LECTURAS
(elo.283)
MEMORIAL DEL CONVENTO
José Saramago
Alfaguara, 1982
Recuerdo que hace unos meses, le recomendé a alguien que quería leer algo de Saramago, que sin dudarlo leyera “Memorial del convento”, pues siempre he estimado que esa era su mejor novela, novela que había leído hacía muchos años, pero que recordaba como la más equilibrada y posiblemente la más ambiciosa del portugués. La acabo de volver a leer y sigo subrayando lo anterior, aunque para ser sincero, tengo que reconocer que “Alzado del suelo” se encuentra a su misma altura, lo que en este momento me obligaría a dudar sobre cual elegiría si me viera en la tesitura de tener que elegir entre las dos. No obstante, pese a las dudas, seguiría inclinándome por la segunda novela del autor, por la sencilla razón, de que en ella existen una serie de elementos, literarios y extraliterarios, que la convierten en una obra más compleja y dificultosa, lo que consigue elevar el nivel de su narrativa, al dar un paso hacia delante en su discurso, en donde lo mágico, sin salirse nunca de “madre”, afianza y aporta credibilidad, además de servir para hacer más agradable la lectura, al tiempo que sirve para subrayar algunas cuestiones esenciales que el autor desea destacar. Pero a pesar de ese elemento, lo mágico, que aparece por primera vez en esta novela, y que con posterioridad tendrá un lugar destacado, muy destacado en su obra, lo esencial de la narrativa de Saramago, que ya dejó definido en “Alzado del suelo”, queda intacto, como la humanidad con que dibuja a sus personajes y el dominio total que ejercita sobre el tema, en donde nunca ningún cabo queda suelto, además del sutil, y para muchos desapercibido sentido del humor.
“Memorial del convento” habla de la construcción del convento de Mafra, una faraónica edificación que el rey de Portugal, Juan V, mandó construir con objeto de agradecer el nacimiento de su primer descendiente, una construcción que se observa desde dos planos, desde el que lo proyecta, pero sobre todo, desde los que tienen que soportar, con su trabajo, la ejecución de tal descabellada obra. El peso de la historia recae sobre una pareja, compuesta por un mutilado en una de las innumerables guerras de aquellos años, Sietesoles, y Blimunda, una mujer que tenía la virtud de ver en el interior, cuando se encontraba en ayunas, de todo lo que se anteponía ante ella, a través de cuyos avatares, se puede observar la sociedad de la época, en donde las penurias que embargaban a la mayoría de la población, contrastaban con el despilfarro de una monarquía cuya única función parecía ser la de gastar, la de malgastar todas las ingentes riquezas que llegaban desde las colonias. Pero también en la historia que se cuenta, queda de manifiesto el régimen de terror, que gracias a la Inquisición, ejercía la iglesia de la época, lo que mantenía asustado y subordinado a los sectores más ilustrados a las directrices dominantes.
La narración se mantiene fiel al enfoque y al estilo que Saramago desarrolló en su anterior novela, con unos personajes que se parecen, cosa nada fácil de conseguir, al paisaje en el que viven, y que son tratados con extrema sensibilidad, lo que les aporta esa humanidad y esa credibilidad tan portuguesa que siempre tanto nos llama la atención a los españoles, todo ello adobado gracias a esos párrafos largos, repletos de ondulaciones, de descripciones y de diálogos, que logran apasionar a los que son capaces de zambullirse, sin precauciones, en sus obras. En esta ocasión, Saramago, no presenta a personajes que se revelen ante la situación en la que viven, los tiempos eran otros, sino a individuos sin esperanzas, como siempre ha ocurrido, que se dedican a sobrellevar, de la mejor forma que pueden, las lamentables circunstancias que les han tocado en suerte, intentando poner buena cara a los malos tiempos que se veían obligados a “disfrutar”.
Pero ante tanta apatía, ante tanta “normalidad”, que deja un paisaje calcinado por la resignación, surge lo mágico, el elemento mágico que en esta ocasión no sirve sólo para aderezar la monotonía de la narración, cosa que también consigue, sino para dejar un mensaje implícito, el de que sólo con la voluntad, con la voluntad de todos, es posible alzarse sobre el suelo, para dejar atrás lo inevitable y poder volar, algo tan increíble para los habitantes de aquella época, sobre un mundo que parecía haber sido construido contra los hombres. Sí, porque el escritor portugués se saca de la chistera a un cura heterodoxo obsesionado con la idea de volar como los pájaros, cosa que consigue junto a los dos protagonistas de la novela, pero sólo después de haber comprendido, que el pesado artilugio que había construido, de la única forma que podría levantarse hacia el cielo sería consiguiendo reunir las suficientes voluntades humanas para ello. La voluntad, de esta forma para Saramago, como no podía ser de otra forma, es presentada como el motor de la historia, la única pócima capaz de lograr lo imposible, y no sólo para aupar una pesada máquina desde el suelo, sino para modificar la vida, las condiciones de vida a la que todos estamos, antes y ahora, encadenados.
“Memorial del convento”, después de tantos años, me ha parecido una novela deliciosa, una de esas novelas con las que se puede aún disfrutar con la lectura, pues en cada página, en cada párrafo, hay elementos suficientes, más que suficientes para poder brindar por la literatura, ya que en toda buena novela, y esta lo es, además del resultado final, lo esencial es el placer que se obtiene en cada recoveco de la misma.
Domingo, 16 de junio de 2013.