lunes, 11 de octubre de 2010

Fado (El fabuloso mundo de nada)


LECTURAS

(elo.201)

FADO

(El Fabuloso mundo de nada)

Javier Mije

Acantilado, 2010

Desde que leí su primer trabajo publicado, “El camino de la oruga”, he estado esperando, y la espera ha sido larga, a que apareciera en el mercado alguna nueva obra firmada por Javier Mije con objeto de certificar su calidad literaria, o lo que es lo mismo, para asegurarme que lo que encontré en aquellos relatos no fue producto de la casualidad, de esa extraña suerte que a veces acompaña a los principiantes y que en la mayoría de las ocasiones queda sin continuidad. Recuerdo que en cierta ocasión, hablando con el propio autor sobre el éxito de su primera obra (pues el libro se vendió bien dentro de los reducidos márgenes que en nuestro país supone publicar relatos, y del hecho de que se tratara de un joven autor desconocido por todos y de las excelentes críticas que había recibido), éste me comentó, que le había sorprendido que nadie, absolutamente nadie, había captado la preocupación, o la obsesión que habían originado dichas composiciones. Terrible crítica a la crítica, pero sobre todo a los lectores que habíamos elogiado los diferentes relatos que componían ese su primer libro, lo que me llevó a pensar, o mejor dicho a comprender, que en demasiadas ocasiones, por comodidad, nos quedamos sólo con aquello que con nitidez se deja ver, en lugar, como es nuestra obligación, de intentar averiguar lo que sostiene y se encuentra detrás de los diferentes decorados que consiguen levantarse ante nosotros. La labor de todo buen lector, y por extensión de todo crítico decente, es la de intentar captar aquello que el autor ha querido decir, en suma, la de descubrir el secreto que se oculta y sobre el que se sostiene toda obra literaria de calidad.

Dije al principio, que estaba deseando que apareciera otra obra de Mije para, como esperaba, quedara demostrado de forma definitiva que la flauta no le sonó por casualidad, y así ha sido, ya que “El fabuloso mundo de nada”, al menos en mi opinión, es un conjunto de relatos, y no sólo por la madurez que el autor demuestra en los mismos, que se asienta en un nivel superior al que pudo llegar su primera obra. Lo que en primer lugar me llamó la atención, después de realizar una lectura rápida de los mismos, fue comprobar que Mije seguía tensando la cuerda, lo que significaba, que se trataban de relatos más complejos y elaborados que los anteriores, en donde de nuevo, en lugar de buscar al lector complaciente, se centraba, sin mirar a su alrededor, en las historias que deseaba dejar sobre el papel, no pareciéndole importar demasiado el número de lectores que pudieran acceder a ellas. Lo anterior significa, que su literatura sólo es apta para lectores inteligentes, o al menos para aquellos que se encuentran capacitados para realizar el esfuerzo necesario para intentar no sólo disfrutar, sino también comprender el texto que tienen entre sus manos, lo que, y tal como están las cosas, hay que agradecer.

A pesar de la aparente heterogeneidad de los textos presentados en éste su segundo libro, no cabe duda que existe un hilo conductor que une a los mismos, un substrato común que es abordado desde diferentes temáticas, la dificultad de las relaciones amorosas, y lo frágiles que nos sentimos cuando compartimos la vida con otra persona, pero también la necesidad que nos empuja a recuperar la independencia, la libertad, aunque ello suponga romper con la persona que queremos, con la persona que amamos, pero que no obstante, en más ocasiones de las debidas consigue desestabilizarnos. Parece que Javier Mije fuera el autor de aquella pintada que decora un muro de la calle en la que vivo, la que dice, “Sólo solos somos libres”, ya que creo que esa es la idea, más o menos elaborada, que late en todos sus relatos.

Aunque posiblemente no sea el texto más redondo, he preferido detenerme en un relatos, “Fado”, al estimar que puede ser el más significativo, el que mejor podría representar el espíritu de “El fabuloso mundo de nada”. En “Fado” se encuentran todos los elementos de los que con anterioridad he hablado, el amor hacia otra persona, la distancia física, representada en el hecho de que los dos enamorados vivieran en ciudades alejadas entre sí, pero sobre todo la distancia vital, que hace que uno en ningún momento pueda controlar, como desearía, al estar siempre pendiente de la otra persona, su propia existencia que observa a la deriva, y por supuesto, la necesidad de acabar, aunque no se quiera, con la causa del desasosiego que se padece. En el texto también aparece otra idea que se plasma en la imagen de ese tren que se dirige desde Barcelona a Lisboa, repleto de compartimentos cerrados, lo que subraya el hecho de que todos somos diferentes, y que por tanto, ocupamos un lugar determinado al que nadie, aunque lo intente, podrá acceder. Y ese es el problema, pues el amor en su utópico delirio siempre aspira a encontrar y a poder asentarse en una unidad que nunca, por definición, a pesar de que lo soñemos, se podrá alcanzar. Efectivamente, la cuestión radica en que esa unidad, tan cantada por todos los poetas, sólo podrá ser efectiva cuando uno de los dos enamorados, abandone su lugar en el mundo, el que le corresponde, para trasladarse al que ocupa la persona que quiere, lo que cuando se produce da lugar a la perdida definitiva de la libertad que teóricamente se posee. El protagonista del relato sabe los problemas que le causa la relación amorosa que mantiene, y sabe también, que su libertad, para él sagrada, tampoco no puede pasar por la pérdida de la libertad de la persona que ama, por lo que opta, a pesar del dolor, por dar por finalizada dicha relación, lo que por extensión, parece que nos quiere decir Javier, que una vida saludable en pareja sólo puede existir, cuando uno de los dos miembros entrega su libertad al otro.

“Fado” es un relato complejo, en el que el lector tiene que sumergirse para captar su auténtico significado, un relato en el que se observa la madurez narrativa de Mije, al tiempo que deja claro el tipo de literatura por la que apuesta, alejándose de la costa común en la que tantos otros se acomodan. Espero que la novela en la que trabaja pueda dar a luz en poco tiempo, aunque creo, y lo digo desde el egoísmo, que ese esfuerzo que está realizando, puede dejarnos, al menos durante un tiempo, sin uno de los autores de relatos más interesantes del panorama literario español, lo que no quiere decir, por supuesto, que no esté deseando leer su siempre prometida y por tanto esperada novela.

Lunes, 16 de agosto de 2010

viernes, 1 de octubre de 2010

Tiempo de divorcio


LECTURAS

(elo.200)

TIEMPO DE DIVORCIO

John Cheever

EMECE

A pesar de que John Cheever es uno de los grandes, uno de los grandes de la literatura norteamericana, carece de la popularidad que poseen otros autores de indudable menor valía. Eso se debe, independientemente al hecho innegable de que su obra no ha tenido la difusión adecuada, a que la literatura de Cheever, ya sea en narrativa corta o en la de largo recorrido, en ningún caso ha sido realizada de cara a la galería, lo que ha motivado que por desconocimiento haya quedado fuera, con todo lo que ello supone, de la oferta presentada a ese sector de lectores que aún compra y lee literatura de calidad. Los que hemos tenido la posibilidad de llegar a él, casi siempre lo hemos conseguido gracias a la recomendación de algún conocido, el cual también accedió a su literatura por la intervención de otro. Por ello, los que hemos gozado del privilegio de conocer su obra nos encontramos en la obligación de difundirla, pues no es de recibo que siga marginada entre los muros de una editorial minoritaria y el placer anónimo que un reducido número de lectores han sentido con su obra. Como todo autor que se precie, el norteamericano posee un discurso del que sólo en muy pocas ocasiones logra apartarse, el de la cáustica mirada que realiza sobre la clase media de su país, que por extensión, y por el hecho de apuntar siempre a los rasgos esenciales de la misma, se convierte en un análisis no sólo de la estadounidense, sino de la clase media de todas nuestras sociedades. Para afrontar su discurso, Cheever utiliza dos métodos, el del realismo exacerbado, que es el que más me interesa, y la creación de historias alegóricas que curiosamente son las narraciones más conocidas del autor, tal como ocurre con su relato “El nadador”. Cheever estima, que la tan admirada clase media, esconde bajo la estabilidad que la define, un importante cúmulo de insatisfacciones, que hacen de ella, a pesar de representar el cimiento sobre el que se asientan nuestras desarrolladas sociedades, una imprevisible bomba de relojería que pone de manifiesto la fragilidad del mundo en que vivimos. El norteamericano, posee la capacidad de arañar el barniz que la envuelve, para dejar al descubierto sus puntos más débiles, aquellos que se intentan ocultar con un nivel de vida en principio envidiable. Ese sector de la población, que en buena medida representa el publicitado paradigma de lo que somos, o de los que queremos ser, que entre otras virtudes presume de seguir, aunque de forma acrítica, los pautados dictados de los discursos dominantes, se caracteriza por vivir sin prestar atención a sus contradicciones, posiblemente porque sepa, que en el momento en que se detenga, todo se le vendrá abajo. Sí, la tan criticada e idealizada clase media, es un ejemplo de lo que son nuestras sociedades, con todo lo positivo de las mismas, pero también, con todo lo que las convierte en inviables. Por ello, analizarlas, introducirse en ellas, sacar a la luz sus problemas mientras se observa su forma de vida, es la mejor forma de mirarnos en el espejo, siendo Cheever en ello un especialista, ya que sin levantar nunca la voz, señala en todo momento hacia el lugar exacto por donde nos desangramos, es decir, hacia la insatisfacción que sentimos por la vida que llevamos, una vida que ni de lejos se acopla a la idea que de ella teníamos antes de comenzar esta disparatada carrera hacia la nada.

En “Tiempo de divorcio” se dibuja a un matrimonio que lleva una vida convencional, él dedicado a sus tareas profesionales y ella al cuidado de la casa y de los hijos, que entra en crisis, en el momento en que alguien, una tercera persona que aparece, se enamora de la mujer, haciéndola descubrir que la vida que llevaba carecía de alicientes. Ella nunca se enamora de esa persona, pero gracias a él, comprende que se había convertido en una mujer a la que ya no reconocía, lo que la empujó a replanteárselo todo. En este sencillo argumento, literariamente tan manoseado por unos y por otros, se encuadra la gran obsesión de Cheever, que él afronta con sencillez y con una economía de medios que asombra por su eficacia, y que consigue hacer comprender, que para hacer buena literatura, no hace falta necesariamente que se sea experto en diseñar castillo de fuegos artificiales, ni en saber utilizar munición de grueso calibre, ya que a veces, la sencillez y el saber entrar de puntillas en un tema, basta para colmar al lector más exigente.

Dije con anterioridad, que no me llegan a convencer los relatos alegóricos de Cheever, y que prefiero con diferencia esos otros narrados de forma más natural, en los que aparece como un precursor de lo que con posterioridad se denominó “el realismo sucio”. En esos relatos es en donde encuentro la literatura norteamericana que me interesa, la que con su aliento, consigue oxigenar a la amanerada literatura de calidad empeñada al parecer, y desde hace ya bastante tiempo, en que nadie lea, en que la lectura sea una actividad sólo acta para unos pocos, en la que se cierra el paso a todos aquellos que aspiran, además de pasarlo bien con lo leen, que es lo esencial, a encontrar algo, alguna señal, alguna doblez que le incite a reflexionar.

Cuando leo a Cheever, siempre acabo con el misma convicción, la de que la literatura, la buena literatura es fácil de realizar, pero cuando intento reflexionar sobre lo que he leído, me sorprendo negando con la cabeza, al comprender que ni tan siquiera para el norteamericano puede ser fácil, y que lo realmente complicado, cosa que él hace a la perfección, es hacer creer que es fácil, lo que a todas luces es de una dificultad extrema.

Sábado, 7 de agosto de 2010