jueves, 23 de febrero de 2012

Libertad


LECTURAS

(elo.236)


LIBERTAD

Jonathan Franzen

Salamandra, 2010


¿Qué decir de esta novela de seiscientas sesenta y siete páginas? ¿Qué decir de esta novela que es presentada como la última obra maestra de la literatura norteamericana? Para comenzar, que le sobran al menos trescientas, y que ya está bien, porque sencillamente no es de recibo, que la crítica señale todos los años a dos o a tres obras “como la novela definitiva”. Después de terminar su lectura, me quedan claro varias cuestiones, que a pesar de su magnífico arranque la novela no es nada del otro mundo, y que este tipo de obras, diré que posmodernas, a pesar de que puedan tener un público mayoritario, me interesan bastante poco, ya que sólo tienen una finalidad, la de hacerle pasar unas horas entretenidas o agradables a quienes, con loable voluntarismo, se atrevan con ellas. No critico ese objetivo, ya que lo veo meritorio y de difícil consecución, pero otra cosa distinta es que crea que ese deba ser la función, la única función que en nuestros días deba tener una novela.

Cada lector, afortunadamente, se identifica con un tipo de novela determinada, y no me refiero ya a un género o a otro, sino a una de esas corrientes transversales que recorren de un extremo a otro la literatura, y yo no tengo más remedio que reconocer, que siempre me ha interesado más, mucho más, la novela que aquí podría denominar de tesis que las de personajes, más las que utilizan a los personajes para un objetivo concreto, para un objetivo que se encuentre más allá de los propios personajes, que las que acaban en las singularidades que puedan tener esos mismos personajes, aunque también tengo que decir, que tanto en un tipo de novela como en la otra, el lector puede encontrarse con desesperantes bodrios como con deslumbrantes sorpresas.

Mis prejuicios, o para ser más suave, la idea que poseo de lo que debe ser una novela, me obliga a creer que ésta tiene que ser un artefacto, un objeto artístico, sí artístico, que aspire a algo más que a ser leído, disfrutado y aparcado con posterioridad en la estantería del salón, esencialmente porque estimo que el arte tiene que tener otra función, una función que vaya más allá de provocar momentos placenteros. Cierto, porque no me duele reconocer que tengo demasiados prejuicios, y que posiblemente no debería observarlo todo desde una óptica determinada, desde la mía, sino esforzarme en abrir mi objetivo, para al menos, comprobar que existe vida más allá de lo que pienso y de lo que soy. Pero también soy consciente de que no se puede hablar, que es imposible opinar desde ese sitio de nadie desde donde al parecer, para no ser excesivamente raros, todos deberíamos habitar, ya que la única forma coherente de decir lo que se piensa o lo que se siente, es hacerlo desde el lugar que a uno, por suerte o por desgracia, le ha tocado en ese extraño sorteo en el que los dioses le cierran la puerta a los mortales, y en el que todo se dilucida.

Pues bien, desde donde no tengo más remedio que observarlo todo, no puedo más que decir, que no encuentro mucho sentido, a estas alturas, a una novela de estas características, con “un metraje” tan excesivo, tan propio de un best seller sin serlo, realizada tan sólo para contar la historia de una familia de nuestro tiempo, y en donde lo único que hay que destacar es lo bien trabajados que se encuentran los diferentes personajes que intervienen en la historia. Para colmo la novela, después de un soberbio arranque que presagiaba lo mejor, de forma inesperada se viene completamente abajo, de suerte, que de tanta hojarasca que encuentra, el aburrimiento, y esto es lo peor que puede pasar, hace mella en determinado momento en el lector, que sabe ya desde la mitad de la novela, que nada interesante va a pasar en ella, salvo algún giro inesperado que pudiera producirse en la relación entre los diferentes personajes. El problema es que cuando esto ocurre, tampoco se encuentra la tensión necesaria. Sí, es una novela de personajes, en principio bien dibujados, en la que se vislumbra a lo lejos el momento histórico en el que todo se desarrolla, aunque de forma demasiado esquemático, sin ahondar demasiado en él, cuando ese tiempo y las formas culturales que del mismo emanan, en principio es el responsable del quehacer de los diferentes protagonistas de la narración.

Pero a pesar de todo lo anterior, hay que reconocer que este tipo de literatura es el que hoy por hoy tiene mayor aceptación, una literatura de vuelo bajo, basada, sin mirar más allá, en las relaciones de pareja y familiares, y en donde todo lo demás pasa a un segundo o a un tercer plano. Esta es la literatura que interesa y la que se lee, lo que independientemente al lanzamiento que pudiera tener y al apoyo entusiasta de determinada crítica, no deja de ser perecedera. Sí, porque estoy convencido, que por ejemplo “Libertad”, que en el fondo es una novela correcta, sólo correcta, dentro de algunos años nadie recordará, pues entre otras razones no aporta absolutamente nada a la literatura, y lo que es peor, ni al propio lector, siendo sólo una novela más, de las muchas que con cierta calidad inundan cada año las mesas de novedades de nuestras librerías.

Aunque en realidad nadie se interesa por ella, sólo las editoriales cuando saben que le puede resultar ventajosa, la crítica literaria ante todo debe ser exigente, e intentar huir del vergonzoso papel que en nuestros días se le ha adjudicado, la de ser mera actividad propagandística. Cuando digo que debe ser exigente, lo que quiero decir, no es precisamente que mida por el mismo rasero todo lo que le llega, no, porque eso sería injusto, pero sí que contextualice, y que después de situar a cada texto en el lugar que le corresponde, aporte la opinión que sin interferencia posea sobre el mismo. Con lo anterior quiero decir, que debe evitar dar “gato por liebre”, y que si una determinada obra sólo consigue llegar a ser entretenida, se diga exactamente eso, pero que no se utilicen superlativos gratuitos que cualquier lector, con un mínimo de lecturas en su haber, comprenderá fácilmente lo inapropiado de los mismos, actitud que inevitablemente incrementará el desprestigio que hoy padece la crítica literaria.

Ayer, en unos grandes almacenes, ante las novelas más vendidas observé que allí, entre tanta bazofia, también se encontraba “Libertad”, envuelta en una tira de papel rojo gracias a la cual se le anunciaba a los posibles compradores, que se trataba nada más y nada menos que del “Éxito editorial del año”. Desgraciadamente, aún, “éxito” no tiene nada que ver con “calidad”, siendo en este punto en donde nacen todos los malentendidos, pues si la novela de Franzen es una novela que puede estar por encima de la media, ni mucho menos es todo lo que se dice de ella, aunque sí es apta, y aconsejable para un determinado segmento de la población de lectores, precisamente para aquellos que no desean caer en la banalidad de los superventas, pero que tampoco quieren sumergirse en obras que consigan desestabilizarlos, o crearles más problemas de los que ya poseen. Es una novela, intentaré decirlo de otra forma, ideal para un público ilustrado sin demasiado interés por la literatura, pero que sin embargo, por las razones que sean, se ha acostumbrado a tener un libro sobre la mesita de noche. Lo que no está mal, en absoluto.


Domingo, 15 de enero de 2012


miércoles, 15 de febrero de 2012

Sentido y sensibilidad


LECTURAS

(elo.235)


SENTIDO Y SENSIBILIDAD

Jane Austen

Debolsillo, 1811


Cada periodo histórico posee su propia literatura, y cada literatura, refleja en buena medida el tiempo en que fue escrita, lo que convierte a esta actividad artística, en un valioso instrumento para conocer la fisonomía y los valores predominantes en una determinada época. Leer a Jane Austen, autora de la que sólo había oído hablar y de la que nunca me había interesado su obra, al considerarla sin demasiados elementos de juicio excesivamente pretérita y femenina, me ha resultado un interesante ejercicio tanto para disfrutar de un tipo de literatura, que a pesar de sus características me ha llamado la atención, como para conocer las singularidades y las prioridades de un periodo histórico, que al hombre actual le puede parecer pintoresco. Pero también me han resultado curiosas las similitudes, que a pesar de las diferencias, existen entre esa literatura y esa sociedad que retrata, con cierta literatura actual y con determinadas actitudes ante la existencia que aún hoy, de forma incomprensible se llevan a cabo. Sí, tengo que reconocer que hasta ahora nunca me había preocupado por Austen, pues no me seducía introducirme en un mundo del que estaba convencido del que poco podía esperar literariamente hablando, aunque me llamaba la atención conocer los motivos por el que esa autora y esa literatura se mantienen vigentes, pues es un hecho que su obra sigue reeditándose, comprándose y consecuentemente leyéndose. A estas alturas estoy convencido, que si en literatura algo resiste al paso de los años, y en este caso de los siglos, nunca lo es de forma gratuita, y que algo, y que algo tienen que tener esas obras para resistir “al viento del olvido que cuando sopla mata”, y seguir llamando la atención de los que aún hoy se acercan a ella. Por lo anterior, antes de comenzar a leer la primera página de la novela, me propuse encontrar “ese algo” que aún la mantenía viva.

Lo que en un principio más me ha sorprendido de esta novela, es que su estilo narrativo es diáfano, muy accesible, y que carece de cualquier tipo de voluntad de estilo. A lo anterior, que consigue acercar la novela a un público bastante amplio, hay que sumar una temática atractiva, en donde dos jóvenes, dos hermanas, se enfrentan a sus sentimientos amorosos de forma contrapuesta, desde el sentimentalismo una, dejándose llevar por las emociones, y desde la cordura, intentando controlar sus sentimientos la otra, lo que siempre, si el tratamiento es correcto, suele atraer la atención del lector. Por lo tanto, “Sentido y sensibilidad”, cuenta, como hoy en día hacen los buenos best sellers, con los ingredientes básicos e imperecederos que debe tener toda novela que aspire a ser leída con agrado, la de estar bien escrita, sin excesivas complicaciones, y poseer una temática entretenida. Por lo anterior, en un primer plano la novela se posiciona bien, pero esto nunca basta, pues innumerables obras que cuentan o que han contado con tales atributos, o han carecido del éxito que en un principio esperaban cosechar, o en el caso de haberlo conseguido, con el tiempo han caído en el más absoluto de los olvidos. ¿Pero qué tiene esta novela para haber superado con nota la prueba que siempre impone el tiempo? Esta creo que es la cuestión esencial, pues a pesar de que se podría decir que nada notable se puede encontrar en ella, tal afirmación, aunque cierta, no sería del todo justa.

Y no sería justo, pues a pesar de que esta novela poco puede aportar al lector actual, aparte de, en el mejor de los casos, servir para poder pasar con ella, de forma entretenida, uno de esos eternos y lluviosos fines de semanas en los que sólo apetece leer y leer sin más complicaciones, vista desde el presente puede servir para comprender mejor determinada época, o para ser más exactos, a la clase social que describe. Cierto, porque uno se sorprende al comprobar el modo de vida de la burguesía británica de ese periodo, las ambiciones y las obsesiones de ésta y sobre todo del papel que desempeñaban las mujeres en la misma, en donde escoger a un buen marido, es decir a un marido de buena posición, resultaba esencial. Pero también sirve para comprender las rigideces de esa misma clase, siempre más pendiente de la renta que cada cual pudiera poseer que de otras cuestiones menos materiales. Esta visión que aporta la novela, es lo único que a estas alturas la puede salvar, ya que en lo demás, creo, se encuentra completamente desfasada, siendo incluso el tema de la misma, además de retrógrado, un brindis para que todo siguiera igual, ya que al final todo consigue acomodarse de la forma adecuada.

En suma, estimo que esta novela aún sigue estando viva en las librerías, además de porque se lee bien, sin dificultades como dije con anterioridad, por constituir un testimonio histórico, de la forma de vida de una clase social, que a pesar de que estéticamente siga gozando del agrado de algunos, nada puede aportar al hombre actual.

La narración de la historia se desarrolla de forma clásica, es decir linealmente, sucediéndose los acontecimientos uno detrás de otro, sin que suceda nada al mismo tiempo, lo que demuestra el arcaicísmo narrativo de la autora. A un suceso de alguna de las protagonistas le sucede otro que le acontece a la otra, sabiendo el lector en cada momento, qué plano le sucederá al otro, o a cuál de las dos protagonistas le corresponde que se le enfoque. Resulta curioso, que a pesar de ser una novela excesivamente detallista, que se detiene a veces en conversaciones de salón que no aportan absolutamente nada, el final, a pesar de ser previsible, resulte tan atropellado, pues cuando se está acabando la historia, el lector tiene la sensación que a la novela le faltan algunas páginas más, como en rigor, para que todo quede perfectamente cuadrado, le correspondería en una obra de tales características.

De forma lateral a todo lo anterior, me ha llamado la atención dos cuestiones, la primera es que, con algunas variaciones estilísticas y estructurales, esta novela podría encajar a la perfección en el gusto del lector mayoritario actual, pues como he repetido, es una obra cuya mayor virtud es la de poder leerse sin dificultad, que es la primera exigencia que suele imponer este tipo de lector. La segunda, es que el tema es de los que siempre se agradecen, ya que en él, no se encontrará nada que perturbe en exceso. En resumen, que podría ser, si se maquillara un poco, uno de esos textos que se acumulan en los estantes de algunas librerías bajo el título de “Los libros más vendidos”.


Sábado, 31 de diciembre de 2011



lunes, 6 de febrero de 2012

La mancha humana


LECTURAS

(elo.234)


LA MANCHA HUMANA

Philip Roth

Alfaguara, 2000


“La mancha Humana” fue la primera novela que hace ya demasiado tiempo leí de Philip Roth, una novela que me impresionó y que consiguió descubrirme a un autor, que desde entonces, con luz propia se encuentra entre mis novelistas favoritos. Después de algún tiempo la he vuelto a leer y de nuevo me ha conmocionado, comprendiendo, después de haber leído casi toda su obra, que es con diferencia su mejor novela, en la que se conjuga además de un magnífico tema, una soberbia estructura y un estilo narrativo de una solvencia envidiable. “La mancha humana” es una de esas novelas totales que ya no se escriben, de esas novelas que los grandes novelistas tratan de evitar por las indudables dificultades que comporta la ejecución de un proyecto de tales características, de suerte, que el propio Roth, pese a la facilidad narrativa que posee, no ha vuelto a este tipo de novelas, poniendo todo su saber en obras en principio menos ambiciosas. También se puede decir que esta novela es una obra de transición en la producción narrativa del norteamericano, ya que en ella el lector atento puede encontrar junto al Roth de siempre, al Roth que a partir de ese momento entra en escena, es decir a un autor clásico, aunque siempre en el límite, junto a ese otro autor que descaradamente traspasa esos límites con obras como “El animal moribundo” o “Sale el espectro”. No obstante, de forma paralela a estas nuevas obras que tanto llaman la atención, en donde desarrolla sus obsesiones con una transgresividad sorprendente, como si quisiera mantener la cordura temática, Roth también, con su indudable calidad, de vez en cuando nos ofrece, como intercalándolas con las anteriores, novelas que se mantienen dentro de los límites de la novela clásica, tales como “Patrimonio”, o la última que ha publicado “Némesis”. Por lo anterior, el norteamericano, al no haberse quedado anclado en un determinado registro narrativo, como lo han hecho otros muchos autores de éxito, sigue siendo, pese a su edad, uno de esos escasos autores, de los que todo lector exigente espera con impaciencia su próxima obra, con la seguridad, sea cual sea su temática, de que esa novela por llegar siempre estará a la altura de lo esperado. Sí, porque Roth es uno de los grandes.

“La mancha humana” es la tercera novela de su famosa trilogía americana, y sin duda alguna la mejor de las tres, en donde el autor se sumerge en las contradicciones del sueño americano, en lo que se esconde detrás de la tan publicitada “ideología americana”, en donde según dicen, la libertad individual y el esfuerzo son los únicos requisitos que se exigen para que alguien pueda abrirse camino en “el país de las oportunidades”. Roth parece decirnos en su novela que la publicidad, como todos sabemos, casi nunca dice la verdad, y que la sociedad norteamericana, al menos en los dos momentos históricos en los que se desarrolla la historia, si de alguna forma se pudiera definir, no es precisamente por ser una sociedad abierta, ni por poseer un sistema de reinserción que proteja, a los que por las dinámicas internas de la misma, va cruelmente depositando en sus márgenes. O lo que es lo mismo, a que, a pesar de la imagen que proyecta al mundo, es esencialmente injusta, en la que ni todos parten del mismo punto, ni se apoya, a los que por unas circunstancias o por otras, van quedando, destrozados, en el camino.

Con anterioridad apunté que se trata de una novela total, lo que significa que en ella aparecen diferentes variables, que a pesar de surgir del tronco central de la propia historia, pueden tener la virtud de impedir una visión nítida de lo que en esencia nos desea transmitir el autor, lo que en absoluto va en contra de la obra, sino todo lo contrario, ya que la acerca a lo que es la vida, un ochenta por ciento de hojarasca y un veinte de autenticidad. Sí, porque sin hojarasca tampoco se puede comprender la vida, nuestras vidas. Por ello, cuando se intente comprender esta novela, al igual que pasa con todas, hay que tener mucho cuidado de apartar lo esencial, el corazón de la misma, de lo accesorio que no está construido para ocultar, como en un principio se podría pensar, sino para subrayar lo importante y sobre todo para dotarla de credibilidad.

Evidentemente el centro de la novela no es la falsa acusación de racismo que se le imputa al protagonista, a Coleman Silk, ni los catastróficos afectos que provoca lo que hoy se denomina el “pensamiento políticamente correcto”, ni tampoco por supuesto la falsedad de éste, la de pasarse por blanco cuando en realidad era negro, no, la centralidad de la misma se halla en lo que obliga al futuro decano a dar ese paso que cambiaría su vida por completo. Ese negar “el nosotros” al que pertenecía ante todo era un grito de libertad, un grito de libertad en la sociedad compartimentada de la época que le tocó vivir, un grito que apostaba precisamente por “la ideología americana” que le cerraba las puertas precisamente por ser negro. Coleman Silk no era un impostor, no era un mentiroso, era alguien que aspiraba a ser libre, a ser libre como todos los integrantes de una sociedad libre deberían de ser.

Pero la novela no sólo se centra en las deficiencias existentes en la sociedad norteamericana después de la Segunda Guerra Mundial, deficiencias que originaron que el protagonista obrara de la forma en que obró, sino que también analiza los problemas que esa forma de entender la sociedad origina en la actualidad, sobre todo en lo referente al escaso miramiento que muestra por aquellos que devora, y a los que de forma inmisericorde olvida, como queda de manifiesto en la figura del ex marido de Faunia, Les Farley, cuya vida quedó rota por los recuerdos de su paso por Vietnam y por el rencor que acumuló tanto por lo que allí vivió, como por el trato que encontró cuando regresó a su país.

Para narrar la historia, Roth echa mano de su alter ego, del escritor Nathan Zuckerman, que era vecino de Coleman Silk, ya que se había retirado de “la malevolencia del mundo” a los Berkshires, y al que el decano acude, cuando se encontraba completamente ofuscado, con objeto de que escribiera una novela sobre lo que le había ocurrido. Zuckerman se niega, pero el interés va creciendo en él cuando se va enterando de lo acaecido, de suerte, que una vez que muere su amigo escribe la novela. Pero la novela que escribe no está realizada de forma lineal, ya que la desarrolla poco a poco, por partes, tal y como se va enterando de los entresijos del caso, dibujándose él mismo, el propio Zuckerman, como un protagonista más de la misma.

Por todo lo anterior, pero sobre todo por el placer de su lectura, “La mancha humana” es una de las mejores novelas de los últimos tiempos, una de esas novelas por las que su autor pasa a engrosar el reducido número de novelistas imprescindibles para todos aquellos que deseen tomarle el pulso a la literatura de calidad de nuestro tiempo. Se habla mucho de Philip Roth, y no de forma gratuita, pues bien, en “La mancha humana” se encuentra, con diferencia, el mejor Roth.


Martes, 27 de diciembre de 2011