nuestro país, que lo único que conseguía era sepultarnos aún más en el mundo que soportábamos y que tanto detestábamos. Por aquella época, y este hecho puede que sea sintomático, ya habíamos retirado, al menos algunos, el poster del aguerrido y dogmático “Che” por el del contradictorio y cada día más cercano Bogart.
En este acercamiento que estoy comenzando a realizar sobre la obra de Muñoz Molina, un acercamiento que desde hace mucho creía necesario pero que siempre dejaba para más adelante, le llegó el turno a “Beltenebros”, novela que no me apetecía mucho volver a leer, como dije antes por la idea que tenía de ella, pero que sin embargo me ha sorprendido, pues a pesar de la temática, ha habido momentos en que la prosa del autor, en que el estilo empleado, me ha recordado al mejor Muñoz Molina. Y digo a pesar de la temática, porque ésta, por la que tan fuerte apostó el autor en sus primeras obras, muere con esta novela, no sé si porque con esta historia llegó a un punto en el que no encontraba más recorrido, que es lo que creo, o porque los mundo policiacos dejaron de interesarle.
A pesar de todo, de lo poco recordada y valorada, al menos entre sus lectores habituales, estimo que “Beltenebros” es una novela esencial en la obra del autor, pues a pesar de la indiscutible calidad que posee, representa un punto de inflexión en la misma. En esta novela la narrativa de Muñoz Molina se presenta, y creo que por primera vez con los rasgos que la acompañarán siempre, con esa solidez y con esa veracidad, que en todo momento identifican y subrayan su obra, de suerte, que el tema desarrollado se hace pequeño, por eso hablé antes de que lo policiaco en su obra deja de tener recorrido, en comparación con la magnitud de su estilo narrativo, que evidentemente esperaba y necesitaba nuevas empresas que fueran más allá de contar historias que acabaran en ellas mismas sin dejar en el lector ningún otro valor añadido.
La historia en sí carece de trascendencia, por lo que es fácil con el tiempo llegar a olvidarla, la de alguien que a pesar de vivir en el exterior es encargado de matar a un traidor, a un traidor que estaba dejando al descubierto, en los años de plomo del franquismo, a destacados miembros de la resistencia al régimen. Lo que ocurre es que la trama se complica, al tener bastantes similitudes, tantas que provenían del mismo núcleo, con otro encargo que el protagonista tuvo que realizar años atrás. La historia, por tanto, a pesar de lo enrevesada que a veces puede resultar, de lo poco creíble que en determinados momento llegar a ser, se sostiene en pie gracias al imponente estilo narrativo que desarrolla el autor, que utilizando una gran multitud de recursos, consigue que el lector llegue al final interesado y disfrutando con lo que lee.
Lo que sí queda claro en esta obra, al comprobarse el desfase existente entre el estilo del autor, entre la forma que posee de entender la literatura y la historia que cuenta, es que Antonio Muñoz Molina aún no había encontrado su discurso literario, pues no sólo el estilo puede, como bien se sabe, sostener la obra de un autor a largo plazo. Cada autor tiene que encontrar su cauce, pues no basta sólo con saber y querer escribir, es necesario invertir toda esa voluntad y toda esa sabiduría que se posee sobre temas concretos, gracias a los cuales, la capacidad que se posea pueda potenciarlos, de suerte, que esa conjunción pueda aportar más, mucho más de lo esperado.
Pero hay que reconocer que no es tan fácil, que encontrar la senda correcta, que no puede ser otra que la propia, no es algo que se encuentre y nada más, al ser el resultado de una búsqueda constante, que sólo después de descartar otras muchas, en el mejor de los casos se consigue hallar, y que cuando se encuentra, en lugar de olvidar, porque siempre hay otras rutas más fáciles, hay que volcar sobre ella todo lo que se posee, pues en caso contrario, jamás se podrá profundizar realmente sobre la misma. Estoy convencido que Muñoz Molina a partir de esta novela, que es una buena novela, encuentra lo que posiblemente llevaba buscando desde hacía algún tiempo, pero sobre este tema ya intentaré hablar cuando vuelva a leer y me atreva a comentar “El jinete polaco”

Jueves, 30 de agosto de 2012