jueves, 28 de mayo de 2009

Anatomía de un instante


LECTURAS
(elo.155)

ANATOMÍA DE UN INSTANTE
Javier Cercas
Mondadori, 2.009


Tiene razón Javier Cercas cuando dice, que todos los que vivimos aquellos momentos, los del golpe de estado del veintitrés de febrero, recordamos con precisión lo que estábamos haciendo, y lo que hicimos a continuación, cuando nos enteramos que un grupo de guardias civiles, al mando del teniente coronel Antonio Tejero, habían entrado y ocupado por la fuerza el Congreso de los Diputados. Y lo recordamos, porque desde un primer momento, de forma independiente a la conmoción que tal hecho nos provocó, tuvimos consciencia de que asistíamos a un momento histórico, que podía marcar, como en realidad lo hizo, el devenir de la realidad política que tan apasionadamente vivíamos por aquellos tiempos. El intento de golpe de estado, o mejor dicho, el golpe de estado del veintitrés de febrero, es una de esas fechas, que al menos para los miembros de mi generación, y hablo de generación en términos orteguianos, es uno de esos escasos momentos, repito, que todos tenemos subrayado en nuestra memoria, de suerte que, a pesar de la importancia del mismo, muchos estamos convencidos que aún no se ha dicho sobre él, a pesar de todo lo que se ha escrito sobre el mismo, la última y definitiva palabra. Quedaron muchos puntos oscuros, que de forma inevitable posibilitaron una abundante literatura, en muchos casos, como suele ocurrir, demasiado creativa e imaginativa, lo que con el tiempo, ha conseguido que todo lo acaecido en aquel lejano mes de febrero, se encuentre sumergido en una oscuridad hasta cierto punto inconcebible, sólo justificable, por el interés de algunos, de que nunca quedara al descubierto lo que en realidad sucedió.
Por lo anterior, no me ha extrañado en absoluto, que alguien como Javier Cercas, que alguien con la edad de Javier Cercas, trate en su último trabajo, de aportar un poco de luz, sobre los acontecimientos que nos impidieron dormir aquella noche, y sobre los que tanto y tanto hemos hablado desde entonces, y que con seguridad consiguieron modificar, en buena medida el desarrollo de nuestro sistema democrático. Sí, Javier Cercas, intenta acercarse a lo que aconteció, con la intención de buscar respuestas a los innumerables interrogantes, que a pesar de los años transcurridos, demasiados, aún se encuentran sin responder, y al ser novelista, intentó en un principio realizar una novela sobre dichos sucesos, a través de la cual, poder analizar y profundizar sobre los mismos, pero comprendió, que ningún relato de ficción que pudiera articular, podría estar a la altura de lo que en realidad sucedió. Por ello, ante la imposibilidad de realizar una novela, se dedicó a escribir y a escribir a partir de las imágenes televisivas que inmortalizaron aquellos instantes, centrándose en las tres figuras, que de forma sorprendente, desobedecieron las órdenes que recibieron de los asaltantes y permanecieron sentados en sus escaños, es decir, en Santiago Carrillo, en el vicepresidente Gutiérrez Mellado y en Adolfo Suárez, sobre todo en Adolfo Suárez. A partir de estas tres personalidades, esenciales en la transición política, realiza una disección de todo aquel momento histórico, mostrando todas las miserias y todas las grandezas del mismo, dejando una visión de lo acaecido, que puede resultar en muchos momentos arriesgada, pero de un interés innegable.
La tesis de Cercas, es que desde todos los ámbitos de la sociedad española, se cultivó el terreno con objeto de que los militares se quedaran sin justificaciones para no sacar los tanques a la calle. Evidentemente no se hizo de forma consciente, pero según él, desde todas las esquinas, de forma irresponsable, se disparaba contra el ejecutivo, que se encontraba desbordado e impotente ante la situación, ante la terrible situación por la que atravesaba la sociedad española. Cierto que no eran momentos apacibles, pues la segunda crisis del petróleo, unido a las anquilosadas estructuras del tejido productivo español, provocó una importante crisis que dejó en el desempleo a un número considerable de trabajadores; que ETA se encontraba en su mejor momento, cebándose en el ejercito y en las fuerzas de orden público, dejando un reguero de sangre que ninguna sociedad minimamente sana podía soportar; que las reivindicaciones nacionalistas parecían que iban a conseguir desgajar definitivamente al país, y que la clase política, tanto desde la oposición, como desde dentro del propio partido gubernamental, parecía empeñada, en creer que todos los males se solventarían con la salida del gobierno de Adolfo Suárez. Ante una coyuntura como la existente, el ejército, que siempre se había mostrado receloso ante los cambios producidos tras la muerte del Franco, se creyó en el deber, en el sagrado deber, de intervenir con la intención de dar un golpe de timón a la caótica y casi anárquica situación por la que atravesaba el país. Para Cercas, ésta fue la placenta del golpe, dejando entrever, de ahí lo controvertido de su tesis, que el ejército, a pesar de ser esencialmente golpista, sólo intervino auspiciado por la lamentable realidad que se presentaba ante él, justificando hasta cierto punto, creo que de forma involuntaria, una asonada militar que sólo fracasó por la cobardía de muchos mandos, pues según él, y estoy de acuerdo, la situación invitaba, a que gran parte de la población, lo que siempre se ha denominado la mayoría silenciosa (y silenciada), hubiera visto con buenos ojos un golpe blando, un golpe a la turca, que mantuviera un sistema democrático estable y en todo momento vigilado, vigilado y controlado evidentemente por los militares.
A pesar de lo difícil de la situación, y a pesar de que el golpe teóricamente fracasó, sirvió para que la situación cambiara de forma radical, pues a partir de ese momento, con la salida de Suárez del gobierno, todo comenzó a estructurarse y a reconducirse de forma diferente, demostrándose, que si para algo sirvió el intento de golpe de estado, como muy bien apunta el autor, fue para clausurar definitivamente la tan alabada por muchos transición democrática española. ¿Qué ocurrió para ello? En primer lugar, que el ejército quedó tan desprestigiado, al menos los mandos franquistas que lo tutelaban, que el peligro real de un nuevo golpe militar quedó desactivado, pero sobre todo, al hecho de que Suárez, y su estilo de hacer política, pasaran a la historia.
No cabe duda que la democracia española le debe mucho a Suárez, pues tuvo la valentía suficiente como para enfrentarse y desmantelar desde dentro la estructura política de la que provenía, pero fue incapaz de gestionar el nuevo sistema que alumbró, ya que siempre fue un político de golpes de efectos, y no un gestor político, que era lo que en realidad necesitaba en esos momento España.
En lo fundamental no estoy de acuerdo con Cercas, pues creo, que a pesar de las circunstancias negativas en las que se desenvolvía el país, la culpa del golpe del veintitrés de febrero la tuvieron una serie de militares, que desde la muerte de Franco, no dejaron de conspirar contra el nuevo régimen, por lo que no hay que echarle la culpa a otras circunstancias, pues el ejército, por muy poderoso que sea, o por mucho poder que en el pasado hubiera podido tener, posee un papel determinado, que no es precisamente el de tutelar la política de un país.
La crisis económica había que afrontarla a base de políticas económicas acertadas, y la lucha política siempre es legítima, por muy encanallada que se presente, siendo en último caso la ciudadanía, la que tiene que poner las cosas en su sitio. No hubo placenta ni justificación del golpe, no, lo que realmente existió, fue un grupo, bastante numeroso por cierto, de militares irresponsables que creían, que estaban convencidos, que tenían un papel distinto del que la legitimidad les imponía.

Viernes, 8 de mayo de 2.009

sábado, 16 de mayo de 2009

La tregua


LECTURAS
(elo.154)

LA TREGUA
Primo Levi
Muchnik Editores

No hace mucho, leí “Si esto es un hombre”, la primera entrega de la famosa trilogía de Primo Levi, dejando voluntariamente para más adelante las siguientes obras, pues no creía oportuno, por la temática, por la dureza de la temática, leerlas de corrido. Acabo de terminar de leer “La tregua” obra de la que nunca nadie me había hablado, por lo que no sabía ni tan siquiera, que se trataba de un relato de las peripecia que tuvo que padecer el propio Levi, y los que le acompañaron, para poder regresar a su país una vez que fue liberado de Auschwitz. Creí, y evidentemente estaba equivocado, que las aventuras a las que fue empujado el italiano, llegaron a su fin el día en que las tropas soviéticas entraron en el campo de concentración en el que se encontraba, pero su calvario, como el de tantos otros, se prolongó de forma inexplicable, hasta bastante después de terminada la contienda. “La tregua” relata lo acaecido, desde el momento en que teóricamente fue puesto en libertad, hasta que por fin, su peregrinaje por el este de Europa, a lomo de trenes inmundos, finaliza con su llegada a Turín, su ciudad. Se podría pensar, sobre todo porque “La tregua” es una obra menor, comparada con la que da inicio a la trilogía, que en esta ocasión, también se cumple aquella máxima tan manida, “de que las segundas partes nunca fueron buenas”, pero hay que reconocer, que si bien no alcanza la altitud de “Si esto es un hombre”, el relato quedaría incompleto, si Levi no hubiera contado lo que padeció antes de reencontrarse con su familia. Sí, porque hasta que no llegó a su casa de Turín, en la que a duras penas pudo ser reconocido por sus seres queridos, el protagonista no recobró su libertad. El texto sirve para comprender, aunque se base como es lógico en el caso concreto del propio Levi, que la guerra no terminó en el momento en que las tropas alemanas se rindieron, ya que a partir de ese instante, se inició un duro proceso de ajuste, en donde se tuvo que hacer inventario de lo que quedaba, pues las aguas no volvieron, no pudieron por todo lo que había pasado, volver a su cauce hasta bastante después, ya que fueron muchos los muertos, demasiados los desplazados, para que en un abrir y cerrar de ojos todo recobrara la normalidad. Pero durante ese pequeño espacio de tiempo, interminable para los que deseaban recobrar lo que había sido con anterioridad sus vidas, Europa vivió un extraño periodo en donde de hecho existió una tregua, de ahí el nombre del libro, debido precisamente a que aún todo estaba por ajustar. Un periodo de tiempo, que se extendió desde que finalizó la contienda, hasta que se inició lo que con posterioridad se denominó la guerra fría, en el que aún nada estaba definido, en donde todas las fuerzas disponibles, parece que se destinaron a contar los muertos y en saber qué quedaba en pie. Bastante había con eso, lo que posibilitó, mientras que los diferentes gobiernos se dedicaban a las labores de intendencia en lugar de mirar de reojo a sus contrarios, un extraño espacio de tiempo en donde fue posible la fraternidad, a pesar de las dificultades del momento. En ese periodo de paz, pese a los recuerdos y a las angustias que cada cual cargaba sobre sus espaldas, sobresale algo fundamental, las ganas de vivir, mostrando el autor, un abanico de personajes que sólo tenían en común precisamente eso, el deseo de dejar atrás lo pasado y volver a enfrentarse con la cotidianidad de sus existencias.
Como “Si esto es un hombre”, “La tregua” es una obra que se lee bien, gracias a que Levi no se desliza en ningún momento por el fácil victimismo, limitándose a narrar lo que ocurrió ante sus ojos, sin caer en la tentación de profundizar en los hechos, lo que convierte a sus textos, en documentos de un valor incalculable, no sólo para saber, para conocer lo que acaeció en aquellos dramáticos años, sino para llegar a comprender mejor el alma de los seres humanos. Es un texto que hay que leer, aún más, que debería de ser lectura obligatoria, pues al hombre, al ser humano, cuando en realidad se le conoce, es cuando se encuentra entre la espada y la pared, ya que en los límites es imposible la pose, actitud en la que suele acomodarse cuando se encuentra en condiciones normales.

Miércoles, 22 de abril de 2.009

domingo, 10 de mayo de 2009

Viaje al fin de la noche


LECTURAS
(elo.153)

VIAJE AL FIN DE LA NOCHE
Louis-Ferdinand Céline
Quinteto, 1.952

Desde hace bastante tiempo, deseaba volver a leer esta novela que en su día, siendo aún un adolescente, me llamó poderosamente la atención. Recordaba que se trataba de un texto duro, que mostraba una forma de entender la existencia no acorde con los parámetros establecidos, hecho que le aportaba al autor un marchamo diferente, sobre todo, porque no se acomodaba a los parámetros imperantes. Ahora, sin embargo, cuando acabo de terminar su lectura, estimo que “Viaje al fin de la noche”, a pesar de todo lo que la he elogiado, es una novela que ha envejecido mal, posiblemente porque su estilo, al igual que el enfoque sobre el que se articula, se encuentra demasiado apegado a su tiempo (la moda siempre mata), lo que la aleja del lector actual.
La semana pasada, leyendo la crítica literaria que alguien realizaba sobre la última novela de un conocido autor, que posiblemente se convierta, como todo el mundo pronostica, en el éxito editorial de año, me sorprendió que en dos ocasiones se dijera, que dicha novela, era el ejemplo de la nueva novela que triunfará en el siglo veintiuno. Como aún no la he leído, aunque me temo que lo haré pronto, no puedo decir cómo será la tipología de dicha novela, pero creo, que la novela del siglo veinte, no la mayoritaria sino la de vanguardia, era la novela del yo, en donde alguien, casi siempre el propio autor ejerciendo de protagonista, narraba sus avatares, sus enfrentamientos contra una realidad casi siempre hostil, utilizando para ello como única herramienta su singular personalidad. Me viene a la cabeza, como ejemplos de ese tipo de literatura, entre otros, a autores como Miller o Bukowski, pero también a Céline, todos grandes narradores de muy pocas obras, pues la literatura del yo tiene escaso recorrido, ya que suele pecar de reiterativa, al caer casi siempre en las aventuras que le van sucediendo a sus protagonistas, y en la forma en que estos, con resignación, consiguen solventarlas. Es, por tanto, una literatura que una vez que los fuegos artificiales se han diluido, suele aburrir, pues a la novela normalmente uno se acerca para que le cuenten una historia, con todo lo que ello significa, y no para conocer los diferentes acontecimientos, por muy interesantes o divertidos que sean, que a un determinado protagonista le ocurren. Lo anterior se puede soportar en una ocasión, o en dos, pero cuando toda la obra de un autor se articula bajo las mismas premisas, deja de interesar al que lee. El siglo anterior, al menos una parte importante del mismo, a pesar de la importancia que en él tuvieron las ideologías de signo colectivista, también, y creo que sobre todo, fue el siglo de la emancipación del individuo, el siglo del yo, lo que como corresponde dio lugar a su propia literatura. Pero esa literatura, a pesar de todo lo que ha dado que hablar, a pesar de la sangre nueva que indudablemente aportó, creo que dejará, en contra de lo que en un principio pudo pensarse, pocas obras a la historia de la literatura, aunque muchas fundamentales para comprender la literatura que se realiza en nuestros días.
Ha llegado el momento, a pesar de poder correr el riesgo de no quedar bien de cara a la galería, de ejercitar una tarea que estimo necesaria, aunque sólo sea por higiene, la de desmantelar mitos literarios que no soportan una relectura. Este es el caso de “Viaje al fin de la noche” novela que desgraciadamente ha envejecido más de la cuenta, y eso a pesar del gran prestigio que en determinados círculos sigue manteniendo. Hoy en día, aunque estoy convencido que eso nunca se ha podido soportar, leer una novela de seiscientas páginas en la que no ocurra absolutamente nada, es algo que resulta infumable, algo al alcance sólo de lectores dotados de un voluntarismo excesivo que queda lejos del placer de la lectura. Para colmo, la otra vertiente de la obra, la del estilo empleado, resulta demasiado empalagoso, ya que el autor, siempre en mi opinión, utiliza una poética que no se adapta bien a la temática de la obra.
“Viaje al fin de la noche”, trata del recorrido vital del protagonista de la obra, que sin ideales y sin proyectos de vida, trata de soportar, como puede, la existencia a la que tiene que enfrentarse. No puedo decir, porque no lo creo, que todo radique, como se dice, en el posible nihilismo del protagonista, sino que lo que se plantea, es la imposibilidad de vivir sin ideales, sin objetivos concretos hacia los que caminar, algo que va en contra de la propia naturaleza humana. De forma curiosa, la ideología hasta hace poco dominante, propugnaba una forma de vida de ese tipo, en la que el individuo sólo tenía que preocuparse de vivir por vivir, entre otras cuestiones, porque afirmaba que el fin de la historia era ya una realidad, al haberse alcanzado el mejor de los mundos posibles. El posmodernismo, uno de sus hijos naturales, no es más que eso, una propuesta cultural que predica el todo vale, en un mundo en donde lo importante, lo único importante, era que todo lo que se produjera, independientemente a sus valores, se pudiera consumir, o mejor dicho, vender. Ferdinand Bardamu, el protagonista, en el fondo era un postmoderno prematuro, que afrontaba la existencia con la esperanza de poder sentarse en el primer lugar que encontrara libre, en lugar de buscar el asiento más adecuado a sus peculiares circunstancias. En fin, es una novela éticamente detestable, no ya por las afirmaciones que en ella uno puede encontrar, que en absoluto son tan incendiarias como se pintan, sino por la actitud del mismo ante la existencia.

Viernes, 17 de abril de 2.009