lunes, 6 de febrero de 2012

La mancha humana


LECTURAS

(elo.234)


LA MANCHA HUMANA

Philip Roth

Alfaguara, 2000


“La mancha Humana” fue la primera novela que hace ya demasiado tiempo leí de Philip Roth, una novela que me impresionó y que consiguió descubrirme a un autor, que desde entonces, con luz propia se encuentra entre mis novelistas favoritos. Después de algún tiempo la he vuelto a leer y de nuevo me ha conmocionado, comprendiendo, después de haber leído casi toda su obra, que es con diferencia su mejor novela, en la que se conjuga además de un magnífico tema, una soberbia estructura y un estilo narrativo de una solvencia envidiable. “La mancha humana” es una de esas novelas totales que ya no se escriben, de esas novelas que los grandes novelistas tratan de evitar por las indudables dificultades que comporta la ejecución de un proyecto de tales características, de suerte, que el propio Roth, pese a la facilidad narrativa que posee, no ha vuelto a este tipo de novelas, poniendo todo su saber en obras en principio menos ambiciosas. También se puede decir que esta novela es una obra de transición en la producción narrativa del norteamericano, ya que en ella el lector atento puede encontrar junto al Roth de siempre, al Roth que a partir de ese momento entra en escena, es decir a un autor clásico, aunque siempre en el límite, junto a ese otro autor que descaradamente traspasa esos límites con obras como “El animal moribundo” o “Sale el espectro”. No obstante, de forma paralela a estas nuevas obras que tanto llaman la atención, en donde desarrolla sus obsesiones con una transgresividad sorprendente, como si quisiera mantener la cordura temática, Roth también, con su indudable calidad, de vez en cuando nos ofrece, como intercalándolas con las anteriores, novelas que se mantienen dentro de los límites de la novela clásica, tales como “Patrimonio”, o la última que ha publicado “Némesis”. Por lo anterior, el norteamericano, al no haberse quedado anclado en un determinado registro narrativo, como lo han hecho otros muchos autores de éxito, sigue siendo, pese a su edad, uno de esos escasos autores, de los que todo lector exigente espera con impaciencia su próxima obra, con la seguridad, sea cual sea su temática, de que esa novela por llegar siempre estará a la altura de lo esperado. Sí, porque Roth es uno de los grandes.

“La mancha humana” es la tercera novela de su famosa trilogía americana, y sin duda alguna la mejor de las tres, en donde el autor se sumerge en las contradicciones del sueño americano, en lo que se esconde detrás de la tan publicitada “ideología americana”, en donde según dicen, la libertad individual y el esfuerzo son los únicos requisitos que se exigen para que alguien pueda abrirse camino en “el país de las oportunidades”. Roth parece decirnos en su novela que la publicidad, como todos sabemos, casi nunca dice la verdad, y que la sociedad norteamericana, al menos en los dos momentos históricos en los que se desarrolla la historia, si de alguna forma se pudiera definir, no es precisamente por ser una sociedad abierta, ni por poseer un sistema de reinserción que proteja, a los que por las dinámicas internas de la misma, va cruelmente depositando en sus márgenes. O lo que es lo mismo, a que, a pesar de la imagen que proyecta al mundo, es esencialmente injusta, en la que ni todos parten del mismo punto, ni se apoya, a los que por unas circunstancias o por otras, van quedando, destrozados, en el camino.

Con anterioridad apunté que se trata de una novela total, lo que significa que en ella aparecen diferentes variables, que a pesar de surgir del tronco central de la propia historia, pueden tener la virtud de impedir una visión nítida de lo que en esencia nos desea transmitir el autor, lo que en absoluto va en contra de la obra, sino todo lo contrario, ya que la acerca a lo que es la vida, un ochenta por ciento de hojarasca y un veinte de autenticidad. Sí, porque sin hojarasca tampoco se puede comprender la vida, nuestras vidas. Por ello, cuando se intente comprender esta novela, al igual que pasa con todas, hay que tener mucho cuidado de apartar lo esencial, el corazón de la misma, de lo accesorio que no está construido para ocultar, como en un principio se podría pensar, sino para subrayar lo importante y sobre todo para dotarla de credibilidad.

Evidentemente el centro de la novela no es la falsa acusación de racismo que se le imputa al protagonista, a Coleman Silk, ni los catastróficos afectos que provoca lo que hoy se denomina el “pensamiento políticamente correcto”, ni tampoco por supuesto la falsedad de éste, la de pasarse por blanco cuando en realidad era negro, no, la centralidad de la misma se halla en lo que obliga al futuro decano a dar ese paso que cambiaría su vida por completo. Ese negar “el nosotros” al que pertenecía ante todo era un grito de libertad, un grito de libertad en la sociedad compartimentada de la época que le tocó vivir, un grito que apostaba precisamente por “la ideología americana” que le cerraba las puertas precisamente por ser negro. Coleman Silk no era un impostor, no era un mentiroso, era alguien que aspiraba a ser libre, a ser libre como todos los integrantes de una sociedad libre deberían de ser.

Pero la novela no sólo se centra en las deficiencias existentes en la sociedad norteamericana después de la Segunda Guerra Mundial, deficiencias que originaron que el protagonista obrara de la forma en que obró, sino que también analiza los problemas que esa forma de entender la sociedad origina en la actualidad, sobre todo en lo referente al escaso miramiento que muestra por aquellos que devora, y a los que de forma inmisericorde olvida, como queda de manifiesto en la figura del ex marido de Faunia, Les Farley, cuya vida quedó rota por los recuerdos de su paso por Vietnam y por el rencor que acumuló tanto por lo que allí vivió, como por el trato que encontró cuando regresó a su país.

Para narrar la historia, Roth echa mano de su alter ego, del escritor Nathan Zuckerman, que era vecino de Coleman Silk, ya que se había retirado de “la malevolencia del mundo” a los Berkshires, y al que el decano acude, cuando se encontraba completamente ofuscado, con objeto de que escribiera una novela sobre lo que le había ocurrido. Zuckerman se niega, pero el interés va creciendo en él cuando se va enterando de lo acaecido, de suerte, que una vez que muere su amigo escribe la novela. Pero la novela que escribe no está realizada de forma lineal, ya que la desarrolla poco a poco, por partes, tal y como se va enterando de los entresijos del caso, dibujándose él mismo, el propio Zuckerman, como un protagonista más de la misma.

Por todo lo anterior, pero sobre todo por el placer de su lectura, “La mancha humana” es una de las mejores novelas de los últimos tiempos, una de esas novelas por las que su autor pasa a engrosar el reducido número de novelistas imprescindibles para todos aquellos que deseen tomarle el pulso a la literatura de calidad de nuestro tiempo. Se habla mucho de Philip Roth, y no de forma gratuita, pues bien, en “La mancha humana” se encuentra, con diferencia, el mejor Roth.


Martes, 27 de diciembre de 2011




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