ACERCAMIENTOS
(elo.122)
Sobre la democracia y el arte
Desde hace algunos días, gracias a la confianza que han depositado en mí algunos amigos, estoy coordinando un pequeño concurso de microrelatos, cuya singularidad radica, en que es completamente democrático. Todos los que se atreven a participar en el mismo, pueden por tanto, si lo desean, elegir mediante votación secreta al ganador. En principio todo correcto, casi ideal, pues no se depende de un grupo de expertos que arbitrariamente impongan sus criterios, ni de un jurado títere, que a las órdenes de oscuros intereses, señale de forma invariable hacia un determinado objetivo. No, en este concurso, que se realiza por segundo año consecutivo, son los autores, los participantes, los que deciden libremente quién debe ganar, con la salvedad, de que nadie excepto yo conoce el nombre de los autores. Se vota, por tanto, sin que se sepa la firma de quien ha escrito lo que se lee, lo que en principio aporta cierta independencia y credibilidad al concurso. Pero a pesar de que estos datos tengo que reconocer, sobre todo ahora cuando poco a poco voy comprobando el resultado de las votaciones, que hay algo que falla, lo que atribuyo, al menos en principio, a que democracia y creación artística son dos conceptos que se repelen en el momento en que se interrelacionan.
Evidentemente lo anterior no es políticamente correcto, lo que quiere decir, que me costaría bastante ser comprendido, incluso por los participantes de este singular evento del que hablo, motivo por el cual, tengo la obligación de explicarme de la mejor forma que pueda, en el supuesto caso, que tal hecho fuera posible.
Cuando estuve leyendo los relatos, comprobé con satisfacción, que el nivel de los mismos había subido con respecto al del año anterior, lo que significaba que la calidad media había mejorado, aunque también comprendí, que había cuatro o cinco de gran altura, entre los que supuse se encontraría, sin ningún género de dudas, el que se llevaría la victoria. Pero lo curioso del tema, lo que me empuja en estos momentos a descreer del voluntarismo democrático, sobre todo cuando se intenta extender el mismo a todos los ámbitos de la actividad humana, es que ninguno de mis favoritos, está en condiciones, cuando ya el periodo electoral está finalizando, de ni tan siquiera luchar por el triunfo. Algún purista al leer lo anterior, indignado podría decir, que una cosa es lo que yo piense que tiene calidad, y otra muy distinta lo que piensen los demás. Bien, de acuerdo. No tendría nada que objetar a tal planteamiento que arremete de forma directa contra mi soberbia, salvo que, con toda seguridad, más por viejo que por diablo, aún sé distinguir, al menos en literatura, entre lo bueno y lo regular, pero sobre todo entre lo regular y lo malo. Lo que me llama la atención, es el hecho de que ninguno de los que en un principio subrayé, que creo que son los que tienen mayor calidad, mayor calidad objetiva, se encuentre posicionado entre los que pueden luchar por el triunfo final, mientras que otros, de una banalidad casi absoluta, aunque tengo que reconocer que bien ejecutados, pueden conseguir una victoria que en absoluto merecen. Ante lo anterior, tengo que decir, que la democracia cuando se extrapola al mundo del arte, provoca precisamente lo que tanto ella pretende evitar, la injusticia, por la sencilla razón, de que iguala a los individuos por el mero hecho de ser individuos, y no, siendo esto lo importante, por sus capacidades y conocimientos artísticos. Sí, lo que acabo de exponer puede parecer peligroso, lo acepto, pero después de leerlo varias veces no tengo más remedio que volver a subrayarlo, pues la igualdad es un concepto con el que hay que tener mucho cuidado, al que es conveniente tocar sólo cuando resulte imprescindible, pues su uso constante lo único que consigue es devaluarla. A nadie medianamente responsable se le ocurriría discutir con un ingeniero sobre ingeniería, sobre todo, si desconoce por completo los fundamentos teóricos y técnicos sobre los que se asienta tal profesión, pero sin embargo, todo el mundo se cree en la obligación de opinar sobre cualquier manifestación artística, ya que se se estima, lo que de forma irresponsable se repite por doquier, “que sobre gustos no hay nada escrito”. A uno le puede gustar, por supuesto, más el verde que el azul, una escultura más que otra, ésta o aquella novela, pero eso es una cosa, y otra muy distinta, saber de pintura, escultura o literatura, pues se olvida que lo accesible, no necesariamente significa simplicidad. Que todo el mundo sepa leer, no quiere decir que todos los lectores se encuentren capacitados para apreciar por ejemplo, las virtudes de una determinada novela, pues para eso, son necesarios unos fundamentos nada fáciles de conseguir. Lo mismo ocurre en todos los campos de la actividad humana, pues hacen falta unos conocimientos, que no están a la altura de cualquiera, y sólo al alcance de los que están especializados en una determinada materia, ya sea en arquitectura, en física orgánica o en política. La democratización de nuestras sociedades, ha aumentado de forma considerable el nivel intelectual de las mismas, pero hay que tener presente, que eso no significa que se tenga que saber de todo, ni tan siquiera de lo que en apariencia pueda resultar más diáfano, como por ejemplo el arte.
Cuando se habla del arte popular, se está hablando de un arte al alcance de todos, de manifestaciones artísticas de clase media, pensadas y creadas para satisfacer las necesidades de la mayoría de la población. Este tipo de creaciones, que cuando son de calidad (hay que subrayar que existe un arte popular de calidad), siempre suelen apuntar hacia un nivel superior, dejando entrever que existen otras manifestaciones artísticas más elevadas y de más difícil acceso. Esta forma de entender el arte, posee una función pedagógica de gran importancia, pues tiene como misión, la de abrir las puertas, a todos los interesados, de ese otro arte que podría calificarse como no popular. El problema es que el arte popular, el mayoritario, el que realmente se consume, en raras ocasiones posee esas cualidades, edificándose sólo, en lo que cree que su público, su amplio público necesita. ¿Pero que necesitan los consumidores del arte popular? Básicamente lo que buscan, como en todos los órdenes de la vida es estabilidad, lo que en arte significa entretenimiento y respuestas claras a los interrogantes que se van planteando, colores nítidos, historias planas, pero sobre todo, que siempre queden todas las puertas cerradas y el gas apagado. Este es el problema, que cuando el arte se democratiza, el arte popular de baja calidad gana por goleada, descartando y despreciando, a aquellas otras visiones artísticas que no se adecuan a los estrechos márgenes que siempre acaba imponiendo.
Por lo anterior, lejos de ofuscarme con los resultados del concurso, tengo que aceptar que la normalidad se impondrá, es decir, que la mediocridad de la clase media, la que se encuentra satisfecha de haber sido educada en la cultura popular, ejercerá una vez más su tiránica, democrática y silenciosa dictadura.
Sábado, 31 de mayo de 2008
lunes, 9 de junio de 2008
domingo, 1 de junio de 2008
Chesil Beach

LECTURAS
(elo.121)
CHESIL BEACH
Ian McEwan
Anagrama, 2.007
Hasta ahora, después de haberlo intentado en dos ocasiones, con “Expiación” y con “Sábado”, nunca he podido terminar una novela de McEwan, y eso a pesar de comprender la calidad que posee su escritura, y de tener que soportar la incredulidad ante mi actitud, de los que están convencido, entre los que se encuentran muchos amigos, que la literatura que desarrolla el inglés, es una de las mejores que se realizan en la actualidad. Para justificarme, lo que siempre es conveniente, tengo que decir para comenzar, que nunca he dudado de las dotes literarias de McEwan, pues estoy convencido que su caudal narrativo se encuentra muy por encima de la media, a lo que se une, por si fuera poco, su capacidad para crear estructuras siempre al servicio de las historias que cuenta. En dichas vertientes nunca he encontrado problemas en sus novelas, nunca, pero sí en las historias que narra, que casi nunca consiguen superar sus propios límites. ¿Esto es malo? No. Al menos no necesariamente. Lo que ocurre, es que cada lector se acerca a la novela por un motivo diferente, de ahí su pluralidad, y yo, no lo hago precisamente para que me cuenten historias, pues desde hace tiempo, tengo la sensación, de que ya me han contado todas las historias. Lo anterior puede resultar extraño, pues alguien podría decir, que si eso es lo que deseo, posiblemente esté errando de género literario, pues la novela, ante todo y sobre todo es eso, el arte de narrar una determinada historia. Bien, tengo que reconocer, que en parte esa voz desinteresada podría tener razón, pues ahí se encuentra siempre a mano el ensayo o incluso la poesía, pero la novela, al menos eso es lo que pienso, lo que siempre he pensado, también es otra cosa, y sirve o debería de servir para algo más que para disfrutar de las aventuras de éste o de aquél personaje. Por eso, por su diversidad, y en esto Cela tenía razón, la novela no se encuentra a gusto dentro de ninguna definición, disfrutando más, mucho más, correteando por ese estrecho terreno aún sin vallar de lo aún no catalogado, aceptando que cada cual la conciba como desee, como a si a ella, indiferente, todo le diera igual.
McEwan, como decía, es un buen contador de historias, absorbente y puntilloso, especializado en dibujar situaciones, siendo un maestro en el arte de atraer la atención del lector, pero en esta ocasión, saliéndose un poco de contexto, de su contexto, se atreve a formular y a contestar una pregunta, y lo hace de una forma un tanto abrupta, lo que devalúa en cierta medida la novela. El inglés, en “Chesil Beach”, se pregunta si es posible el amor sin sexo, y responde que sí. Toda la novela se encuentra articulada para que en la recta final de la misma se plantee la cuestión, lo que deja al lector desconcertado. Desconcertado por dos motivos, en primer lugar porque no se espera que la novela desemboque en tal cuestión, y con posterioridad, porque no llega a comprender, que apueste con tanta seguridad por el hecho de que tal posibilidad pueda llegar a ocurrir. No cabe duda de que todo puede suceder, y que el escenario dibujado por McEwan puede darse, pero lo que resulta sorprendente, es que como novelista, como gran novelista que es, deje escapar un tema como el que ha tenido entre sus manos. Sí, el tema se le ha escapado, y se le ha escapado vivo, que es lo malo del asunto, pues cuando aparece en la novela, con el innegable potencial que posee, pone todo su empeño en cerrar, como si tuviera prisa, algo impropio en él, una narración que hubiera podido ofrecer muchos más frutos.
Sin que se sepa el núcleo de la trama, a partir de la noche de bodas de los dos jóvenes protagonistas, el lector va conociendo de mano del novelista, todos los entresijos de la vida de ambos, lo que en cierta medida le llega a cansar, pues en esas vidas, en realidad nunca ocurre nada, al menos nada que merezca la pena de ser contado y leído. Pero de golpe todo se precipita, de suerte que, cuando el lector va animándose con lo que ocurre, en el mismo momento en que encuentra algo que justifique su lectura, se da cuenta que McEwan está cambiando de tercio y que se encuentra decidido a entrar a matar.
Dicho lo anterior, tengo que decir que la novela me ha desilusionado, más por lo que hubiera podido ser y no ha sido, que por lo que en realidad es. La mayor parte de la misma me ha resultado aburrida, banal, bien contada y articulada, por supuesto, como corresponde a un escritor de su talla, pero sin encontrar nada que me llamara la atención, y sólo al final llega a sorprenderme por el desenlace que encuentro, en ningún momento esperado. Me da la sensación, que “Chesil Beach” no ha sido más que un divertimento, una de esas obras menores, que de vez en cuando los escritores no tienen más remedio que entregar a sus editores, para obtener un margen de maniobra mayor, con objeto de poder dedicarse sin prisas, a obras de mayor calado.
En resumen, esta novelita, que perfectamente se puede leer sin agobios durante un fin de semana, es una obra agradable que acaba dejando un mal sabor de boca, ya que el tema de la misma, y eso cualquiera lo puede certificar, queda intacto, sin que McEwan haya conseguido, estoy convencido de que por falta de interés, sacarle todo el partido que ofrecía.
Miércoles, 21 de mayo de 2008
(elo.121)
CHESIL BEACH
Ian McEwan
Anagrama, 2.007
Hasta ahora, después de haberlo intentado en dos ocasiones, con “Expiación” y con “Sábado”, nunca he podido terminar una novela de McEwan, y eso a pesar de comprender la calidad que posee su escritura, y de tener que soportar la incredulidad ante mi actitud, de los que están convencido, entre los que se encuentran muchos amigos, que la literatura que desarrolla el inglés, es una de las mejores que se realizan en la actualidad. Para justificarme, lo que siempre es conveniente, tengo que decir para comenzar, que nunca he dudado de las dotes literarias de McEwan, pues estoy convencido que su caudal narrativo se encuentra muy por encima de la media, a lo que se une, por si fuera poco, su capacidad para crear estructuras siempre al servicio de las historias que cuenta. En dichas vertientes nunca he encontrado problemas en sus novelas, nunca, pero sí en las historias que narra, que casi nunca consiguen superar sus propios límites. ¿Esto es malo? No. Al menos no necesariamente. Lo que ocurre, es que cada lector se acerca a la novela por un motivo diferente, de ahí su pluralidad, y yo, no lo hago precisamente para que me cuenten historias, pues desde hace tiempo, tengo la sensación, de que ya me han contado todas las historias. Lo anterior puede resultar extraño, pues alguien podría decir, que si eso es lo que deseo, posiblemente esté errando de género literario, pues la novela, ante todo y sobre todo es eso, el arte de narrar una determinada historia. Bien, tengo que reconocer, que en parte esa voz desinteresada podría tener razón, pues ahí se encuentra siempre a mano el ensayo o incluso la poesía, pero la novela, al menos eso es lo que pienso, lo que siempre he pensado, también es otra cosa, y sirve o debería de servir para algo más que para disfrutar de las aventuras de éste o de aquél personaje. Por eso, por su diversidad, y en esto Cela tenía razón, la novela no se encuentra a gusto dentro de ninguna definición, disfrutando más, mucho más, correteando por ese estrecho terreno aún sin vallar de lo aún no catalogado, aceptando que cada cual la conciba como desee, como a si a ella, indiferente, todo le diera igual.
McEwan, como decía, es un buen contador de historias, absorbente y puntilloso, especializado en dibujar situaciones, siendo un maestro en el arte de atraer la atención del lector, pero en esta ocasión, saliéndose un poco de contexto, de su contexto, se atreve a formular y a contestar una pregunta, y lo hace de una forma un tanto abrupta, lo que devalúa en cierta medida la novela. El inglés, en “Chesil Beach”, se pregunta si es posible el amor sin sexo, y responde que sí. Toda la novela se encuentra articulada para que en la recta final de la misma se plantee la cuestión, lo que deja al lector desconcertado. Desconcertado por dos motivos, en primer lugar porque no se espera que la novela desemboque en tal cuestión, y con posterioridad, porque no llega a comprender, que apueste con tanta seguridad por el hecho de que tal posibilidad pueda llegar a ocurrir. No cabe duda de que todo puede suceder, y que el escenario dibujado por McEwan puede darse, pero lo que resulta sorprendente, es que como novelista, como gran novelista que es, deje escapar un tema como el que ha tenido entre sus manos. Sí, el tema se le ha escapado, y se le ha escapado vivo, que es lo malo del asunto, pues cuando aparece en la novela, con el innegable potencial que posee, pone todo su empeño en cerrar, como si tuviera prisa, algo impropio en él, una narración que hubiera podido ofrecer muchos más frutos.
Sin que se sepa el núcleo de la trama, a partir de la noche de bodas de los dos jóvenes protagonistas, el lector va conociendo de mano del novelista, todos los entresijos de la vida de ambos, lo que en cierta medida le llega a cansar, pues en esas vidas, en realidad nunca ocurre nada, al menos nada que merezca la pena de ser contado y leído. Pero de golpe todo se precipita, de suerte que, cuando el lector va animándose con lo que ocurre, en el mismo momento en que encuentra algo que justifique su lectura, se da cuenta que McEwan está cambiando de tercio y que se encuentra decidido a entrar a matar.
Dicho lo anterior, tengo que decir que la novela me ha desilusionado, más por lo que hubiera podido ser y no ha sido, que por lo que en realidad es. La mayor parte de la misma me ha resultado aburrida, banal, bien contada y articulada, por supuesto, como corresponde a un escritor de su talla, pero sin encontrar nada que me llamara la atención, y sólo al final llega a sorprenderme por el desenlace que encuentro, en ningún momento esperado. Me da la sensación, que “Chesil Beach” no ha sido más que un divertimento, una de esas obras menores, que de vez en cuando los escritores no tienen más remedio que entregar a sus editores, para obtener un margen de maniobra mayor, con objeto de poder dedicarse sin prisas, a obras de mayor calado.
En resumen, esta novelita, que perfectamente se puede leer sin agobios durante un fin de semana, es una obra agradable que acaba dejando un mal sabor de boca, ya que el tema de la misma, y eso cualquiera lo puede certificar, queda intacto, sin que McEwan haya conseguido, estoy convencido de que por falta de interés, sacarle todo el partido que ofrecía.
Miércoles, 21 de mayo de 2008
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