LECTURAS
(elo.288)
UN ESTADO DEL MALESTAR
Joaquín Berges
Tusquets, 2012
Como casi todos los temas, el de la crisis que se suele padece alrededor de los cincuenta, que tantos estragos suele producir, se puede afrontar literariamente desde diferentes ángulos, pero me ha llamado la atención el que ha elegido Joaquín Berges, que desde una trama disparatada, consigue dar de lleno en el meollo de la cuestión, que no es otro que la necesidad que tienen los que la padecen de recuperar las ganas de vivir, aunque ello les suponga, tener que mandar al garete la vida que hasta ese momento han venido desarrollando. Toda novela que se precie, ante todo, tiene que cumplir el objetivo que la justifica, que no puede ser otro, que con una voluntad de estilo más o menos elaborado, contar una historia de la forma más eficaz posible, lo que en principio suele bastar para que el lector medio le otorgue su visto bueno. No obstante, hoy en día casi todos los autores consiguen tal nivel mínimo de exigencia, ya que el dominio de la técnica novelística se ha convertido en algo habitual, pero otra cuestión diferente, es que los diferentes autores que pululan por los escenarios literarios, sobre todo los más jóvenes, sean capaces de demostrar algo más que su dominio narrativo, por no hablar ya, de mostrar un discurso diferente, que es lo único que podrá proporcionarles un huevo, un hueco propio, en el cada vez más raquítico panorama literario actual.
Berges, autor al que no conocía a pesar de haber obtenido, al parecer, cierto prestigio con sus dos novelas anteriores, cumple a la perfección con ese nivel primario que siempre hay que exigirle a lo que se lee, que esté bien escrito y que la historia que se cuenta sea aceptable y coherente con el propósito que el autor se impuso, resultando la novela agradable e incluso simpática, pues en determinados momentos uno no tiene más remedio que reírse ante los acontecimientos a los que tiene que enfrentarse el protagonista, por otra parte magistralmente narrados por el autor.
Es posible que lo que más llame la atención de “Un estado del malestar”, es que ante un tema tan arduo y candente, el autor no haya optado por el melodrama al uso, por desarrollar una historia seria y de peso, de esas en que los interrogantes se amontonan unos sobre otros para dejar al lector “acoquinado” frente a esas cuestiones que a tantos arrinconan. Berges apuesta por una historia disparatada, la de un alto ejecutivo de unos grandes almacenes que siente la necesidad de cambiar su vida, que sentía vacía, y que por una mujer, se embarca en el mundo de los vendedores ambulantes, en el de los mercadillos callejeros, todo trufado por un estilo ágil e hilarante, y como no podía ser de otra forma, demasiado explícito, que me ha recordado en más de una ocasión a las últimas novelas de Eduardo Mendoza, lo que no creo que se trate precisamente de un elogio.
Cada cual escribe como quiere o como puede, y es libre, por supuesto, de seguir la estela literaria de quien desee, pero en un mundo como en el que vivimos, y me refiero al literario, al menos los que empiezan, deberían tener la obligación, si realmente desean encontrar un lugar bajo el sol, de crear, aunque sea machete en mano, su propio y singular sendero, no bastando, no pudiendo bastar bajo ningún concepto, dejarse llevar por las comodidades del camino fácil, el que ya está perfectamente rotulado, en el que poder desplegar la técnica que se sabe que ya se posee, poniendo para colmo al servicio de ella, materiales que ya han sido utilizados con anterioridad por otros.
Cada día dicen que se publican más novelas, saliendo a la luz nuevos autores que desaparecen con la misma facilidad con que aparecieron, prueba de ello, es que los novelistas de prestigio, los de referencia, siguen siendo los mismos desde hace veinte años, no existiendo entre ellos, que no son más que tres o cuatro, y los restantes, más que un extraño vacío que a veces, sólo a veces, queda salpicado por los ecos de alguna “esperanza blanca” que al poco quedan silenciados. El problema puede que se deba al escaso nivel de exigencia de estos nuevos autores, pero también tiene, estoy convencido, parte de culpa las editoriales, que en lugar de alentar nuevos discursos narrativos, se conforman con potenciar a aquellos, que por las causas que sean, saben que conseguirán vender el número de ejemplares necesario para hacer mínimamente rentable la inversión que sobre ellos se realizan.
“Un estado del malestar” es una novela que parte con ventaja, pues un amplio sector del público la acogerá con agrado, al igual que acepta a ese extraño personaje de Mendoza que sólo bebe Pepsicolas, pero sobre todo, porque sólo es “una novela de sofá” de esas que tanto en su momento criticó el autor de “El año de los prodigios”, lo que si bien no es poco, pues también hay que saber escribirlas, no es el tipo de literatura que particularmente me interese. Pero como tiene que haber de todo, como siempre hay un público para todo lo que se publica, tengo que reconocer que la novela de Berges tiene su gracia, y que el autor sabe resolver bien las situaciones que crea, que si bien no son muy complicadas, pues realmente nunca se complica la vida en la trama, sabiendo siempre el lector lo que va a ocurrir, sí resulta entretenida. Es por tanto una novela ligera, ideal para ser leída en una de esas tardes de domingo en las que uno sabe que no va a ocurrir nada, cuya mayor virtud es la rapidez, el ritmo acelerado que Berges imprime a la narración, lo que consigue que el que la lea vaya también acelerado detrás del protagonista, sin tiempo para reparar en otras cuestiones, lo que tampoco es poco.
Jueves, 12 de septiembre de 2013
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