
LECTURAS
(elo.202)
YO MALDIGO EL RÍO DEL TIEMPO
Per Petterson
Mondadori, 2008
Hay novelas a las que sólo se puede acceder gracias a la recomendación de alguien de confianza, como ésta de Per Petterson, autor del que nunca en mi vida había escuchado hablar, a pesar de que al parecer, cuenta con un prestigio considerable y no sólo en su país. Desde que ese alguien me habló de esta novela, la tenía pendiente, aunque para ser sincero, no para correr a buscarla como he hecho con otras muchas, sino con la extraña esperanza de que un golpe de fortuna la dejara en mis manos, como al final, y de forma sorprendente ha ocurrido. En primer lugar, y antes de comenzar, tengo que decir que esperaba más, mucho más de la obra en cuestión, posiblemente por el crédito que me aportaba quien me la recomendó, que no se distingue, y menos en cuestiones literarias, por regalar elogios a nadie, aunque estoy seguro que el problema no ha partido de él, sino de las diferencias que existen entre las formas que ambos tenemos de entender la literatura. Yo soy, por ejemplo, partidario de una literatura menos intimista que él, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que la que yo prefiero sea mejor, sino sólo que somos lectores diferentes.
La novela, aunque el tema me ha parecido demasiado trillado, la he leído bien, sobre todo porque está muy bien escrita, pero una vez terminada me ha resultado intrascendente, o lo que es lo mismo, que “Yo maldigo al río del tiempo” es una novela formalmente aceptable, incluso muy aceptable, pero que no ha conseguido dejarme nada que merezca la pena subrayar. Intentaré desarrollar lo anterior, pues tal juicio, para muchos, podría resultar injusto al no valorar lo que al parecer siempre hay que valorar. Hace muchos años, un conocido de forma algo primaria, decía cuando una novela le había gustado pero no demasiado, “que sí, que estaba bien, pero que no le había matado”. Pues bien, en este caso yo diría lo mismo, que la novela del noruego es interesante, e incluso recomendable, pero que no ha conseguido matarme, y aún más, que ni siquiera ha logrado herirme. Si lo anterior lo redondeo afirmando que una buena novela, al menos para mí, no es aquella que cuadra por los cuatro costados, sino la que consigue desestabilizarme por entero, la que no me deja indemne, no me queda más remedio que decir, que la novela de Petterson, la que me había recomendado con tanto interés mi amigo, no es más que una obra bien elaborada de las muchas que anegan anualmente las librerías, pero también de las muchas que pasan sin pena ni gloria por las mesas de novedades de esos mismos establecimientos. Hoy en día, como he repetido en innumerables ocasiones, difícilmente uno logra encontrarse con una novela mala en sí, que esté mal desarrollada, pues la necesaria criba que llevan a cabo las editoriales dejan en la cuneta a todas las que no llegan a un nivel medio aceptable, aunque otra cosa es, que se suela tropezar con obras que realmente merezcan la pena, esas que por merecimiento propio, logran hacerse con un lugar destacado tanto en nuestras bibliotecas como en nuestras memorias. Esto, aparte de lógico, pues lo bueno puede llegar a considerarse como normal mientras que lo excelente casi siempre resulta milagroso, se observa en la actualidad más que nunca, ya que la técnica literaria, posiblemente debido a que cada día existen más aspirantes a ser escritores, es dominada cada día por más personas. Por ello, que uno se encuentre con una buena obra literaria, de esas que poco margen dejan a las críticas, es algo cada día más habitual, lo que debe obligar a que se eleve el nivel de exigencia, a que se le pida a lo que se lee un plus añadido que vaya más allá de la inexistencia de aristas en la narración, un algo más que necesariamente debe encontrarse en el contenido de lo que se cuenta, en el fondo más que en la forma, en la existencia de un discurso diferente al que cotidianamente uno se encuentra en cada esquina de su existencia. Y esto no es tan fácil, pues son pocos, muy pocos, los novelistas que tienen algo nuevo, y no digo diferente que decir. El futuro de la literatura se encuentra en ese reducido grupo de escritores que no se conforman con dejar de manifiesto sus excelentes dotes literarias, sino en los que a pesar de poseer esas dotes, se aventuran por senderos en principio impracticables, para los que “el qué decir”, es más importante, y estoy convencido que no estoy incurriendo en un pecado literario, que “el como decirlo”.
Dije con anterioridad, que la novela de Petterson cuenta una historia que ya se ha contado en innumerables ocasiones, la de alguien, que en un momento de crisis, movido o empujado por una serie de acontecimientos, en este caso por la huida de su madres también hacia el encuentro de su pasado después de que le diagnosticaran que padecía cáncer, va rememorando facetas de su existencia que se van yuxtaponiendo entre sí, para al final, dejar en la mente del lector una trayectoria, que como si de un río se tratara, acaba por desembocar en el frustrante delta en el que se encontraba atorado el protagonista. Como he dicho con anterioridad, la historia está bien desarrollada, aunque puede llamar la atención que el narrador consiga tener la información precisa sobre acontecimientos en los que no estuvo presente, lo que siendo un poco quisquillosos le puede restar cierta credibilidad a la obra, aunque estoy convencido, que el punto débil de la misma, y valga la redundancia, es la debilidad del contenido de la historia, lo que en mi opinión, acaba por devaluar la novela.
Leer por leer, incluso para los que leemos de forma obsesiva, hace tiempo que ha dejado de tener sentido, por lo que ha llegado el momento, sobre todo en los extraños tiempos en los que vivimos, de exigir una literatura diferente, una literatura que vaya más allá de la construcción de frases perfectas y de la elaboración de ambientes que se acoplen a la perfección a las historias que se deseen contar, ya que esto, seamos realistas, se encuentra en la actualidad al alcance de cualquier aprendiz de escritor. La literatura, la buena literatura debe aspirar a más, aunque sólo sea a conseguir pellizcar el estómago del lector, para que cuando éste abandone la novela una vez leída, en lugar de placer, se encuentre con un extraño malestar que le obligue a comprender que nunca dos y dos, salvo en matemáticas, pueden ser cuatro.
Jueves, 19 de agosto de 2010
(elo.202)
YO MALDIGO EL RÍO DEL TIEMPO
Per Petterson
Mondadori, 2008
Hay novelas a las que sólo se puede acceder gracias a la recomendación de alguien de confianza, como ésta de Per Petterson, autor del que nunca en mi vida había escuchado hablar, a pesar de que al parecer, cuenta con un prestigio considerable y no sólo en su país. Desde que ese alguien me habló de esta novela, la tenía pendiente, aunque para ser sincero, no para correr a buscarla como he hecho con otras muchas, sino con la extraña esperanza de que un golpe de fortuna la dejara en mis manos, como al final, y de forma sorprendente ha ocurrido. En primer lugar, y antes de comenzar, tengo que decir que esperaba más, mucho más de la obra en cuestión, posiblemente por el crédito que me aportaba quien me la recomendó, que no se distingue, y menos en cuestiones literarias, por regalar elogios a nadie, aunque estoy seguro que el problema no ha partido de él, sino de las diferencias que existen entre las formas que ambos tenemos de entender la literatura. Yo soy, por ejemplo, partidario de una literatura menos intimista que él, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que la que yo prefiero sea mejor, sino sólo que somos lectores diferentes.
La novela, aunque el tema me ha parecido demasiado trillado, la he leído bien, sobre todo porque está muy bien escrita, pero una vez terminada me ha resultado intrascendente, o lo que es lo mismo, que “Yo maldigo al río del tiempo” es una novela formalmente aceptable, incluso muy aceptable, pero que no ha conseguido dejarme nada que merezca la pena subrayar. Intentaré desarrollar lo anterior, pues tal juicio, para muchos, podría resultar injusto al no valorar lo que al parecer siempre hay que valorar. Hace muchos años, un conocido de forma algo primaria, decía cuando una novela le había gustado pero no demasiado, “que sí, que estaba bien, pero que no le había matado”. Pues bien, en este caso yo diría lo mismo, que la novela del noruego es interesante, e incluso recomendable, pero que no ha conseguido matarme, y aún más, que ni siquiera ha logrado herirme. Si lo anterior lo redondeo afirmando que una buena novela, al menos para mí, no es aquella que cuadra por los cuatro costados, sino la que consigue desestabilizarme por entero, la que no me deja indemne, no me queda más remedio que decir, que la novela de Petterson, la que me había recomendado con tanto interés mi amigo, no es más que una obra bien elaborada de las muchas que anegan anualmente las librerías, pero también de las muchas que pasan sin pena ni gloria por las mesas de novedades de esos mismos establecimientos. Hoy en día, como he repetido en innumerables ocasiones, difícilmente uno logra encontrarse con una novela mala en sí, que esté mal desarrollada, pues la necesaria criba que llevan a cabo las editoriales dejan en la cuneta a todas las que no llegan a un nivel medio aceptable, aunque otra cosa es, que se suela tropezar con obras que realmente merezcan la pena, esas que por merecimiento propio, logran hacerse con un lugar destacado tanto en nuestras bibliotecas como en nuestras memorias. Esto, aparte de lógico, pues lo bueno puede llegar a considerarse como normal mientras que lo excelente casi siempre resulta milagroso, se observa en la actualidad más que nunca, ya que la técnica literaria, posiblemente debido a que cada día existen más aspirantes a ser escritores, es dominada cada día por más personas. Por ello, que uno se encuentre con una buena obra literaria, de esas que poco margen dejan a las críticas, es algo cada día más habitual, lo que debe obligar a que se eleve el nivel de exigencia, a que se le pida a lo que se lee un plus añadido que vaya más allá de la inexistencia de aristas en la narración, un algo más que necesariamente debe encontrarse en el contenido de lo que se cuenta, en el fondo más que en la forma, en la existencia de un discurso diferente al que cotidianamente uno se encuentra en cada esquina de su existencia. Y esto no es tan fácil, pues son pocos, muy pocos, los novelistas que tienen algo nuevo, y no digo diferente que decir. El futuro de la literatura se encuentra en ese reducido grupo de escritores que no se conforman con dejar de manifiesto sus excelentes dotes literarias, sino en los que a pesar de poseer esas dotes, se aventuran por senderos en principio impracticables, para los que “el qué decir”, es más importante, y estoy convencido que no estoy incurriendo en un pecado literario, que “el como decirlo”.
Dije con anterioridad, que la novela de Petterson cuenta una historia que ya se ha contado en innumerables ocasiones, la de alguien, que en un momento de crisis, movido o empujado por una serie de acontecimientos, en este caso por la huida de su madres también hacia el encuentro de su pasado después de que le diagnosticaran que padecía cáncer, va rememorando facetas de su existencia que se van yuxtaponiendo entre sí, para al final, dejar en la mente del lector una trayectoria, que como si de un río se tratara, acaba por desembocar en el frustrante delta en el que se encontraba atorado el protagonista. Como he dicho con anterioridad, la historia está bien desarrollada, aunque puede llamar la atención que el narrador consiga tener la información precisa sobre acontecimientos en los que no estuvo presente, lo que siendo un poco quisquillosos le puede restar cierta credibilidad a la obra, aunque estoy convencido, que el punto débil de la misma, y valga la redundancia, es la debilidad del contenido de la historia, lo que en mi opinión, acaba por devaluar la novela.
Leer por leer, incluso para los que leemos de forma obsesiva, hace tiempo que ha dejado de tener sentido, por lo que ha llegado el momento, sobre todo en los extraños tiempos en los que vivimos, de exigir una literatura diferente, una literatura que vaya más allá de la construcción de frases perfectas y de la elaboración de ambientes que se acoplen a la perfección a las historias que se deseen contar, ya que esto, seamos realistas, se encuentra en la actualidad al alcance de cualquier aprendiz de escritor. La literatura, la buena literatura debe aspirar a más, aunque sólo sea a conseguir pellizcar el estómago del lector, para que cuando éste abandone la novela una vez leída, en lugar de placer, se encuentre con un extraño malestar que le obligue a comprender que nunca dos y dos, salvo en matemáticas, pueden ser cuatro.
Jueves, 19 de agosto de 2010
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