miércoles, 13 de febrero de 2008

El camión de mudanzas escarlata

LECTURAS
(elo.109)

El CAMIÓN DE MUDANZAS ESCARLATA
John Cheever
Emecé, 2.006

Desde hace tiempo, sobre todo desde que leí “La familia Wapshot”, tenía interés en leer los relatos de Cheever, pues según me habían comentado, eran con diferencia lo mejor de su obra. A pesar de ello, siempre he ido relegando su lectura, pues cuando no era por un motivo, por ejemplo que tenía muchos libros pendientes, o que la magnífica edición de Emecé se había agotado, era por otro, como que nunca era el momento oportuno para acercarme a algo, que ya en mi biblioteca, me parecía demasiado apetecible para hincarle el diente. Pero como suele decirse, cada cerdo tiene su San Martín, y por fin, ha llegado el momento de acercarme a estos relatos, que aunque parezca mentira, me estaban llamando a voces.
El primer relato que he asaltado, “El camión de mudanzas escarlata”, independientemente a su calidad literaria, que la tiene, ha conseguido algo importante, reconciliarme con un género literario, con el que siempre he tenido dificultades, siendo éste, otro de los motivos, que podrían justificar mis iniciales reticencias a leer dichos relatos. Nunca he soportado los relatos poéticos, arte en el que se refugian los poetas fracasados, ni tampoco los banales, esos que se realizan sólo para llenar una hoja en blanco y para demostrar las dotes estilísticas de su autor. No, me interesa el relato realista, el que en poco espacio y con pocos datos, tiene la capacidad de mostrar un universo completo, lo que comprendo no se encuentra al alcance de cualquiera, convirtiendo a este tipo de género literario, en contra de lo que se opina, en un desafío nada fácil de afrontar. Este relato sí posee dichas características, e imagino que los restantes, lo que me va a obligar, cosa que haré con sumo gusto, a leer con la máxima atención estas pequeñas narraciones del norteamericano.
En el relato anteriormente mencionado, el autor, intenta golpear con fuerza, a dos de los axiomas fundamentales sobre los que se asienta la cultura americana, como son la estabilidad y el éxito (ambos relacionados intimamente entre sí), intentando hacer comprender, que dichos conceptos, ante todo son de una volatilidad extrema, por lo que no resulta recomendable, ni por supuesto conveniente que nadie edifique su existencia sólo sobre ellos. Para demostrar esto, Cheever pone sobre el papel a una familia prototípica, a una familia ejemplar norteamericana, que de la noche a la mañana, debido a la mala conciencia que se apodera de uno de sus miembros por el hecho de no haber ayudado a un vecino (lo que con el tiempo le hace caer en el alcoholismo), se ve obligada a abandonar la privilegiada posición social que ocupaba. La estrategia narrativa que utiliza no resulta nada sofisticada, pues introduce en la sosegada y apacible vida de la familia Folkestone un elemento discordante, al vecino de la casa de al lado, que cuando bebía, se dedicaba a insultar y a decirles a todos los que se encontraban a su alrededor, que eran unos estirados y que tenían que aprender, que tenían que aprender a estar preparados para cuando llegara el golpe. Evidentemente se refería al golpe del destino, ese que en un instante puede arrasar las más sólidas fortalezas sin dejar de ellas ni rastro.
Con frecuencia se olvida, que la característica más sobresaliente de la vida que lleva el hombre contemporáneo es la fragilidad, pues cualquier suceso, por trivial que sea, puede llegar a desestabilizar todo lo que ha tardado años y años en construirse, y más en la actualidad, cuando la norteamericanización de nuestras sociedades y de nuestra cultura, es más que una realidad. Cuando toda la estabilidad que se llega a conseguir se asienta sobre lo material y sobre la posición social que se ocupa, nada bueno se puede esperar, pues entonces todo estará supeditado, a una multitud de variables que en ningún momento se pueden llegar a controlar, por la sencilla razón, de que se encuentran fuera de nuestro control. Convertir lo que se tiene en el eje sobre el que gira la existencia de cada cual, como suele ocurrir en nuestros días, es un grave error, que sin duda alguna, se tendrá que pagar tarde o temprano, y no precisamente en cómodas mensualidades. En cualquier momento puede llegar ese golpe que nos deje a la intemperie, siendo entonces, cuando se comprende que existen cosas importantes y cosas esenciales.
El relato está bien articulado, logrando el autor que se pueda leer con facilidad, al tiempo que consigue que el lector se mantenga en todo momento atento, pues sabe que en cualquier instante puede saltar la liebre, que consiga con su sola presencia, iluminar lo esencial del mismo. El punto oscuro de la narración, se puede encontrar, cuando en una conversación entre los dos protagonistas, Cheever de forma explícita e innecesaria, revela la clave secreta del relato, algo que desde mi punto de vista, no es más que una concesión al lector, pues es éste, el que por sus propios medios tiene la obligación de encontrarla.

Jueves, 31 de enero de 2008

viernes, 8 de febrero de 2008

Foe

LECTURAS
(elo.108)

FOE
J.M. Coetzee
Alfaguara, 1.986


De las novelas que hasta ahora he leído de Coetzee, con toda seguridad, “Foe” es la más endeble, la que menos ha conseguido captar mi atención, aunque tengo que reconocer, que el novelista sudafricano, también en esta ocasión, como no podía ser de otra forma, sitúa su objetivo demasiado alto. Me extrañaba, como alguien me comentó ayer, que Coetzee se limitara únicamente a realizar un palimpsesto de la novela de Defoe, que esta obra sólo fuera un ejercicio literario, sin otra aspiración que la de mostrar otra versión de Robisón Crusoe, y me parecía extraño, pues tal posibilidad no encajaba en la visión literaria que sobre él mantengo. No podía ni tan siquiera imaginar, que se dedicara a perder el tiempo con un divertimiento sin más, pues sus obras, al menos las que conozco, siempre se han singularizado por ir más allá, como tiene que ser, de las propias historias que narraba. Y efectivamente no me equivocaba, pues “Foe”, ante todo, es una reflexión sobre la literatura, una reflexión sobre la relación que en todo momento mantiene ésta con la realidad y con la imaginación del autor.
La novela, en principio, efectivamente se basa en el clásico de Defoe, narrándose las peripecias de una mujer, que después de ser abandonada por la tripulación amotinada del barco en que viajaba, consigue llegar a una pequeña isla, habitada por dos individuos que también naufragaron en su día (curiosamente estos dos nuevos personajes tienen como nombre Cruso y Viernes). Al año, cuando consigue ser rescatada, busca a un escritor que le narre su historia, con la idea de que la novela que surgiera de tal relación, consiguiera sacarla de la pobreza en la que vivía. Pero el escritor, Foe, le comenta, que la historia en sí, carece de interés para los lectores, y que lo mejor para todos, es que esa historia fuera condimentada con otros elementos de ficción, o con otros episodios de la vida de la protagonista.
La novela, como toda novela, se puede leer de forma lineal, es decir, quedándose el lector sólo con la historia que se narra, para con suerte poder disfrutar con ella, que es el primer estadio, o escalón que tiene que superar toda buena obra literaria. En este apartado, pese a su calidad estilística, muy alta por cierto, se podría decir que la novela no llega a “enganchar”, y no lo hace, posiblemente por el excesivo encorsetamiento estilístico que impone el autor, que en ningún momento deja que la historia fluya con naturalidad. Es una narración perfectamente estructurada, tan estructurada que los diversos personajes de la misma, aparecen aprisionados en ella, hecho que le quita vitalidad a la obra, al crearse una distancia casi insalvable entre el texto y el lector, que en ningún momento queda atrapado por la trama. Se podría decir para desarticular el planteamiento anterior, que cada novelista, cada autor, posee un determinado lector, y que Coetzee tiene los suyos, que no se caracterizan precisamente, por buscar esa simbiosis con los personajes, al creer aquellos, que lo importante de la narrativa del sudafricano, no radica ni en los personajes ni en la actividad de éstos, sino en su calidad narrativa. Resulta evidente que a Coetzee no se lee para pasar con él un buen rato, pues la aridez de sus historias lo impide, sino para degustar su narrativa y para reflexionar sobre sus tramas, que casi siempre son parábolas que incitan, a eso tan extraño en nuestros días como es pensar. Pero en esta ocasión, sus lectores pueden quedar desilusionados, pues a la novela le falta esa fuerza de atracción, que sin duda poseen otras obras suyas, lo que la convierte, dentro del nivel que poseen todas sus creaciones, en una obra menor.
No obstante, como toda novela que aspire a ser algo más que un mero producto de consumo, es decir, como toda novela que desee asentarse en ese territorio que se denomina literatura, al que no llega, ni mucho menos, todo lo que se escribe y se etiqueta con ese calificativo, “Foe” también tiene un segundo plano en el que se invita a deliberar sobre un tema, en este caso, sobre la relación de la literatura con la realidad. Este hecho, es en mi opinión, lo que justifica y le aporta sentido a la obra, lo que la aleja de ser una novela gratuita, como la mayoría de las que se editan en la actualidad. Coetzee se pregunta, si la realidad, por muy sorprendente que ésta llegue a ser, puede ser novelada sin que intervengan elementos de ficción, y dice que no. La realidad con toda su riqueza, en literatura, cuando se muestra tal y como es, ni siquiera cuando se narra el excepcional caso de un naufragio, consigue llamar la atención del lector, a no ser, que se aderece de forma adecuada. El lector en todo momento, busca en la novela lo inusitado, lo que difícilmente puede encontrar en la cotidianidad que lo envuelve, porque lo que desea hallar es la realidad llevada a sus últimos extremos, aquella que no puede disfrutar. El novelista tiene que saber esto, por lo que en sus historias, por muy realistas que lleguen a ser, por muy verídicas que sean, debe invertir gotas de su imaginación, aunque sólo sea para tratar de atraer a ese individuo, que casi siempre se muestra remiso a perder el tiempo con un libro. La imaginación del autor, su inventiva, es lo que seduce y atrae, aquello que consigue atrapar y hacer del lector que se zambulla en la historia que se le cuenta, aunque ésta, en el fondo sea de una banalidad extrema.
“Foe”, no es por tanto una novela que uno pueda recomendar a alguien que desee disfrutar con la buena literatura, pues en cierto sentido se podría decir que es una obra fallida, auque creo, que puede resultar interesante, para todos aquellos que deseen conocer la forma de entender la literatura de Coetzee.

Miércoles, 30 de enero de 2.008