domingo, 22 de diciembre de 2013

Una balsa de piedra


LECTURAS

(elo.289)

 

UNA BLASA DE PIEDRA

José Saramago

Alfaguara, 1986

 

                        Después de leer sus tres primeras novelas, que con toda seguridad conforman el núcleo duro de su obra, aunque también son curiosamente las menos leídas, me he reencontrado con “Una balsa de piedra”, novela que después de tantos años me ha vuelto a parecer deliciosa, en donde el autor portugués, siempre tenido como el más triste entre los tristes, demuestra su sutil sentido del humor, que sólo puede apreciarse cuando uno se deja mecer por el suave oleaje de su prosa. El tema sobre el que se asienta la novela es increíble, fantástico, el de que la península ibérica, de la noche a la mañana, se desgaja de Europa y se pone a navegar rumbo a Occidente a través del Atlántico, sin que ninguna causa física lo explique. España y Portugal, de esta forma misteriosa, se separa de la vieja Europa, como si quisieran demostrar, que en el fondo, en lugar de una península siempre había sido una isla, un lugar con singularidad propia, que se resistía a ser sólo una región más de esa Europa desarrollada y civilizada, que sin miramientos, trataba de imponerle sus pautas culturales. “Una balsa de piedra” puede ser considerada como un divertimento del autor, pero también, aunque sin proclamas ni discursos explícitos, como un alegato en favor del iberismo, pero sobre todo, de forma independiente a todas las consideraciones  que pudieran sacarse de ella, como  novela agradable, en donde la humanidad que siempre desprende la  prosa de Saramago inunda a los personajes, que pasan a convertirse en algo más que meros personajes para el lector que se deje seducir con la historia que se le cuenta.

                        También en esta ocasión, al poco de comenzar la novela, y esto me pasa con muy pocos autores, dejé a un lado el tema y me centré en los personajes, en la fuerza de los mismos, que con suavidad, sin estridencias, tal como tiene que ser, ocupan todo el escenario de la novela. Después de describir el extraño suceso, aparecen en distintos lugares una serie de personajes que están convencidos, que por causas que se les escapan, tienen algo que ver con lo acaecido, pues no podía ser normal que alguien tirara una pesada piedra tan lejos, que sintiera, otro, el temblor de la tierra bajo sus piernas, o que con una rama de negrillo se pudiera dibujar una raya imposible de borrar en el suelo, por no hablar ya de que una bandada de estorninos acompañara, desde ese día, a otro de ellos, o que alguien, en la profunda Galicia, no pudiera deshilar por completo un viejo calcetín. No, no era normal, y por ello, acaban uniéndose para explicarse entre ellos lo que les estaba ocurriendo, recorriendo juntos, a pesar de que tres de ellos eran portugueses y dos españoles, toda la península, o para ser más precisos la isla en la que ésta se  había convertido, a lomos de un “Dos Caballos”, y después, cuando éste quedó agotado, sobre una desvencijada carreta.

                        A pesar de que la novela afronta un tema tan potente y tan mágico, tan inverosímil, la historia se hace creíble gracias a los personajes, que consiguen bajarla a tierra, consiguiendo éstos, que el lector acepte la mayor para dedicarse a disfrutar de las insignificantes vidas que poco a poco se van narrando, algo que no está al alcance de cualquier autor, ya que la mayoría, de forma errónea, prefieren quedarse con la grandilocuencia de la idea concebida, que con la obligación que tienen de hacerla “carne”, de humanizarla.

                        Hace veintisiete años que se publicó esta novela, que sinceramente no creo, como dije con anterioridad, que sea más que un divertimento sin carga ideológica alguna, fruto del amor que sentía por España Saramago, que observaba a lo ibérico como algo que iba más allá de ser portugués o español, pero hay que reconocer, que en los momentos en que vivimos, en que ya no sólo las formas culturales y las modas nos llegan desde fuera, sino los ajustes económicos que se nos imponen, que como se observa están empobreciendo a los dos países, “Una balsa de piedra” adquiere una relevancia que cuando se publicó, ciertamente no tenía. Es una novela que hubiera tenido una mayor repercusión, mucho más de la que tuvo en su momento, si en lugar de entonces, cuando parecían que los vientos siempre serían favorables, se hubiera publicado ahora, cuando son muchas las voces, que de forma acrítica, echan la culpa de todos los males que padecemos, predicando cierto aislacionismo, a todo lo que nos llega del exterior. Sí, es posible, pero “Una balsa de piedra”, a pesar de la alegoría de la que parte, señala, creo, hacia otro lugar, hacia la separación de las absurdas diferencias, de los recelos compartidos que siempre han acompañado a las relaciones entre ambos pueblos, y a la certidumbre, por parte del autor, de que la convivencia entre ambos no sólo es necesaria, sino esencial.

                        Sé que el abuso de las alegorías, siempre demasiado explícitas, ha hecho mucho daño a la obra de Saramago, sobre todo en su última etapa creativa, la que llevó a cabo a partir de que concedieran el Nobel, pero estoy convencido que “Una balsa de piedra”, precursora de tal metodología, se salva literariamente al no caer en la simplicidad de sus novelas posteriores, lo que no significa que no se trate de una obra menor si se la compara con las que elaboró con anterioridad, en donde sin duda, el portugués dejó el listón demasiado alto, incluso para sí mismo.

                        No obstante es una novela agradable, que deja buen sabor de boca, de las que todo buen lector de Saramago siempre tendrá presente, pues hay imágenes y situaciones en ella que difícilmente podrá olvidar.

 

Lunes, 23 de septiembre 2013

 

lunes, 2 de diciembre de 2013

Un estado de malestar

LECTURAS


(elo.288)



UN ESTADO DEL MALESTAR

Joaquín Berges

Tusquets, 2012



Como casi todos los temas, el de la crisis que se suele padece alrededor de los cincuenta, que tantos estragos suele producir, se puede afrontar literariamente desde diferentes ángulos, pero me ha llamado la atención el que ha elegido Joaquín Berges, que desde una trama disparatada, consigue dar de lleno en el meollo de la cuestión, que no es otro que la necesidad que tienen los que la padecen de recuperar las ganas de vivir, aunque ello les suponga, tener que mandar al garete la vida que hasta ese momento han venido desarrollando. Toda novela que se precie, ante todo, tiene que cumplir el objetivo que la justifica, que no puede ser otro, que con una voluntad de estilo más o menos elaborado, contar una historia de la forma más eficaz posible, lo que en principio suele bastar para que el lector medio le otorgue su visto bueno. No obstante, hoy en día casi todos los autores consiguen tal nivel mínimo de exigencia, ya que el dominio de la técnica novelística se ha convertido en algo habitual, pero otra cuestión diferente, es que los diferentes autores que pululan por los escenarios literarios, sobre todo los más jóvenes, sean capaces de demostrar algo más que su dominio narrativo, por no hablar ya, de mostrar un discurso diferente, que es lo único que podrá proporcionarles un huevo, un hueco propio, en el cada vez más raquítico panorama literario actual.

Berges, autor al que no conocía a pesar de haber obtenido, al parecer, cierto prestigio con sus dos novelas anteriores, cumple a la perfección con ese nivel primario que siempre hay que exigirle a lo que se lee, que esté bien escrito y que la historia que se cuenta sea aceptable y coherente con el propósito que el autor se impuso, resultando la novela agradable e incluso simpática, pues en determinados momentos uno no tiene más remedio que reírse ante los acontecimientos a los que tiene que enfrentarse el protagonista, por otra parte magistralmente narrados por el autor.

Es posible que lo que más llame la atención de “Un estado del malestar”, es que ante un tema tan arduo y candente, el autor no haya optado por el melodrama al uso, por desarrollar una historia seria y de peso, de esas en que los interrogantes se amontonan unos sobre otros para dejar al lector “acoquinado” frente a esas cuestiones que a tantos arrinconan. Berges apuesta por una historia disparatada, la de un alto ejecutivo de unos grandes almacenes que siente la necesidad de cambiar su vida, que sentía vacía, y que por una mujer, se embarca en el mundo de los vendedores ambulantes, en el de los mercadillos callejeros, todo trufado por un estilo ágil e hilarante, y como no podía ser de otra forma, demasiado explícito, que me ha recordado en más de una ocasión a las últimas novelas de Eduardo Mendoza, lo que no creo que se trate precisamente de un elogio.

Cada cual escribe como quiere o como puede, y es libre, por supuesto, de seguir la estela literaria de quien desee, pero en un mundo como en el que vivimos, y me refiero al literario, al menos los que empiezan, deberían tener la obligación, si realmente desean encontrar un lugar bajo el sol, de crear, aunque sea machete en mano, su propio y singular sendero, no bastando, no pudiendo bastar bajo ningún concepto, dejarse llevar por las comodidades del camino fácil, el que ya está perfectamente rotulado, en el que poder desplegar la técnica que se sabe que ya se posee, poniendo para colmo al servicio de ella, materiales que ya han sido utilizados con anterioridad por otros.

Cada día dicen que se publican más novelas, saliendo a la luz nuevos autores que desaparecen con la misma facilidad con que aparecieron, prueba de ello, es que los novelistas de prestigio, los de referencia, siguen siendo los mismos desde hace veinte años, no existiendo entre ellos, que no son más que tres o cuatro, y los restantes, más que un extraño vacío que a veces, sólo a veces, queda salpicado por los ecos de alguna “esperanza blanca” que al poco quedan silenciados. El problema puede que se deba al escaso nivel de exigencia de estos nuevos autores, pero también tiene, estoy convencido, parte de culpa las editoriales, que en lugar de alentar nuevos discursos narrativos, se conforman con potenciar a aquellos, que por las causas que sean, saben que conseguirán vender el número de ejemplares necesario para hacer mínimamente rentable la inversión que sobre ellos se realizan.

“Un estado del malestar” es una novela que parte con ventaja, pues un amplio sector del público la acogerá con agrado, al igual que acepta a ese extraño personaje de Mendoza que sólo bebe Pepsicolas, pero sobre todo, porque sólo es “una novela de sofá” de esas que tanto en su momento criticó el autor de “El año de los prodigios”, lo que si bien no es poco, pues también hay que saber escribirlas, no es el tipo de literatura que particularmente me interese. Pero como tiene que haber de todo, como siempre hay un público para todo lo que se publica, tengo que reconocer que la novela de Berges tiene su gracia, y que el autor sabe resolver bien las situaciones que crea, que si bien no son muy complicadas, pues realmente nunca se complica la vida en la trama, sabiendo siempre el lector lo que va a ocurrir, sí resulta entretenida. Es por tanto una novela ligera, ideal para ser leída en una de esas tardes de domingo en las que uno sabe que no va a ocurrir nada, cuya mayor virtud es la rapidez, el ritmo acelerado que Berges imprime a la narración, lo que consigue que el que la lea vaya también acelerado detrás del protagonista, sin tiempo para reparar en otras cuestiones, lo que tampoco es poco.



Jueves, 12 de septiembre de 2013