jueves, 27 de enero de 2011

Expiación



LECTURAS
(elo.210)

EXPIACIÓN
Ian McEwan
Anagrama, 2002



Hace cinco o seis años leí por primera vez esta novela, y tengo que reconocer que me defraudó, pero con el tiempo, y después de escuchar un poco asombrado la multitud de elogios que cosechaba, alguno de ellos de lectores muy cualificados, fui comprendiendo, o aceptando, que con toda seguridad efectué una mala lectura de “Expiación”, y que posiblemente merecería la pena, en el momento en que encontrara una ocasión, volver a leerla para verificar si era tan buena como decían, o si por el contrario, dejaba tanto que desear como en su momento me atreví a pensar. Tampoco perdía tanto, por lo que, después de un nuevo e inesperado comentario elogioso, decidí que había llegado el momento, a lo que se sumó el hecho de que tampoco tenía nada interesante que leer, de enfrentarme a la que según todos, era la mejor novela de McEwan. De McEwan, como de los demás miembros de su prodigiosa generación, Barnes, Ishiguro, etc., tengo una opinión que ya he expresado en múltiples ocasiones, la de que son autores extraordinariamente dotados, pero que sin embargo, los temas que desarrollan, por desgracia, carecen de la sustancia, o de la trascendencia, que creo debe tener toda buena novela. ¿Qué significa lo anterior? Lo que quiero decir, es que una buena novela en los tiempos que vivimos no debe contentarse sólo en contar una historia, por muy potente e interesante que llegue a ser, sino que tiene aspirar a algo que vaya más allá de esa historia, convirtiendo a ésta en la justificación que permita al autor afrontar cuestiones que difícilmente podría tratar de otra forma. Sí, creo que la novela no puede ser nunca un instrumento inofensivo por muy atractiva que pueda llegar a ser, pues hay que reconocer que ahora lo que sobran son historias, historias en todos los formatos, sirviendo éstas en muchas ocasiones, para anestesiar, o para erradicar la capacidad analítica que en principio todos tenemos, y que tan necesaria resulta en la actualidad. Estas historias que mueren cuando se cuentan, para lo que realmente sirven es para entretener y evitar que se mire con los ojos abiertos la realidad y al quehacer que cada cual tiene la obligación de llevar a cabo, lo que las convierte en somníferos que obligan al que las lee, a mirar hacia el preciso lugar en donde no se encuentran sus preocupaciones.
Con esta idea previa comencé a leer “Expiación”, y con esa idea, pero mucho más reforzada, sigo después de haber terminado la novela, aunque con la certeza de que es mucho mejor de lo que recordaba, porque a pesar de que me ha parecido desigual, tengo que reconocer, que posee momentos narrativos realmente magníficos, sobre todo en su primera parte, en donde McEwan se presenta como un excelente narrador, como uno de los mejores narradores que existen en la actualidad. “Expiación” es una estupenda novela para perderse con ella un largo fin de semana, sobre todo si uno lo que desea es precisamente eso, aislarse con una novela durante unos días para no pensar en nada más que sobre el tema que se desarrolla delante de sus ojos, y olvidar los problemas que le puedan cercar, ya que para colmo está bien construida. Para la mayoría de los lectores, y también de los críticos, lo anterior puede ser suficiente para calificar como excelente la novela del inglés, pues para rizar el rizo, en ningún momento elige el camino fácil que muchos de sus colegas no dudan en utilizar, pero estoy convencido que a la literatura de McEwan, con la que hay que ser mucho más exigente de lo habitual por la calidad que posee, le falta ese plus adicional, para dar el salto de la excelencia a ese estadio superior en donde se asientan los grandes maestros de la literatura, que son los que no se limitan sólo a contar bien una buena historia.
“Expiación” es una novela que escribe alguien para exculpar su pecado, el de haber destruido la vida de su hermana y de la persona de la que estaba enamorada, por haber creído y denunciado lo que nunca ocurrió en realidad, en la que desde múltiples visiones, sobre todo en su primera parte, trata de poner de manifiesto que la realidad puede ser entendida de diferentes formas, dependiendo de la perspectiva desde la que se observe, aunque al final la terquedad de la misma la convierta en inalterable.
Esta novela, que desde su calidad literaria cumple con creces con los objetivos marcados por el autor, pues el que consigue sumergirse en ella con toda seguridad pasará unas agradables, y civilizadas horas de lectura disfrutando de una estructura narrativa que posee la virtud de embaucar, lo que no es tan habitual como en principio se podría suponer, hay que reconocer que vale realmente la pena de ser leída y disfrutada. Pero ejerciendo de abogado del diablo, lo que siempre es conveniente, tendría que decir, que esa estructura magistralmente empleada, es utilizada para encubrir la debilidad de la historia que se narra, haciendo que ésta, parezca más sofisticada de lo que realmente es, lo que tergiversa en buena medida los equilibrios que tienen que existir entre lo que se cuenta y la metodología que se debe utilizar para mostrar lo que se desea contar, aunque tal hecho habla bien en favor de McEwan, que gracias a su profesionalidad, de muy poco, consigue sacar de su chistera una interesante novela. Siempre hay que tener cuidado, o al menos hay que tener un mínimo de precaución, con aquellas obras en la que destacan los fuegos artificiales de una estructura desmedida, pues puede, como creo que es el caso, hacer creer que la historia que se cuenta tiene más peso del que en realidad posee.
“Expiación” es a pesar de todo lo dicho una novela recomendable, pero debido a la evidente calidad de su autor, y a pesar de que puede ser su mejor novela, siempre queda la insatisfacción de que hubiera podido ser diferente, si se hubiera realizado menos de cara a la galería, al aplauso del público, y más hacía lo que debe ser la gran literatura.

Sábado 11 de diciembre de 2010

lunes, 17 de enero de 2011

El sueño del celta


LECTURAS
(elo.209)

EL SUEÑO DEL CELTA
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, 2010

Después de finalizar la lectura de “El sueño del celta”, la última y esperada novela de Vargas llosa, varias cuestiones me han asaltado, y todas ellas, todas, se me plantean partiendo de que es una obra, como no podía ser de otra forma viniendo de quien viene, magníficamente escrita y con la estructura adecuada a la historia que cuenta. Todo cuadra en ella, pero sin embargo, no puedo decir que sea una buena novela, o que me haya gustado lo suficiente como para destacarla dentro de la obra del propio autor, o entre las novelas que he leído últimamente. El peruano es un magnífico narrador, pero estoy convencido que ha perdido por el camino la magia que poseía para convertirse sólo en un buen artesano de la literatura, lo que no es poco, alguien que de cualquier tema, después de estudiarlo detenidamente, y por oficio, es capaz de realizar una novela de cuatrocientas páginas muy por encima del nivel medio, pero que desde hace tiempo, no presenta una obra que supere sus propios registros, ni que haga disfrutar de verdad a sus innumerables seguidores. Aunque espero equivocarme, estoy convencido que Vargas Llosa está acabado literariamente, y que tira de esa profesionalidad que posee para sacar, sin necesidad, una novela cada dos o tres años. La buena literatura no es aquella que sólo está bien escrita, sino la que consigue además, aportar al que lee diferentes sensaciones, que la perfección literaria del reciente Nobel, una perfección que sin duda oculta sus carencias, neutraliza por completo. Asumo que afirmar que Mario Vargas Llosa posee carencias literarias puede parecer ante todo una frivolidad por mi parte, una afirmación gratuita de esas que sólo sirven para evitar desarrollar un planteamiento coherente, pero lo único que quiero decir, lo único, es que a pesar de los medios que utiliza para desarrollar sus historias, que son muchos, y de la elaboración de las mismas, siempre a fuego lento y sin que le falte ningún aditivo, la novela que presenta en esta ocasión, se queda sólo, lo que no es poco, en ser una buena narración que en ningún momento consigue entusiasmar al que se acerque a ella, posiblemente porque desde un principio se presenta como demasiado encorsetada y previsible. Sus seguidores, que son legión, dirán precisamente lo contrario, que lo anterior es su mayor virtud, pero sigo pensando que a “El sueño de el celta” le falta sangre, pareciendo más una biografía que una novela. Y no es una biografía, como al final de la obra el propio autor se empeña en subrayar, lo que me empuja a sostener, que lo que falla es el planteamiento de la novela, la visión que se realiza del protagonista, que acaba condicionando toda la obra.
La novela cuenta la historia de un irlandés, Roger Casement, que bajo las órdenes del Imperio Británico, se traslada a África para realizar un informe sobre los desmanes que se estaban llevando a cabo en el antiguo Congo belga, informe que consigue una enorme difusión, en el que se hablaba sin tapujos de los atropellos que bajo la bandera de la civilización, que ocultaba una codicia desmedida por parte de los colonizadores, es estaba produciendo en aquellas lejanas tierras. Debido al éxito de la misión, es enviado con posterioridad a la Amazonía, a una olvidada región del Perú, desde donde llegaban rumores de que estaba acaeciendo lo mismo, a manos esta vez de una importante empresa cauchera con sede en Londres. Una vez terminado satisfactoriamente este trabajo, que le resultó agotador, el protagonista decide centrarse de forma definitiva en la causa que le obsesionaba desde hacía tiempo, la independencia, la liberación de Irlanda del yugo británico. En plena Primera Guerra Mundial ve la posibilidad de lograr la independencia de su país pactando con Alemania, lo que le lleva a ser capturado, procesado por traición y ejecutado. La historia como es habitual en Vargas Llosa, se desarrolla en dos planos, en el primero de los cuales aparece el protagonista en prisión, recibiendo visitas mientras espera el veredicto del consejo de ministros que deliberaba sobre posibilidad de suspender su condena a muerte, y un segundo, en donde se desarrolla la historia de Roger Casement.
Me sorprende que Vargas Llosa, en su última etapa, exceptuando “Travesuras de una niña mala”, que es una de sus peores obras, a la altura de “Lituma en los Andes”, parece que se inclina por dejar a un lado la ficción para plantear novelas basadas en temas reales, como en “La fiesta del Chivo” o “El paraíso en la otra esquina”, lo que tiene su dificultad, pues a veces como en este caso la historia es tan intensa, que la cantidad de datos que hay que poner sobre la mesa para que sea creíble, puede llegar a embarrullarlo todo, haciendo que la novela resulte poco digerible para los lectores. Este es uno de los problemas de “El sueño del Celta”, que a veces parece que está asistiendo uno a una clase de historia, lo que es comprensible, pues sin una explicación previa, se corre el riesgo de que no se comprenda, o que resulte difícil de creer lo que acontece en la narración. Tantos nombres, tantos datos e historias laterales consiguen quitarle dinamismo a este tipo de novelas, por lo que resulta difícil encontrar alguna, alguna de estas características, que consiga convertirse en una obra literaria de calidad.
Pero lo que me sorprende es el cambio de registro del peruano, el de cambiar la ficción por la realidad, o por historias basadas en algo que ha sucedido realmente. Aunque parezca mentira, al menos así lo entiendo, esto último es mucho más difícil, pues hacer de lo que existe o de lo que ha existido literatura tiene que ser de una complejidad extrema, pues la vida está repleta de aristas, de callejones que no van a ninguna parte, que sólo con mucha paciencia y con mucho saber, es posible traducir al negro sobre blanco. Cierto, pues la ficción siempre en caso de dificultad, se puede adaptar sin muchos problemas a los imperativos de la narración. Vargas Llosa parece que se ha cansado de crear historias imaginadas, como con tanto éxito en un principio hacía, para basarse en los yacimientos que la propia realidad le brinda, lo que sucede, y esto es lo que hay que lamentar, es que su obra literaria pierde bastantes enteros con esta opción. A veces se olvida, y nuestro autor no debería hacerlo pues es un gran teórico de la literatura, que en muchas ocasiones la ficción, cuando está bien desarrollada y planteada, cuando no se mira exclusivamente a su ombligo, es un magnífico instrumento para entender y analizar la propia realidad, casi siempre mucho más eficaz, de ahí la grandeza de la novela, que las propias narraciones que con absoluto realismo tratan de explicar lo que ha sucedido realmente.
Estoy convencido que el autor quedó maravillado con la figura de Roger Casement, un luchador contra la explotación, por la defensa de los derechos humanos y de la libertad, pero estoy seguro que la novela hubiera dado más juego, mucho más, si hubiera creado un personaje basado en dicho héroe, pero que no hubiera tenido la servidumbre de tener que recorrer todos los pasos, uno a uno, de una existencia tan sobrecargada como la que vivió el irlandés, La idea hubiera quedado perfectamente planteada, y la novela hubiera sido mucho más aceptable.

Miércoles, 1 de diciembre de 2010

lunes, 10 de enero de 2011

La columna de hierro



LECTURAS
(elo.208)

LA COLUMNA DE HIERRO
Manuel Chaves Nogales
Austral

Me sorprende la extraña virtud que poseen los relatos de Chaves Nogales para conseguir no dejarme indiferente. Desde hace tiempo tengo el volumen editado por Austral con el título “A sangre y fuego”, estoy leyendo sus relatos poco a poco, como creo que hay que leer toda obra de tales características. Lo que me llama la atención, a pesar que desde que leí el primero hasta éste último que acabo de terminar hace unos instantes ha pasado bastante tiempo, es que recuerdo cada uno de los relatos como si los hubiera leído ayer mismo, y esto evidentemente no es normal.
Hace unos días, bajo la lluvia, me encontré con un gran amigo que a su vez es un gran lector, y comentamos, como siempre hacemos, sobre lo último que habíamos leído que nos hubiera llamado realmente la atención, sorprendiéndome, que le interesara un autor, muy de moda en estos momentos, que a mí, sin embargo, me resulta completamente anodino e insustancial. Le dije que había leído una novela de ese autor recientemente, un poco por obligación, dándome cuenta a la mitad de la lectura, que ya la había leído con anterioridad, lo que demostraba, lo que me demostraba le dije, que poca fuerza podían tener sus historias, cuando ni tan siquiera conseguían arraigar en la memoria de los que las leen. Le comenté también, que estaba convencido que el tiempo, ese ecuánime juez que consigue dejarlo todo en su sitio, con toda seguridad, se encargaría de que ese autor, a pesar de los grandes elogios que cosecha en la actualidad, en buena medida debido a la timorata crítica existente, pasaría directamente, y no habría que esperar mucho para ello, al enorme panteón de autores que a pesar de conseguir cierta gloria, quedaban, de forma definitiva, anclados en el olvido por meritos propios. Precisamente lo contrario le ocurre a Chaves Nogales, cuyas potentes historias siempre quedan en la memoria del lector, exigiéndoles a éstos, que profundicen en las mismas, para que no se queden sólo con eso tan absurdo de “me ha gustado”, ya que están realizadas con la intención de que se desarrollen con posterioridad, pues nunca, en ningún caso, son tramas gratuitas. Y este es el grave problema que está logrando arrinconar a la literatura en la actualidad, el que está convirtiéndola en algo banal y completamente prescindible, que las historias que últimamente se escriben, en contra de la naturaleza última de la literatura, carecen de la más mínima sustancia. Este hecho está provocando que muchos lectores, de forma errónea a mi entender, se estén refugiando en el estilo, en la forma en que se cuenta lo que se desea narrar, dejando de lado a la historia misma, sin entender, o sin querer comprender, que una novela decente es aquella que muestra una buena historia contada de la mejor forma posible, siendo todo lo demás divagaciones que carecen sentido.
En “La columna de hierro”, como en todos los relatos de este volumen, se habla de la intrahistoria de La Guerra Civil, de la parte oscura de esa contienda en la que pocos han querido profundizar, a pesar de que gracias a ella se puede llegar a entender, en buena medida lo que en realidad sucedió. El periodista sevillano, en lugar de pararse y deleitarse con las heroicas hazañas tanto de los vencedores como de los perdedores, intenta comprender y mostrar lo que según él acaeció, centrándose en lo que se escondía detrás de tantas banderas y de tantas ideologías, en lo que de humano, para bien o para mal, hubo en aquella fraticida contienda. Sí, porque no se trató de una guerra, como en tantas ocasiones nos han contado, esencialmente idealista, algunos incluso, sin conocer bien lo que ocurrió, llegaron a calificarla como la última guerra romántica, ya que al grito de “sálvese quien pueda”, cada cual hizo estrictamente lo que pudo, haciéndola mucho más complicada de entender y por supuesto de explicar.
En este relato se habla de uno de los problemas que tenía el bando republicano, la existencia de bandas, en este caso un grupo de anarquistas, que intentaban hacer la guerra por separado sin reparar ni hacer caso a las directrices que emanaban del alto mando al que teóricamente pertenecían. Eran bandas, bandas terroristas, que en lugar de estar en el frente luchando en primera línea que era donde tenían que estar, se dedicaban a la rapiña en el propio territorio republicano, al creerse con el derecho, y con el deber de hacer la revolución por su cuenta, lo que acarreó, por las atrocidades que realizaron, casi siempre contando con la oposición de los que velaban por la legalidad, un fuerte malestar en la población hacia lo que en esencia representaba la república.
Sí, desde muy joven he asistido a la polémica, entablada casi siempre por personas mayores, ente los que afirmaban, por norma general de tendencia anarquista, que todo se perdió porque se intentó hacer antes la guerra que la revolución, y los que por el contrario decían que no, que todo se fue al garete, por culpa de los que creyeron que la revolución había que hacerla antes o en paralelo a la propia guerra, al provocar éstos, una importante desunión en el bando republicano, una desunión y también un miedo innecesario en la población, que veía que la barbarie también anidaba entre los miembros de su propio bando. Ahora, después de tantos años, estoy convencido que la única forma de haberse podido ganar aquella guerra, era mediante la unidad y la ciega lealtad de los partidarios de la legalidad a un mando único, y que más que la revolución lo que había que poner era orden, un orden que sin duda daría credibilidad a los que luchaban por mantener la república, es decir la democracia y la libertad, y que más adelante, cuando todo se hubiera calmado, sin duda se encontraría tiempo suficiente para todo lo demás. Pero hay que reconocer que eran tiempos difíciles y que el país posiblemente no estaba preparado, sin clase media, para sostener una república democrática, que desde el inicio se encontró sin un amplio sector social que la apoyara, lo que provocó la potenciación de los extremismos suicidas, lo que a su vez dio lugar a la carnicería que produjo. No, evidentemente no se trató de una guerra romántica, pues en ella afloró toda la podredumbre que existía en la sociedad española de la época, y sucedió lo que tenía que suceder, que los que pudieron hacer valer su autoridad entre los suyos consiguieron llevarse el gato al agua.
“La columna de hierro” es un pequeño relato sin ambiciones estilísticas, pero correcto, en donde sólo se trata de contar algo, pero algo de interés, por eso, a pesar de los años, sigue siendo interesante su lectura. Creo que la literatura, para que de una vez por todas supere el estéril interrogante sobre su futuro, debe dejar de buscar la cuadratura del círculo, para con modestia volver a sus orígenes, a presentar textos que aspiren sencillamente a despertar el interés de los que se acerquen a ellos, como magistralmente hace, o hacía Chaves Nogales.

Lunes, 22 de noviembre de 2010