
LECTURAS
(elo.239)
EL NOMBRE DE LOS NUESTROS
Lorenzo Silva
Destino, 2001
Existe una literatura que parece tener un solo objetivo, el de dibujar un periodo histórico, o unos determinados sucesos del pasado, con objeto de rescatarlos del olvido, o en el caso de que aún se encuentren vivos en la memoria, de subrayarlos con objeto de aportar una visión de los mismos que obligue al que los lee, a reflexionar sobre ellos. Esto es, en principio, la función de la novela histórica, género literario que posee una importante repercusión en la actualidad, pues son muchos los lectores que se han abonado al mismo, encontrando en esas novelas, muchas de ellas de ínfima calidad, la posibilidad de poder adentrarse de forma amena, de la mano de los protagonistas creados por los autores, en sucesos históricos de relativa importancia. Sí, la novela histórica elige un paisaje ya existente, el que existió en un momento dado, creando en la mayoría de las ocasiones a personajes inventados que tienen la fortuna de poder pasear por los mismos, codeándose con figuras históricas reales, o asistiendo desde un lugar privilegiado a acontecimientos históricos relevantes. El método es sobradamente conocido, y a él se lanzan, a veces de forma temeraria, muchos novelistas que creen encontrar en dicho género, o bien la posibilidad de poder analizar con nuevos instrumentos la historia, o un importante yacimiento de temas, casi todos ellos de notable interés, que le puedan a ayudar a conseguir cierto reconocimiento público.
En este tipo de novelas la historia aporta los temas, lo que no es poco tal y como están las cosas, quedando en manos del autor el desarrollo de los mismos y la visión de los sucesos que analiza, lo que abre la posibilidad de innumerables enfoques para observar y evaluar un determinado momento histórico. Desde esta óptica, a pesar de que no soy un seguidor de la misma, la novela histórica posee un indudable atractivo, pues en ella, cuando se afronta con honradez, se pueden encontrar interesantes ejercicios intelectuales que van más allá, mucho más allá de narrar “lo que verdaderamente ocurrió”, que es donde se quedan la mayoría de los novelistas que se dedican a ella, sino que, se pueden aportar datos suficientes para que se comprenda mejor por qué “pasó lo que pasó”, y lo que es mucho más importante, por qué “no ocurrió lo que nunca llegó a pasar”. La novela histórica, a pesar de que en principio pueda parecer que posee poco margen de maniobra, ya que lo que sucedió sencillamente sucedió, ofrece sin embargo, la posibilidad de airear la historia y sacarla del formato, casi siempre interesado en que nos ha llegado, y también el de poder narrarla con voces diferentes, lo que hace posible cierta actitud revisionista ante un pasado que en muchas ocasiones es calificado de inmutable, y lo que es peor, de haber sido inevitable. Por tanto, es, o puede llegar a ser un tipo de literatura interesante, gracias a la cual, se abre la posibilidad, como ocurre con las novelas que realmente aprecio, de poder ir más allá de la mera historia que cuenta. Pero claro, no todos los que se enfrentan a este género se encuentran a la altura de lo que el mismo puede llegar a ser, pues no basta con poseer un conocimiento riguroso de los sucesos y de la época en que éstos acontecen, sino que también es necesario, imprescindible, además de no caer en la tentación, como a muchos les sucede, de quedarse en la superficie de los hechos que se narran, de tener voluntad de estilo, algo esencial para que la literatura sea literatura, o dicho de otra forma, es esencial que exista ese algo, que el escritor aporte “ese algo” que convierta a una mera narración en literatura.
“El nombre de los nuestros” es ante todo una novela histórica, novela que narra la masacre que padeció el ejército español, en 1921, en el antiguo protectorado marroquí, masacre que demostró la incapacidad de los mandos de aquel ejército, la inexistencia de una política gubernamental seria para aquella zona, y por supuesto, el absurdo de una guerra en la que ni se tenía razón, ni para colmo nada que ganar. Cuando nadie lo esperaba, los rifeño lograron articular un ejército que arrasó a las ropas coloniales emplazadas en la zona, lo que provocó un gran número de muertos, el desprestigio del ejército español y un revuelo político que consiguió poner ante las cuerdas al sistema de la época. Lorenzo Silva, autor del que nunca había leído nada, articula el tema partiendo de los que padecieron la situación, es decir, desde la posición de los soldados que tuvieron que hacer frente, dejando en muchas ocasiones sus vidas, al inesperado levantamiento rifeño, y todo por defender una bandera y una causa en la que muy pocos creían. Para ello, la narración se centra en varios acuartelamientos o posiciones de las muchas que fueron arrasadas por los levantiscos rifeños, situando en las mismas a diferentes personajes, que son los que padecieron, en “sus propias carnes”, aquella carnicería. El autor, de esta forma, consigue humanizar su narración, con la que intenta hacerle comprender al lector, con la empatía que siempre facilita la técnica novelística, que aquel desastre, que hoy en día ya no se subraya en los manuales de historia, ante todo fue un desastre humano, y que si es cierto que la historia siempre se escribe al dictado de los que detentan el poder, también lo es, que siempre la padecen los mismos, los que no tienen más remedio que obedecer las directrices que emanan de los que teóricamente “saben”.
“El nombre de los nuestros” es una novela que se puede leer bien, pues está escrita por alguien que sabe el oficio, que puede servir, entre otras cuestiones, para recordar unos sucesos de los que este país aún tiene que avergonzarse. Lorenzo Silva, afortunadamente no se queda en esos hechos, sino que obliga al lector a preguntarse y a preocuparse por las causas que originaron los mismos, lo que sin duda habla bien del autor. Pero la novela no llega, o al menos a mí no me ha llegado a seducir en ningún momento, debido posiblemente a que la he encontrado poco literaria. Es una novela de perfil bajo, en la que el autor no aporta ningún lujo estilístico, ningún quiebro que realce y haga más atractiva la narración, al ser una obra trabajada piedra a piedra por alguien, al menos ésta es la impresión que me ha dado, que se limita a trabajar honradamente, lo que evidentemente no es poco, aunque tampoco suficiente.
Domingo, 19 de febrero de 2012