sábado, 31 de octubre de 2009

Tantas maneras de empezar



LECTURAS
(elo.168)

TANTAS MANERAS DE EMPEZAR
Jon McGregor
Salamandra, 2.006

Últimamente he leído, he tenido la suerte de encontrarme con diversas novelas que han valido la pena, pero hacía mucho tiempo que no tropezaba con ninguna que lograra conmoverme tanto como ésta que acabo de terminar. Me ha conmovido, sí, sobre todo, porque ha conseguido, sin necesidad de caer en el sentimentalismo ramplón, y sin que esa fuera la intención del autor, removerme historias pasadas que creía completamente, iluso que es uno, ancladas de forma definitiva en mi memoria. Y lo ha logrado, sin que la historia que cuenta tenga nada que ver conmigo, aunque pensándolo bien, puede que todas las historias se encuentren íntimamente entrelazadas entre sí.
A pesar de que la felicidad es el objetivo común, el único al que todos aspiramos, parece que de forma incomprensible, hacemos todo lo posible, e incluso lo imposible por alejarnos de ella, sin comprender, que en la mayoría de las ocasiones, se encuentra justamente al lado de donde nos encontramos. Siempre hay algo urgente que hacer, un socavón que tapar, una deuda pendiente que se interpone entre lo que somos y lo que tenemos que ser, de suerte, que se va dejando para mañana, o para pasado mañana lo imprescindible, sin que haya nadie a nuestro lado, que con autoridad nos sacuda para decirnos “que nos estamos equivocando”, que muchísimo mucho más fácil de lo que parece. Pero no, nos empeñamos en que no, convencidos de que siempre hay algo que se interpone, algo imprescindible que realizar antes de afrontar lo imprescindible. ¿Por qué somos así? Evidentemente se trata de un misterio que habla a las claras de nuestras incapacidades, que demuestra, o deja patente el miedo que tenemos a coger el fruto, el fruto que dicen prohibido, al creer, posiblemente, que eso que se nos ofrece, tan fácil de conseguir y de saborear, no puede, ni de lejos, ser la base sobre la que tenga que asentarse nuestra existencia. En fin, de forma constante nos complicamos la vida, hacemos que ésta se convierta en un artefacto difícil de gobernar y de sobrellevar, una carga que nos obliga a vagar sin descanso siempre a la espera de que llegue el día en que podamos atracar en el puerto imaginado, cuando por fin, todas las cuestiones pendientes queden solventadas El problema, es que casi siempre, entre unas cosas y otras, entre tanto trajín, entre tantas preocupaciones, a donde en realidad se llega es al puerto definitivo.
Sí, estoy convencido que la felicidad se encuentra ahí, al alcance de la mano, pero claro, no hablo de esa felicidad perfecta, de esa felicidad metafísica y apolínea que tanto han cantado los poetas, no, por supuesto, entre otras razones porque esa felicidad sencillamente no existe, nunca ha existido ni nunca existirá, sino de otra, de una felicidad minúscula que cuando estalla hace que todo sea diferente. Hablo de la felicidad necesaria, la que partiendo de la cual, o apoyada en la cual, se pueda afrontar la existencia sin prejuicios y sin taras, de una felicidad, que a pesar de ser esencial, de ser el objetivo que hay que perseguir, en ningún caso puede ser la justificación de nuestra vida, sino sólo el punto de partida hacia una existencia aceptable.
Son muchos los que gastan sus vidas buscando esa felicidad inexistente, los que creen, que en lugar de dedicarse a vivir, tienen que gastar todas sus energías en tratar de hallar en la tierra ese lugar con el que sueñan todas las noches, lo que suele conducirles a un estado de desazón permanente, a un extraño vivir sin vivir, en donde todo queda aparcado hasta que se produzca ese milagro prodigioso que en ningún caso llegará a materializarse.
“Tantas maneras de empezar” habla de lo anterior, de dos personas que aparcan sus vidas hasta poder resolver las incógnitas de su pasado, ya que estaban convencidos, que hasta que no consiguieran solventar todo aquello que les hipotecaba el presente, no podrían ser felices. Uno de ellos necesitaba conocer su pasado, saber quiénes eran sus verdaderos padres, y el otro, bueno la otra, tenía que superar la intransigencia a la que siempre la había sometido su madre. Ambos creían, estaban convencidos, que sólo podrían ser felices si superaban sus problemas, comprendiendo al final, sólo al final, que muchos problemas resultan insolubles, y que la única solución puede que se encuentre, en intentar convivir con ellos, pero con la mirada puesta siempre en el presente y en el futuro.
Pero lo curioso de esta novela, lo que llama poderosamente la atención de ella, es la forma en que está desarrollada, que es lo que consigue hacerla especial. Está compuesta por capítulos pequeños, todos ellos con nombres de objetos que remiten al pasado de los dos protagonistas, pues en cada uno de ellos, se narra una estampa de la vida de uno o de otro, de suerte, que mientras se van leyendo, se tiene la sensación, de que poco a poco se va completando un complicado rompecabezas, el de las historias de los protagonistas. Pero lo anterior se adereza con un estilo narrativo en el que la dulzura lo impregna todo, lo que no impide, que en determinados momentos, se observen alturas narrativas insospechadas, que hace comprender al lector, que se encuentra ante una magnífica novela, de esas que están muy, pero que muy por encima de la media.
Sólo me queda por decir, para terminar, “Que tantas maneras de empezar” es una de las mejores novelas, tanto por su temática como por su construcción, que he leído en los últimos años, que me va a obligar a seguir la carrera de este joven narrador británico, que sin duda, con el tiempo nos ofrecerá obras que darán mucho que hablar.

Martes, 15 de septiembre de 2009

viernes, 23 de octubre de 2009

Masacre, masacre


LECTURAS
(elo.167)

MASACRE, MASACRE
Chaves Nogales
Austral, 1.937

La Guerra Civil, por lo que significó, siempre ha representado un importante yacimiento de temas literarios. A pesar de los años, raro es el ejercicio, en el que no aparece en el mercado una obra que se base en la sangrienta contienda que enfrentó a los españoles. Fue una guerra más, de las muchas que anegaron de sangre las tierras de la vieja Europa, pero en ella había algo que la hizo distinta, que la singularizó del resto de los conflictos que hasta entonces se habían producido, la de ser, a pesar de los muertos y del terror, una guerra romántica, una contienda donde las ideologías marcaron las pautas y los escenarios, en la que muchos hombres y mujeres encontraron una justificación para entregar sus vidas. Puede parecer extraño, casi increíble para los que vivimos en la época actual, comprender, que hubo un tiempo en que la gente cogía un fúsil para defender lo que pensaba, que cogía un fúsil para matar y exponer su vida, al estimar que había algo superior, más importante que la propia existencia, las ideas que se profesaban. Tuvo que ser, al menos así lo veo desde la distancia, un periodo inhóspito, no digo inhumano porque fue demasiado humano, en donde el dogmatismo y la intolerancia, consiguió crear un ambiente irrespirable, en donde todos los odios salieron a la luz, mientras que la razón, de forma incomprensible, bajó a las tinieblas. Un tiempo sin política, en donde la política paradójicamente lo impregnaba todo, en donde las ideologías, parafraseando al propio Chaves Nogales, llegaron a superar la medida de lo humano, y en donde algunos, amparándose en el caos imperante, trataron de hacer “de su capa un sayo”.
“Masacre, Masacre” es otro trabajo sobre la guerra civil, en donde su autor, subraya el hecho de que no se trata de un relato de ficción más, ya que todo lo que en él se narra, en un momento o en otro, sucedió en realidad. Bien, no tengo nada, ningún dato para dudar de la palabra de Chaves Nogales, en su intento de notificar lo que en realidad acaeció, pero lo que parece claro, es que la historia brota del sector de los que desde un principio perdieron la guerra, de los que la perdieron en el mismo instante en que se inició, pues el autor pertenecía a ese reducido grupo de españoles, que desde la política y el pensamiento, creyeron posible, en unos tiempos como aquellos, que podrían conducir a nuestro país a la normalidad democrática, es decir, a la civilización.
Chaves Nogales evidentemente no era objetivo, pues entre todas las historias que se le presentaron, que tuvieron que ser muchas, eligió la que más le interesaba, la que mejor le convenía para atestiguar la maldad y la barbarie de los dos bandos enfrentados, pero también, para dejar constancia, de que la solución no radicaba en apostar por unos bárbaros o por los otros. En esta obra no aportan alternativas, cosa que nunca debe hacer un periodista, sólo se limita a mostrar lo que en tantas ocasiones se ha intentado obviar, que independientemente a las causas que originaron el conflicto, ninguno de los dos bandos estaba capacitado para dejar sobre la mesa un proyecto civilizado de convivencia. ¿Pero que se escondía detrás de ese empeño? Pues evidenciar que no sólo existían dos españas, al existir otra, muy débil, como se demostró, pero que estaba ahí, impotente para hacerse oír, y que quedó desbordada desde un primer momento. Era la España republicana, la que gobernaba cuando estalló el famoso alzamiento militar y que tantos varapalos recibió de uno y de otro bando, la que carecía de épica, de una ideología militarizada, a la que pertenecía el propio Chaves Nogales y otros importantes intelectuales de la época, que quedó eclipsada por el estruendo de las bombas y de los discursos incendiarios, aquella que no tuvo más remedio de huir dejando un páramo desolado a sus espaldas, un inmenso erial, en donde sólo tenían cabida el dogmatismo y la violencia. El autor, en este pequeño relato, habla, sin hablar de ella, de la tercera España, de una España que pudo ser, aunque las circunstancias nunca fueron las favorables, cuyos partidarios no tuvieron más remedio que esconder y llevarse sus esperanzas a lejanos lugares en donde, algunos de ellos, consiguieron depositar su magisterio.
“Masacre, masacre” es un relato en donde de forma clásica, marcando los tiempo, el periodista Chaves Nogales cuenta el terror de la guerra en el Madrid asediado por el ejército nacional. Relata un Madrid nada idílico, en donde los milicianos buscaban, para vengarse de los daños que ocasionaban en la población los constantes bombardeos enemigos, a todos los que creían que simpatizaban con el bando contrario, que eran ejecutados, en la mayoría de las ocasiones, sin que existiera juicio previo.
Las estampas que narra el autor, nada tienen que ver, ni de lejos, con el Madrid épico tantas veces cantado por los simpatizantes de la causa republicana, pues en esa ciudad que se resistía a caer en las garras del fascismo, también existía otro fascismo enmascarado, que llenaba de terror sus calles, el de los milicianos que estaban convencidos que la revolución estaba por encima del respeto a las vidas humanas.
Interesante relato, bien construido que aporta otra imagen de lo que fue esa cruel guerra, en la que muy pocos, consiguieron estar a la altura de lo que el ser humano siempre deber exigir, humanidad.

Jueves, 10 de septiembre de 2.009