LECTURAS
(elo.289)
UNA BLASA DE PIEDRA
José Saramago
Alfaguara, 1986
Después
de leer sus tres primeras novelas, que con toda seguridad conforman el núcleo
duro de su obra, aunque también son curiosamente las menos leídas, me he
reencontrado con “Una balsa de piedra”, novela que después de tantos años me ha
vuelto a parecer deliciosa, en donde el autor portugués, siempre tenido como el
más triste entre los tristes, demuestra su sutil sentido del humor, que sólo
puede apreciarse cuando uno se deja mecer por el suave oleaje de su prosa. El
tema sobre el que se asienta la novela es increíble, fantástico, el de que la
península ibérica, de la noche a la mañana, se desgaja de Europa y se pone a
navegar rumbo a Occidente a través del Atlántico, sin que ninguna causa física
lo explique. España y Portugal, de esta forma misteriosa, se separa de la vieja
Europa, como si quisieran demostrar, que en el fondo, en lugar de una península
siempre había sido una isla, un lugar con singularidad propia, que se resistía
a ser sólo una región más de esa Europa desarrollada y civilizada, que sin
miramientos, trataba de imponerle sus pautas culturales. “Una balsa de piedra”
puede ser considerada como un divertimento del autor, pero también, aunque sin
proclamas ni discursos explícitos, como un alegato en favor del iberismo, pero
sobre todo, de forma independiente a todas las consideraciones que pudieran sacarse de ella, como novela agradable, en donde la humanidad que
siempre desprende la prosa de Saramago
inunda a los personajes, que pasan a convertirse en algo más que meros
personajes para el lector que se deje seducir con la historia que se le cuenta.
También
en esta ocasión, al poco de comenzar la novela, y esto me pasa con muy pocos
autores, dejé a un lado el tema y me centré en los personajes, en la fuerza de
los mismos, que con suavidad, sin estridencias, tal como tiene que ser, ocupan
todo el escenario de la novela. Después de describir el extraño suceso,
aparecen en distintos lugares una serie de personajes que están convencidos,
que por causas que se les escapan, tienen algo que ver con lo acaecido, pues no
podía ser normal que alguien tirara una pesada piedra tan lejos, que sintiera,
otro, el temblor de la tierra bajo sus piernas, o que con una rama de negrillo
se pudiera dibujar una raya imposible de borrar en el suelo, por no hablar ya
de que una bandada de estorninos acompañara, desde ese día, a otro de ellos, o
que alguien, en la profunda Galicia, no pudiera deshilar por completo un viejo
calcetín. No, no era normal, y por ello, acaban uniéndose para explicarse entre
ellos lo que les estaba ocurriendo, recorriendo juntos, a pesar de que tres de
ellos eran portugueses y dos españoles, toda la península, o para ser más
precisos la isla en la que ésta se había
convertido, a lomos de un “Dos Caballos”, y después, cuando éste quedó agotado,
sobre una desvencijada carreta.
A
pesar de que la novela afronta un tema tan potente y tan mágico, tan
inverosímil, la historia se hace creíble gracias a los personajes, que
consiguen bajarla a tierra, consiguiendo éstos, que el lector acepte la mayor
para dedicarse a disfrutar de las insignificantes vidas que poco a poco se van
narrando, algo que no está al alcance de cualquier autor, ya que la mayoría, de
forma errónea, prefieren quedarse con la grandilocuencia de la idea concebida,
que con la obligación que tienen de hacerla “carne”, de humanizarla.
Hace
veintisiete años que se publicó esta novela, que sinceramente no creo, como
dije con anterioridad, que sea más que un divertimento sin carga ideológica
alguna, fruto del amor que sentía por España Saramago, que observaba a lo
ibérico como algo que iba más allá de ser portugués o español, pero hay que
reconocer, que en los momentos en que vivimos, en que ya no sólo las formas
culturales y las modas nos llegan desde fuera, sino los ajustes económicos que
se nos imponen, que como se observa están empobreciendo a los dos países, “Una
balsa de piedra” adquiere una relevancia que cuando se publicó, ciertamente no
tenía. Es una novela que hubiera tenido una mayor repercusión, mucho más de la
que tuvo en su momento, si en lugar de entonces, cuando parecían que los
vientos siempre serían favorables, se hubiera publicado ahora, cuando son
muchas las voces, que de forma acrítica, echan la culpa de todos los males que
padecemos, predicando cierto aislacionismo, a todo lo que nos llega del
exterior. Sí, es posible, pero “Una balsa de piedra”, a pesar de la alegoría de
la que parte, señala, creo, hacia otro lugar, hacia la separación de las
absurdas diferencias, de los recelos compartidos que siempre han acompañado a
las relaciones entre ambos pueblos, y a la certidumbre, por parte del autor, de
que la convivencia entre ambos no sólo es necesaria, sino esencial.
Sé
que el abuso de las alegorías, siempre demasiado explícitas, ha hecho mucho
daño a la obra de Saramago, sobre todo en su última etapa creativa, la que
llevó a cabo a partir de que concedieran el Nobel, pero estoy convencido que
“Una balsa de piedra”, precursora de tal metodología, se salva literariamente
al no caer en la simplicidad de sus novelas posteriores, lo que no significa
que no se trate de una obra menor si se la compara con las que elaboró con
anterioridad, en donde sin duda, el portugués dejó el listón demasiado alto,
incluso para sí mismo.
No
obstante es una novela agradable, que deja buen sabor de boca, de las que todo
buen lector de Saramago siempre tendrá presente, pues hay imágenes y
situaciones en ella que difícilmente podrá olvidar.
Lunes, 23 de septiembre
2013