lunes, 27 de abril de 2009

El asombroso viaje de Pomponio Flato


LECTURAS
(elo.152)

EL ASOMBROSO VIAJE DE POMPONIO FLATO
Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2.008

Después de haber leído “Mauricio o las elecciones primarias”, poco esperaba de esta novela de Eduardo Mendoza, pero no imaginaba, y lo digo en serio, que el escritor barcelonés cayera tan bajo, pues “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, es con diferencia, una de las novelas más flojas que he leído en mi vida. Resulta asombroso, que alguien que pudo escribir “La verdad sobre el caso Savolta”, que es lectura obligatoria en los institutos de educación secundaria, o “La ciudad de los prodigios”, se presente ante el público, con una novela como la que acabo de leer, que perfectamente podría entenderse como una tomadura de pelo, o como una broma de mal gusto realizada por alguien, un poco de vuelta de todo, que se toma a la novela como un género que ya no le interesa, salvo para hacer caja con ella. Independientemente del número de ejemplares de cada una de las reediciones, con sorpresa observo que la novela fue publicada en marzo de 2.008, y que en mayo de ese mismo año, dos meses después, salió al mercado la octava reedición, algo a todas luces incomprensible si se tiene en cuenta la calidad de la obra. Lo anterior sólo se puede entender por el nombre, por el prestigio del autor, sobre todo cuando se tiene constancia de que obras de gran calidad sólo consiguen tiradas de dos mil o tres mil ejemplares, quedándose sin vender gran parte de los mismos. Mendoza consiguió un gran crédito con sus primeras obras, prueba de ello, es que la crítica y el público le aplaudió a rabiar, un crédito del que todavía disfruta. La marca “Eduardo Mendoza” aún vende, aunque el Mendoza actual, poco o nada tiene que ver con el de hace varias décadas. Este hecho, el de la marca literaria, es algo sobre lo que resultaría conveniente reflexionar, pues las políticas de las editoriales, en buena medida se basan en ellas para salvar sus cuentas de resultados, en el prestigio de determinados autores, que sólo por su firma, apoyadas si fuera necesario por críticas vergonzantes o meramente publicitarias, consiguen elevar de forma considerable el número de ejemplares vendidos de una determinada editorial. Las editoriales, sobre todo las más importantes, son ante todo empresas que buscan un beneficio económico, aunque en muchas ocasiones se cubran de un barniz cultural que casi siempre les viene grande, apostando lo justo, sólo lo justo, por autores jóvenes que aún no tienen nombre, pues son conscientes, que sólo en contadas ocasiones, y de forma milagrosa, podrán recuperar lo invertido en ellos. Para colmo, el público, los lectores, también parecen apostar por valores sólidos, por aquellos autores de prestigio, de los que en alguna ocasión leyeron algo que les gustó, y que son los que ocupan los lugares privilegiados de todas las librerías. Nadie suele comprar para regalar una obra de un autor desconocido, pues la marca aporta prestigio (tanto al que regala como al que recibe), prefiriéndose en todo momento apostar por una “Almudena Grandes” o por un “Eduardo Mendoza”, por ejemplo, que por una de esas obras de editoriales marginales firmadas por alguien que nadie conoce. Esto lo saben las editoriales, motivo por lo cual, presionan a los autores que tienen en nómina, para que cada dos años, sea cual sea la calidad que lleguen a conseguir, presenten una obra suya al mercado. Hasta aquí todo lógico y normal, incluso demasiado normal, pues las leyes del mercado y de una sociedad basada en el consumo, impone una serie de normas difíciles de esquivar, consiguiendo que incluso la cultura, esa cosa tan extraña de la que todos nos sentimos tan orgulloso, se haya convertido con el tiempo en un producto de consumo más. El problema son los autores, que aunque también tengan que comer como todos los mortales, y necesiten mantener un nivel de vida digno, en excesivas ocasiones, caen en la trampa que se les prepara sin prestar demasiada resistencia, vendiendo su arte por un puñado de monedas, hasta el punto, y esto es lo lamentable, que rebajan su nivel de exigencia hasta unos extremos vergonzantes. Pero lo anterior, que es lo habitual, creo que no es el caso de Eduardo Mendoza, a pesar de que todo apunta hacia ello. El barcelonés lo dejó todo claro hace tiempo, y a pesar de que muchos lo interpretamos mal, atacándole incluso por seguir escribiendo novelas, hoy comprendo que ha sido coherente, mucho más, que aquellos que siguen escribiendo y escribiendo, intentando encontrar un significado y una justificación a sus obras, que vaya mucho más allá del hecho de estar concebidas y realizadas sólo para vender miles y miles de ejemplares, pues Mendoza comprendió que la novela como género artístico había muerto, y que la había matado lo que él denominaba “la novela de sofá”. A partir de tal convencimiento, en lugar de dejar de escribir novelas, y de refugiarse en el teatro como era su intención, se dedica a jugar con la novela, a utilizar la novela en beneficio propio, articulando historias que sólo aspiran a buscar el entretenimiento banal de los lectores, es decir a crear novelas de sofá, creo que con la única intención de reanimar y darle vida a su cuenta corriente. Mendoza lo tiene claro, y creo que poco más hay que decir, salvo que, algunos lectores, por dignidad, tenemos que eliminarlo de la lista de autores de los que siempre tenemos que estar pendientes.
En esta ocasión, presenta una novela ambientada en Palestina, en la época en que Jesucristo aún era un niño, creando un personaje, Pomponio Flato, que ejerciendo de investigador privado, consigue salvar de ser crucificado a José, que había sido acusado de cometer un asesinato. Historia desde todos los puntos insostenible e infumable, que ni tan siquiera consigue, como imagino era su intención, arrancarle una sonrisa al lector.
Mendoza riza el rizo en exceso, dando a luz una obra sin sentido y sin justificación, que debe ser evitada en todo momento, por los que aún guardan un buen recuerdo de sus primeras novelas. Lo lamentable del caso, es que con seguridad, dicha obra, ha conseguido cumplir los objetivos de ventas que de ella se esperaba, y que su autor, no habrá dejado de reírse de todos aquellos que la han comprado y perdido varias horas de lectura con ella.

Viernes 20 de marzo de 2.009



domingo, 19 de abril de 2009

Misa negra



LECTURAS
(elo.151)

MISA NEGRA
John Gray
Paodós, 2.008

Recuerdo, que hace años, aunque muchos amigos recriminaron mi actitud, presté mi apoyo testimonial a la intervención de la Comunidad Internacional en la antigua Yugoslavia. Creía, y aún creo, que resultaba obsceno permanecer con los brazos cruzados, mientras que se realizaba un genocidio de la magnitud del que se estaba llevando a cabo en la periferia de la civilizada Europa. Por entonces se hablaba, y mucho de la globalización, y como no creía sólo en la globalización económica, sino también en la necesidad de extender los Derechos Humanos hasta allí donde éstos estuvieran siendo pisoteados, veía necesario, que se implementaran acciones, incluso bélicas si resultaba necesario, en aquellos lugares, en donde su ausencia estuviera costando miles y miles de vidas humanas. Aún creo que valió la pena aquella intervención, pues gracias a ella pudo demostrarse, que ninguna atrocidad, en una sociedad sin fronteras, al menos informativa, podría quedar impune, y que resultaba posible la creación de una fuerza internacional, a ser posible bajo la tutela de Naciones Unidas, que velara por todos aquellos que padecieran injusticias, se encontraran donde se encontrasen. Estos nuevos instrumentos, desde mi punto de vista, podrían evitar, que cualquier dirigente político sin escrúpulos, sintiera la tentación de imponer sus postulados aplastando a los que no pensaran como él, lo que supondría salvaguardar los intereses de las minorías a lo largo y ancho del mundo. Lo anterior no consiste en una actitud misionera, no, sino de un intento, que podría suponer un paso adelante de indudables repercusiones de cara al futuro, que ante todo significaría una señal de aviso, que con grandes letras dijera, que no todo se encuentra permitido. Pero desde entonces ha llovido mucho, tal vez demasiado, y hoy aquel proyecto, el de articular una fuerza internacional que velara por los Derechos Humanos, podría parecer utópico por no decir descabellado. ¿Qué es lo que ha cambiado? Sobre todo la actitud de Estados Unidos, que a partir de los atentados del Once de septiembre, modificó de forma radical su forma de entender las relaciones internacionales, pasando de una actitud multilateral a otra marcadamente unilateral, que prioriza en todo momento sus intereses a los de la propia Comunidad Internacional. La invasión de Irak significó un punto de inflexión, que dejó claro, que en estos momentos no se puede contar con la gran superpotencia mundial para la creación de dicha fuerza policial, pero también, que sin los Estados Unidos es imposible, ni tan siquiera planificar una estructura política y militar de tales características. Este proyecto, que puede ser tildado por algunos de utópicos y por muchos de neoimperialista, no es tan descabellado como en un principio se pudiera pensar, ya que el ejercicio de la fuerza sólo tendría que llevarse a cabo en casos extremos, como ocurrió en la ya desaparecida Yugoslavia, pues lo habitual serían sanciones económicas y embargos contra aquellos gobiernos que inflijan el respeto de los Derechos Humanos, que deben convertirse en la norma esencial de convivencia del mundo globalizado que nos espera y que tanto se publicita.
Resulta bochornoso, o al menos debería resultarlo, que a las alturas históricas en las que se encuentra la humanidad, aún existan, con la tolerancia de la Comunidad Internacional, regímenes que atentan contra su propia ciudadanía, o contra una parte de la misma, regímenes ilegítimos que siguen proclamando, que nadie debe interferir en sus asuntos internos, alegando eso tan desfasado como su soberanía nacional.
Desgraciadamente, esa aspiración que parecía posible hace sólo unos años, la de amparar los derechos de la ciudadanía a escala global, gracias a mecanismos internacionales de control, se ha diluido de forma definitiva, pues independientemente al irresponsable cambio de actitud del gobierno norteamericano, que según lo visto, se encuentra dispuesto a imponer sus intereses allí donde crea que estos se encuentran en peligro, han aparecido, o resurgido nuevas potencias, léase China, Rusia o India, que parecen que han optado definitivamente por un modelo político diferenciado, diferenciado del que parecía que iba a imponerse como modelo global, la democracia liberal. Sí, todo indica que toman fuerza los Estados autoritarios, que velan con mano de hierro por el orden dentro de sus territorios, con la intención, de que la anarquía no interfiera o perturbe el salvaje sistema capitalista allí imperante, o dicho de otra forma, son estados que bajo un control férreo, intentan que las duras condiciones que provoca el sistema capitalista, un capitalismo sin control, no lleguen a convertirse en un peligro para el propio sistema. Estos regímenes, que tantos elogios acumulan, incluso desde el propio Occidente, representan en la actualidad, un grave peligro para el mantenimiento de la libertad y de la pluralidad, de suerte que, en las actuales circunstancias, difícilmente podría encontrarse un país, y mucho menos un conjunto de países, que con energía levante la mano contra algún atropello que pudiera realizarse contra los Derechos Humanos, por ejemplo en China o en Rusia. Lo que parece seguro, es que en menos de una década todo ha cambiado a peor.
John Gray, desde hace tiempo viene proponiendo un nuevo status quo internacional, basado sobre todo, en la premisa de que es imposible proponer, o imponer, un régimen unitario global, aunque éste se base en algo tan básico como los Derechos Humanos. Para Gray, cada país, cada civilización posee su propio ritmo vital, resultando inviable que desde Occidente, por ejemplo, se intente imponer un sistema democrático liberal a países que ni por tradición ni por cultura han podido disfrutarlo con anterioridad, proponiendo una especie de mundo asimétrico de diferentes velocidades, en donde no existan las injerencias, aunque sí el respeto, pues según él, esta es la única forma de mantener la paz en el mundo. El problema, es que en el supuesto caso de que fuera posible mantener la paz gracias a esta metodología, lo que seguro no se podría evitar, es que en determinadas regiones del planeta, y no necesariamente marginales, se produzcan abusos contra la ciudadanía, que sólo podrían justificarse por la anteriormente citada no injerencia internacional. El planteamiento de Gray, sería algo así como mirar hacia otro lado, cuando se sepa que algo grave está ocurriendo en algún lugar del mundo.
Hay que caminar necesariamente hacia un mundo, en que el respeto de las libertades y los derechos de la ciudadanía se encuentren afianzados, entre otras razones, porque esa es la única forma de asegurar un mundo minimamente armónico tanto en lo político como en lo económico. Lo demás, es aspirar a una sociedad global anclada en la desigualdad, lo que sólo acarreará conflictos sin fin.

Martes, 17 de marzo de 2009