viernes, 17 de enero de 2014

Canadá

LECTURAS
(elo.291)

CANADÁ
Richard Ford
Anagrama, 2012

                        Aunque no quería reconocerlo abiertamente, sabía, estaba convencido que esta novela me iba a decepcionar, entre otras razones, porque lo que había leído hasta la fecha de Richard Ford, todo lo que había leído de él que no girara en torno a su personaje emblemático, sobre Frank Bascombe, siempre me había resultado bastante mediocre, o para decirlo de otra forma, demasiado pesado, como si toda la agilidad de su prosa, toda la ironía capaz de transmitir, sólo pudiera desarrollarse en torno a  ese personaje y al mundo que rodeaba a éste. Me pareció soporífera la colección de relatos que publicó bajo el título “Rock Springs”, al igual que los tres relatos comprendidos en “Mujeres con hombres”, por no hablar ya de “Pecados sin cuento”, pero no obstante, ciertas esperanzas se apoderaron de mí cuando me enteré que el autor de “El día de la independencia” había publicado una nueva novela, ya que esperaba que con ella comenzara una nueva etapa después de haber dejado atrás a Bascombe. Pero no, pues “Canadá” me ha demostrado, que Richard Ford es un novelista al que le cuesta demasiado coger vuelo, un novelista que pierde parte de su fuerza y de su agilidad en la confección de sus tramas, lo que convierte a sus novelas en pesados armatostes que aspiran a decir demasiado, pero que aparecen, posiblemente por ello, dotadas de una aridez difícil de soportar.
                        “Canadá” es una novela que habla de que sólo con voluntad es posible modificar el curso del destino al que uno es  empujado, y que todas las situaciones en las que se ve envuelto un ser humano pueden ser reversibles, siempre y cuando se sea capaz de “mirar todo lo de frente que se pueda a las cosas que uno ve a la luz del día”. De voluntad y de ductibilidad, de saber adaptarse a las formas de vida que uno va encontrando, y que son mejores que las anteriores, pues la vida es un continuo de sucesos dispares al que obligatoriamente hay que encontrarle un sentido, y en la que siempre hay que intentar no dejarse llevar por el oleaje, pues en caso contrario, éste logrará estrellarnos “contra las rocas de la desesperación”. En este aspecto, como en casi todos en la obra de Ford, se observa un pensamiento marcadamente norteamericano, que dice que sólo desde el esfuerzo es posible salir de las situaciones adversas en las que se haya podido encallar, en donde mirar hacia delante, dejando atrás el pasado, es la única forma posible, la única, de encarar una existencia digna de ser vivida, evitando que lo contaminado consiga cercenarnos por completo.
                        La historia sobre la que el autor intenta sostener lo anterior, resulta de una aridez extrema, en donde sus supuestos literarios, herederos de lo que en su momento se denominó “el realismo sucio” hacen aguas por todas partes, sobre todo porque esos postulados, en donde el detallismo es fundamental, no pueden soportar una historia narrada a lo largo de quinientas páginas. Este creo que es el grave problema de la novela, que carece de agilidad narrativa, al poseer la narración demasiado peso, y al caer de forma inexplicable, sobre todo al final, en esa extraña tercera parte, en un explicitismo incomprensible, en donde Ford intenta cerrar, de forma un tanto abrupta, todas las ventanas que cree que han quedado abierta, como si el lector fuese incapaz de hacerlo sin ayuda de nadie.
                        A los quince años, dos hermanos mellizos, vieron como su mundo se vino abajo al ser detenidos sus padres después de atracar un banco. La joven, temiendo posiblemente ser internada en una institución estatal, escapa de la casa dejando a su hermano sólo, el cual fue conducido poco después, por una amiga de su madre, a cercana Canadá. Este  es el origen de la novela, que deja claro la  intención del autor, la de comparar, aunque de la hermana apenas se habla en todo el desarrollo de la misma, las diferentes trayectorias que desde ese momento llevan a cabo ambos hermanos, pues mientras que el joven, el auténtico protagonista de la novela, en lugar de hundirse y de dedicarse a relamerse las heridas que ese acontecimiento, y otros que le acontecieron le provocaron, pues  consigue con voluntarismo dejar atrás y superar su pasado hasta conseguir poner a flote su existencia, su hermana, que nunca pudo aceptar lo que le sucedió, cae en una espiral en la que todo le va de mal en peor.
                        Como he dicho con anterioridad, la novela, a pesar de las expectativas, me ha resultado pesada, incluso aburrida, pues en ningún momento ha logrado tirar de mí, habiendo tenido que realizar un importante esfuerzo para lograr terminarla, lo que habla a las claras, de que ni mucho menos ha resultado ser lo que esperaba. El desarrollo de la historia me ha parecido desesperante, de una lentitud excesiva, pero una vez terminada, me ha resultado de una obviedad insultante, llamándome la atención que toda ella girara alrededor de una tesis del autor, que ni mucho menos me ha parecido tan evidente como él ha tratado de subrayar, pues nadie es libre para optar por una u otra alternativa, ya que estoy convencido que siempre aparecen variables incontrolables que dificultan la libre decisión de cada cual. El problema de las novelas de tesis, es  que los personajes siempre suele resultar falsos, sin vida propia, dispuestos sobre el escenario sólo para apuntalar los planteamientos que el autor desea demostrar, aunque también es verdad que existen autores y autores.
                        Creo que “Canadá” es una novela fallida, una novela trabajada y trabajosa, que no merece el esfuerzo de ser leída, en la que Richard Ford deja constancia de lo que hace poco dijo en una entrevista, que “escribir es una labor más artesanal que artística”, aunque en esta obra no ocurre lo que dijo a continuación, “en donde a veces surge el relámpago de la magia”. No, en esta ocasión la magia, lo que hace que algo se convierta en especial, no aparece por ningún lado.

Viernes, 25 de octubre de 2013


lunes, 13 de enero de 2014

El héroe discreto

LECTURAS
(elo.290)

EL HÉROE DISCRETO
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, 2013

                        La novela, a pesar de que sabía que inevitablemente acabaría leyéndola, pues son muchas las novelas que he leído de él para no embarcarme en su última entrega, ha permanecido sobre mi mesa durante varias semanas sin que, con voluntarismo, me acercara a ella. Sabía, estaba convencido, que sería de una perfección extrema, que todas las comas y también todos sus puntos estarían en su lugar, y que sin duda me atraparía desde la  primera página, pero al mismo tiempo estaba seguro que no me aportaría nada, al tiempo que tampoco, como ha ocurrido con sus anteriores novelas, supondría ningún avance significativo, ninguno, en la obra del autor peruano. Siempre me ha parecido extraño, desconcertante, que narradores de la talla de Vargas Llosa, que ya no tienen la necesidad de publicar nuevas obras, se dediquen a presentar cada dos o tres años alguna novela, que para colmo literariamente suelen pasar sin pena ni gloria, aunque siempre consigan, como no podía ser de otra forma, auparse a los primeros puestos  en la lista de las novelas más vendidas y también más leídas, novelas que no llegan a alcanzar, en muchas ocasiones  ni de lejos, el nivel medio habitual de quien la escribe, y que dan la sensación de que sólo se realizan para que el autor se sigan manteniendo, como si Vargas Llosa lo necesitara, en el candelero literario, o para cumplir, lo que es mucho más grave, con alguno de los compromisos, o de las clausulas contractuales que los unen a la editorial con la que trabaja. No es agradable observar como autores consagrados, en lugar de profundizar y avanzar en su producción artística en cada  una de las obras que dan a luz, se dediquen, con cierta desgana, a dejar obras que nadie sabe por qué se han llevado a cabo, pues no hubiera pasado nada, si esas obras no hubieran aparecido en las librerías. Recuerdo que esto también le pasó a Saramago en su última etapa, que es lo mismo que le viene pasando a Vargas Llosa desde hace ya bastantes tiempo, que si bien, como tampoco el autor portugués, se dedica a hacer novelas alimenticias, no lo necesita, se embarca en confeccionar novelas que cada día se alejan más del Vargas Llosa atrevido, repleto de vitalidad, que en otros tiempos a tantos nos hizo disfrutar.
                        Pero en esta ocasión, posiblemente porque se ha alejado de la trascendencia de los temas explícitos, de recrear, con sus indudables dotes literarias, la vida de personajes de incuestionable peso como la del dictador Trujillo o la del irlandés Roger Casement, la novela que acabo de leer, que supone un regreso a su territorio literario original, me ha resultado sorprendentemente aceptable y recomendable, pues en ella vuelve a aparecer el Vargas llosa cercano y creíble, que con la profesionalidad que le caracteriza, nos ha regalado una novela aseada con la que poder pasar unas horas de agradable lectura.
                        Sí, de nuevo vuelve a situar una historia en Perú, en el Perú actual, el que disfruta de un importante desarrollo económico, en el Perú de sus penas y de sus alegrías, poniendo en escena a una serie de personajes, algunos de los cuales ya utilizados con anterioridad como Don Rigoberto o Lituma, que consiguen hacer bajar al autor del Olimpo cosmopolita, en el que tan a gusto parece encontrarse, a la realidad cotidiana en la tan bien siempre se ha desenvuelto, y a la que muchos estábamos deseando que volviera.
                        Como es  habitual en Vargas Llosa, la novela se estructura en dos planos, contando dos historias paralelas que son productos, ambas, de la bonanza económica que actualmente disfruta su país, la primera de las cuales, consiste en un chantaje económico, el que padece el dueño de una modesta empresa de transporte de viajeros, Felícito Yanaqué, que se niega a pagar por lealtad a su difunto padre, y la otra, la del dueño de una importante aseguradora peruana, que ya octogenario, decide casarse con su sirvienta con objeto de desheredar a sus dos hijos, que desde siempre se  habían dedicado, entre juerga y juerga, a dilapidar el patrimonio de su padre, y que a lo único que aspiraban es a que éste muriera para quedarse con su fortuna. Una de las  historias se desarrolla en Piura, en el Perú profundo, que sin duda es la mejor, la más elaborada y la más atractiva, y la otra en Lima, señalando el autor las diferencias existentes en el Perú actual, en donde la sofisticación de las altas finanzas contrasta aún con la del otro país, el que con dificultad, trata de salir de su secular subdesarrollo.
                        No cabe duda, al menos a mí no me cabe, que “El héroe discreto” no es ni de lejos una de las mejores novelas de Vargas llosa, pero sí es una novela aceptable, que se deja leer, entre otras razones porque está muy bien escrita, como todas las suyas, pero en la que el lector se encuentra a gusto mientras la lee, sin que el tema se “salga de madre”, al tiempo que observa que los personajes tienen vida propia, a diferencia de lo que ocurría con las anteriores novelas del autor, en el que el desarrollo de las mismas mantenía encorsetado a los personajes, que aparecían en todo momento encadenados al tema y subordinados al mismo, sin vida ni luz propia, lo que en literatura, al menos desde mi punto de vista no resulta aceptable.
                        Tengo que reconocer, por tanto, que me he llevado una agradable sorpresa con “El héroe discreto”, sorpresa que no esperaba y que me ha devuelto a uno de mis autores más frecuentados, del que espero, ya que soy consciente de su capacidad literaria, encontrar al menos una nueva obra de valía en los próximos años.

Martes, 15 de octubre de 2013