lunes, 8 de julio de 2013

Memorial del convento

LECTURAS

(elo.283)



MEMORIAL DEL CONVENTO

José Saramago

Alfaguara, 1982



Recuerdo que hace unos meses, le recomendé a alguien que quería leer algo de Saramago, que sin dudarlo leyera “Memorial del convento”, pues siempre he estimado que esa era su mejor novela, novela que había leído hacía muchos años, pero que recordaba como la más equilibrada y posiblemente la más ambiciosa del portugués. La acabo de volver a leer y sigo subrayando lo anterior, aunque para ser sincero, tengo que reconocer que “Alzado del suelo” se encuentra a su misma altura, lo que en este momento me obligaría a dudar sobre cual elegiría si me viera en la tesitura de tener que elegir entre las dos. No obstante, pese a las dudas, seguiría inclinándome por la segunda novela del autor, por la sencilla razón, de que en ella existen una serie de elementos, literarios y extraliterarios, que la convierten en una obra más compleja y dificultosa, lo que consigue elevar el nivel de su narrativa, al dar un paso hacia delante en su discurso, en donde lo mágico, sin salirse nunca de “madre”, afianza y aporta credibilidad, además de servir para hacer más agradable la lectura, al tiempo que sirve para subrayar algunas cuestiones esenciales que el autor desea destacar. Pero a pesar de ese elemento, lo mágico, que aparece por primera vez en esta novela, y que con posterioridad tendrá un lugar destacado, muy destacado en su obra, lo esencial de la narrativa de Saramago, que ya dejó definido en “Alzado del suelo”, queda intacto, como la humanidad con que dibuja a sus personajes y el dominio total que ejercita sobre el tema, en donde nunca ningún cabo queda suelto, además del sutil, y para muchos desapercibido sentido del humor.

“Memorial del convento” habla de la construcción del convento de Mafra, una faraónica edificación que el rey de Portugal, Juan V, mandó construir con objeto de agradecer el nacimiento de su primer descendiente, una construcción que se observa desde dos planos, desde el que lo proyecta, pero sobre todo, desde los que tienen que soportar, con su trabajo, la ejecución de tal descabellada obra. El peso de la historia recae sobre una pareja, compuesta por un mutilado en una de las innumerables guerras de aquellos años, Sietesoles, y Blimunda, una mujer que tenía la virtud de ver en el interior, cuando se encontraba en ayunas, de todo lo que se anteponía ante ella, a través de cuyos avatares, se puede observar la sociedad de la época, en donde las penurias que embargaban a la mayoría de la población, contrastaban con el despilfarro de una monarquía cuya única función parecía ser la de gastar, la de malgastar todas las ingentes riquezas que llegaban desde las colonias. Pero también en la historia que se cuenta, queda de manifiesto el régimen de terror, que gracias a la Inquisición, ejercía la iglesia de la época, lo que mantenía asustado y subordinado a los sectores más ilustrados a las directrices dominantes.

La narración se mantiene fiel al enfoque y al estilo que Saramago desarrolló en su anterior novela, con unos personajes que se parecen, cosa nada fácil de conseguir, al paisaje en el que viven, y que son tratados con extrema sensibilidad, lo que les aporta esa humanidad y esa credibilidad tan portuguesa que siempre tanto nos llama la atención a los españoles, todo ello adobado gracias a esos párrafos largos, repletos de ondulaciones, de descripciones y de diálogos, que logran apasionar a los que son capaces de zambullirse, sin precauciones, en sus obras. En esta ocasión, Saramago, no presenta a personajes que se revelen ante la situación en la que viven, los tiempos eran otros, sino a individuos sin esperanzas, como siempre ha ocurrido, que se dedican a sobrellevar, de la mejor forma que pueden, las lamentables circunstancias que les han tocado en suerte, intentando poner buena cara a los malos tiempos que se veían obligados a “disfrutar”.

Pero ante tanta apatía, ante tanta “normalidad”, que deja un paisaje calcinado por la resignación, surge lo mágico, el elemento mágico que en esta ocasión no sirve sólo para aderezar la monotonía de la narración, cosa que también consigue, sino para dejar un mensaje implícito, el de que sólo con la voluntad, con la voluntad de todos, es posible alzarse sobre el suelo, para dejar atrás lo inevitable y poder volar, algo tan increíble para los habitantes de aquella época, sobre un mundo que parecía haber sido construido contra los hombres. Sí, porque el escritor portugués se saca de la chistera a un cura heterodoxo obsesionado con la idea de volar como los pájaros, cosa que consigue junto a los dos protagonistas de la novela, pero sólo después de haber comprendido, que el pesado artilugio que había construido, de la única forma que podría levantarse hacia el cielo sería consiguiendo reunir las suficientes voluntades humanas para ello. La voluntad, de esta forma para Saramago, como no podía ser de otra forma, es presentada como el motor de la historia, la única pócima capaz de lograr lo imposible, y no sólo para aupar una pesada máquina desde el suelo, sino para modificar la vida, las condiciones de vida a la que todos estamos, antes y ahora, encadenados.

“Memorial del convento”, después de tantos años, me ha parecido una novela deliciosa, una de esas novelas con las que se puede aún disfrutar con la lectura, pues en cada página, en cada párrafo, hay elementos suficientes, más que suficientes para poder brindar por la literatura, ya que en toda buena novela, y esta lo es, además del resultado final, lo esencial es el placer que se obtiene en cada recoveco de la misma.



Domingo, 16 de junio de 2013.



lunes, 1 de julio de 2013

Tailandia

LECTURAS
(elo.282)

TAILANDIA (“Después del terremoto”)
Haruki Murakami
Tusquets, 2000

No soy un lector habitual de libros de relatos, de suerte que suelo rehuirlos, sobre todo por la intensidad que algunos autores se creen en la obligación de imprimir en los que realizan, forzando a sus lectores, a sus escasos lectores, a tener que zambullirse en ellos con miedo, con temor a pasar por alto algo esencial que les imposibilite la comprensión real de los mismos. Los relatos de esta forma se están convirtiendo en creaciones literarias esotéricas, sólo aptas para iniciados, en donde se tiene la obligación de descubrir las claves ocultas que los hagan inteligibles, alejándose, y esto es lo grave, en aras de la sacrosanta calidad, de la posibilidad de hacerles pasar un buen rato de lectura a los que se acerquen a ellos. Hay una opinión muy extendida que dice, que un buen relato tiene que estar más cerca de la poesía que de la novelística, lo que sin duda se encuentra muy alejado de la realidad, pues los relatos, a pesar de tener sus reglas propias, reglas siempre muy abiertas, se inscriben dentro de la narrativa, lo que los empareja, se quiera o no con las novelas, siendo este hecho lo que está haciendo ilegible a un alto porcentaje de los relatos que hoy en día se escriben. Parece como si se intentara, y con pundonor, que los relatos que hoy se presentan se encuentren lo más alejado posible de lo que se entiende por novela, de la “vulgaridad” de la novela, lo que obliga a sus autores, para que no se les acuse de realizar novelas cortas, a retorcer y a oscurecer sus creaciones, lo que puede poner en peligro el futuro, un futuro que estoy convencido que puede ser esplendoroso por diferentes razones, del propio arte de hacer relatos.
Digo lo anterior, después de haber leído dos libros de relatos que me han llamado la atención, ambos realizados por novelistas, lo que se nota, con los que he pasado un interesante y agradable fin de semana, en los que no he encontrado la desagradable impostura que me está obligando a dejar a un lado, siempre en principio para una mejor ocasión, las recopilaciones de relatos que me están llegado. Uno de los libros es de Haruki Murakami, “Después del terremoto”, autor del que no sabía que también se dedicara a escribir relatos, del que he seleccionado uno, “Tailandia”, además de por creer que es el mejor de los presentados, porque estoy convencido que es el que mejor sintoniza con el discurso literario del japonés. Quisiera decir en primer lugar, para evitar equívocos, que se tratan de relatos, no de apuntes de novelas, o de novelas que se han quedado sólo en relatos, pues todos cumplen con las reglas que siempre han caracterizado a ese género, pero también, que están realizados por un autor que no idolatra al relato, que lo respeta, pero que no los elabora para encerrarlos, con objeto de que no se contaminen, en delicados recipientes de cristal.
“Tailandia” habla de alguien, de una prestigiosa investigadora médica, que ya había pasado el ecuador de su vida, a quien le hacen comprender, durante unas vacaciones en ese país asiático, que tiene que prepararse para la muerte, muerte que no le llegará mañana, sino en su momento, pero ante la que tenía la obligación de comenzar a adecuarse
El relato nos presenta a una protagonista compleja, lo que siempre hay que agradecer, en apariencia segura de sí misma, solitaria, con una vida a sus espaldas que en todo momento había estado condicionada por una desagradable historia que no había logrado superar, y con la que sólo con muchas dificultades, lograba convivir; a alguien que comprende en esas vacaciones que se regala, que para seguir hacia delante tenía que desprenderse de todo el odio que tenía acumulado, si en realidad deseaba vivir en paz consigo misma y con los demás, con objeto de poder afrontar, libre de cargas, la vida que aún le restaba por contabilizar.
A Murakami, al que se le puede criticar desde muchos ángulos, hay que reconocerle, lo que no es poco, que tiene un discurso narrativo propio, que es ciertamente el que para bien o para mal singulariza su forma de hacer literatura, por lo que las historias que desea contar las desarrolla basándose en sus propias premisas, rehogándolas en sus propio mundo literario, en donde siempre tienen un papel destacado los sueños y las potentes imágenes oníricas que se saca de la chistera, que dejan sobre la mesa unas rutas que necesariamente hay que seguir, que a veces pueden parecer de una simplicidad extrema, propias de un mundo sin contradicciones, zen, pero que en principio, dejan abierta una alternativa diáfana, nada occidental por cierto, por la que pueden transitar sus siempre atribulados protagonistas.
La historia que cuenta, rompe su linealidad cuando a la protagonista le presentan a una anciana que en la pobre aldea en donde vivía se dedicaba a sanar almas, la cual, siempre de forma metafórica, y después de leerle en la mano los problemas que padecía, le comunica lo que tenía que hacer para solventarlos.
Sí, Murakami es un especialista a la hora de regalar imágenes potentes, como la que se describe de la soledad en la que viven los osos polares, con la que parece querer decirnos, que tenemos que acostumbrarnos a vivir en soledad, y que los contactos que mantengamos con otras personas, aunque nos duela admitirlo, siempre tendrán que ser eventuales. El problema, como siempre ocurre con sus novelas, es que las recetas que regala son demasiado esquemáticas, y por tanto, difíciles, muy difíciles, por no decir que imposibles, de llevar a cabo.
No obstante, este relato me ha parecido interesante, bien desarrollado, como también me lo ha parecido la recopilación que agrupa bajo el título “Después del terremoto”, conjunto de relatos, que como dije al principio, puede resultar adecuado para pasar una placentera tarde de domingo en compañía de algunas historias bien escritas y emparentadas entre sí.

Martes, 4 de junio de 2013.