
LECTURAS
(elo.178)
RETRATO DE UN HOMBRE INMADURO
Luis Landero
Tusquets, 2.009
Por miedo, por temor a que pudiera defraudarme, he dilatado en el tiempo la lectura de la última novela de Luis Landero, y eso a pesar de estar convencido, de que el extremeño es uno de los pocos, de los cinco o seis autores de peso que existen en nuestro país, y que la aparición de una nueva novela suya, siempre debe representar un acontecimiento para todos los interesados en la literatura. Landero es uno de esos pocos autores que merecen la pena seguir, pero así y todo, posiblemente porque posea una voz distinta, una voz y un discurso demasiado singular, cueste, o me cueste más trabajo leerlo que a otros autores de una calidad semejante a la que él posee. Su capacidad literaria resulta innegable, pero sus historias, al rayar en muchas ocasiones el absurdo, convierten sus novelas en algo difícil de encajar, y no precisamente porque resulten complicadas o enrevesadas. No resultan trascendentes, que es lo que casi siempre se busca, al asentarse en la cotidianidad de unos personajes que en ningún caso representan al héroe moderno, sino al hombre normal y cotidiano, para colmo dibujado con una ironía que lo sitúa al bode del absurdo. Parece que Landero, en cada una de sus novelas se ríe de sus personajes, lo que hace que el lector se sienta incómodo, acostumbrado como está, a encontrarse con protagonistas que mantienen un rumbo fijo, serio e inquebrantable ante su existencia. La opinión que mantengo de Luis Landero, por tanto, es la de que es un gran novelista, pero que la temática de sus obras, y también la forma que tiene de afrontarlas, a pesar de que suelo pasarlo bien cuando las leo, me chirrían en exceso, ya que el gracejo con que las adereza, al menos desde mi punto de vista, es lo que en realidad consigue devaluarlas. Y digo esto, porque estoy convencido que Landero, que las obras de Landero podrían dar mucho más de sí, pero claro, sin esa singularidad que caracterizan sus novelas y que las hace inconfundibles, su literatura no sería su literatura, y se convertiría en un novelista más, sin nada distinto que ofrecer. Ese algo distinto es lo que valoro en sus novelas, pero al mismo tiempo, y valga la contradicción, es lo que le critico, lo que significa, y esto va en mi contra, es su forma diferente de afrontar la literatura, lo que a fin de cuenta es su gran aportación.
Cada lector posee un gusto determinado, unas preferencias que le obligan a frecuentar a unos autores y no a otros, a apostar por unas temáticas y a descartar otras. Pero este hecho tan lógico y tan humano, consigue reducir el panorama que ante él se presenta, por lo que siempre se debe realizar un esfuerzo para derribar esas barreras, en todo momento limitadoras que se le anteponen, con la intención de superar las imposiciones que se quiera o no suponen las preferencias. Una buena novela no necesariamente tiene que ser aquella que se acople al canon literario que uno posea, sino la que literariamente afronte un tema y cumpla con los objetivos que su autor se propuso, motivo por el cual, no sólo resulta necesario, sino imprescindible, que sin abandonar la posición que se ocupe, lo que en el fondo es imposible, se intente comprender y disfrutar de lo que desde otras perspectivas se propone. Este ejercicio empático resulta básico, y no sólo en el campo literario, ya que si no se realiza, por dogmatismo o pereza, se puede caer en un reduccionismo que puede hacer la vida más fácil, desde luego, con muchas menos contradicciones, pero sin la diversidad necesaria para apreciar la multitud de tonalidades que hoy por hoy lo envuelve todo. Por ello, a pesar de que el universo literario de Landero no es el que más me interesa, al no adaptarse al estándar literario que poseo, siempre, aunque como en esta ocasión un poco más tarde la cuenta, acabo por leer sus novelas, que normalmente me suelen hacer reír, aunque al final, cuando cierro sus novelas, casi nunca consigo que me aporten nada.
Me resulta curioso que la mejor novela en mi opinión del extremeño, “Caballeros de fortuna”, la única que he leído en dos ocasiones, sea la que él más deteste, y que la que el autor prefiere, “El guitarrista”, para mi gusto sea la más débil de todas las que ha publicado, lo que quiere decir entre otras cosas, que no soy un buen lector de Landero, al no encajar en su forma de entender el arte de la novela. No obstante, después de leer “Retrato de un hombre inmaduro”, tengo que reconocer, que a pesar de que no sea una obra que recomendaría a mis amigos, a mis amigos de verdad, que es una buena novela, al cumplir los objetivos que creo que el autor se impuso, y en donde el fondo y la forma se adaptan a la perfección. La historia trata de alguien, del que nunca se llega a saber su nombre, que le cuenta a una mujer, de la que tampoco se llega a saber nada, en los últimos días de su vida lo que había sido su existencia, y que al comprender que había carecido de un discurso unitario, de una línea maestra a seguir, se ve obligado a narrar la multitud de acontecimientos, que son los que en realidad habían, a falta empresas mayores, conformado su vida. Y ahí, en esos acontecimientos, mostrados como si se trataran de escenas independientes, todas ellas, como dije con anterioridad a un paso del absurdo, y que obligan a que el lector por el absurdo de dichas escenas se sonría o se ría abiertamente, se encuentra la fortaleza de esta novela, que sin duda alguna se posiciona entre las mejores del autor.
Creo que nunca hay que exigirle nada a nadie, salvo que sea fiel hacia aquello en lo que cree, máxima que también, por supuesto, hay que extender al plano literario. A Landero, aunque a veces uno tenga la tentación de exigirle una obra de altura, sobre todo después de calibrar su capacidad literaria, sólo se le puede pedir, porque es de rigor, sobre todo a estas alturas de su carrera, que siga trabajando en las directrices que comenzó a desarrollar con su primera obra “Juegos de la edad tardía”.
Sábado, 09 de enero de 2010
(elo.178)
RETRATO DE UN HOMBRE INMADURO
Luis Landero
Tusquets, 2.009
Por miedo, por temor a que pudiera defraudarme, he dilatado en el tiempo la lectura de la última novela de Luis Landero, y eso a pesar de estar convencido, de que el extremeño es uno de los pocos, de los cinco o seis autores de peso que existen en nuestro país, y que la aparición de una nueva novela suya, siempre debe representar un acontecimiento para todos los interesados en la literatura. Landero es uno de esos pocos autores que merecen la pena seguir, pero así y todo, posiblemente porque posea una voz distinta, una voz y un discurso demasiado singular, cueste, o me cueste más trabajo leerlo que a otros autores de una calidad semejante a la que él posee. Su capacidad literaria resulta innegable, pero sus historias, al rayar en muchas ocasiones el absurdo, convierten sus novelas en algo difícil de encajar, y no precisamente porque resulten complicadas o enrevesadas. No resultan trascendentes, que es lo que casi siempre se busca, al asentarse en la cotidianidad de unos personajes que en ningún caso representan al héroe moderno, sino al hombre normal y cotidiano, para colmo dibujado con una ironía que lo sitúa al bode del absurdo. Parece que Landero, en cada una de sus novelas se ríe de sus personajes, lo que hace que el lector se sienta incómodo, acostumbrado como está, a encontrarse con protagonistas que mantienen un rumbo fijo, serio e inquebrantable ante su existencia. La opinión que mantengo de Luis Landero, por tanto, es la de que es un gran novelista, pero que la temática de sus obras, y también la forma que tiene de afrontarlas, a pesar de que suelo pasarlo bien cuando las leo, me chirrían en exceso, ya que el gracejo con que las adereza, al menos desde mi punto de vista, es lo que en realidad consigue devaluarlas. Y digo esto, porque estoy convencido que Landero, que las obras de Landero podrían dar mucho más de sí, pero claro, sin esa singularidad que caracterizan sus novelas y que las hace inconfundibles, su literatura no sería su literatura, y se convertiría en un novelista más, sin nada distinto que ofrecer. Ese algo distinto es lo que valoro en sus novelas, pero al mismo tiempo, y valga la contradicción, es lo que le critico, lo que significa, y esto va en mi contra, es su forma diferente de afrontar la literatura, lo que a fin de cuenta es su gran aportación.
Cada lector posee un gusto determinado, unas preferencias que le obligan a frecuentar a unos autores y no a otros, a apostar por unas temáticas y a descartar otras. Pero este hecho tan lógico y tan humano, consigue reducir el panorama que ante él se presenta, por lo que siempre se debe realizar un esfuerzo para derribar esas barreras, en todo momento limitadoras que se le anteponen, con la intención de superar las imposiciones que se quiera o no suponen las preferencias. Una buena novela no necesariamente tiene que ser aquella que se acople al canon literario que uno posea, sino la que literariamente afronte un tema y cumpla con los objetivos que su autor se propuso, motivo por el cual, no sólo resulta necesario, sino imprescindible, que sin abandonar la posición que se ocupe, lo que en el fondo es imposible, se intente comprender y disfrutar de lo que desde otras perspectivas se propone. Este ejercicio empático resulta básico, y no sólo en el campo literario, ya que si no se realiza, por dogmatismo o pereza, se puede caer en un reduccionismo que puede hacer la vida más fácil, desde luego, con muchas menos contradicciones, pero sin la diversidad necesaria para apreciar la multitud de tonalidades que hoy por hoy lo envuelve todo. Por ello, a pesar de que el universo literario de Landero no es el que más me interesa, al no adaptarse al estándar literario que poseo, siempre, aunque como en esta ocasión un poco más tarde la cuenta, acabo por leer sus novelas, que normalmente me suelen hacer reír, aunque al final, cuando cierro sus novelas, casi nunca consigo que me aporten nada.
Me resulta curioso que la mejor novela en mi opinión del extremeño, “Caballeros de fortuna”, la única que he leído en dos ocasiones, sea la que él más deteste, y que la que el autor prefiere, “El guitarrista”, para mi gusto sea la más débil de todas las que ha publicado, lo que quiere decir entre otras cosas, que no soy un buen lector de Landero, al no encajar en su forma de entender el arte de la novela. No obstante, después de leer “Retrato de un hombre inmaduro”, tengo que reconocer, que a pesar de que no sea una obra que recomendaría a mis amigos, a mis amigos de verdad, que es una buena novela, al cumplir los objetivos que creo que el autor se impuso, y en donde el fondo y la forma se adaptan a la perfección. La historia trata de alguien, del que nunca se llega a saber su nombre, que le cuenta a una mujer, de la que tampoco se llega a saber nada, en los últimos días de su vida lo que había sido su existencia, y que al comprender que había carecido de un discurso unitario, de una línea maestra a seguir, se ve obligado a narrar la multitud de acontecimientos, que son los que en realidad habían, a falta empresas mayores, conformado su vida. Y ahí, en esos acontecimientos, mostrados como si se trataran de escenas independientes, todas ellas, como dije con anterioridad a un paso del absurdo, y que obligan a que el lector por el absurdo de dichas escenas se sonría o se ría abiertamente, se encuentra la fortaleza de esta novela, que sin duda alguna se posiciona entre las mejores del autor.
Creo que nunca hay que exigirle nada a nadie, salvo que sea fiel hacia aquello en lo que cree, máxima que también, por supuesto, hay que extender al plano literario. A Landero, aunque a veces uno tenga la tentación de exigirle una obra de altura, sobre todo después de calibrar su capacidad literaria, sólo se le puede pedir, porque es de rigor, sobre todo a estas alturas de su carrera, que siga trabajando en las directrices que comenzó a desarrollar con su primera obra “Juegos de la edad tardía”.
Sábado, 09 de enero de 2010
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