domingo, 14 de marzo de 2010

El insomnio de Bolívar


LECTURAS
(elo.180)

EL INSOMNIO DE BOLÍVAR
Jorge Volpi
Debate, 2.009

Una de las sensaciones que me traje de Cuba el verano pasado, fue, que a pesar de las duras condiciones en las que al parecer viven los cubanos, existe un sentimiento de singularidad que les enorgullece, de suerte, que ese creerse distintos, hoy por hoy, puede que sea uno de los pocos pilares sólidos sobre los que asiente el autoritario régimen de aquel país. En un mundo tan homogéneo y homologado como en el que vivimos, en donde los efectos de la globalización cultural cada día nos hace a todos más iguales, el hecho de que exista un país como Cuba, evidentemente llama la atención, ya que lo diferente, aunque parezca mentira, en los momentos actuales es un valor en alza. Y lo es, a pesar de que en un principio pueda resultar contradictorio, porque a pesar de que nadie quiera ser diferente, todo aquello que se salga de la norma, que transgreda los límites de lo pautado, posee un atractivo especial. Para Cuba, que al fin y al cabo es un pequeña isla a la que se le otorga más importancia de la que en realidad tiene, esa singularidad le puede suponer, si se hacen bien las cosas, a riesgo de poder convertirse en un parque temático, o quizás gracias a ello, el descubrimiento del yacimiento económico que tanto necesita. En resumen, Cuba puede encontrar en eso que tanto se le critica, en su anormalidad política, el asidero sobre el que poder apoyarse para lograr su normalidad económica, y con el tiempo, también la política. Pero Cuba es Cuba, posiblemente el único reducto que queda de lo que en el siglo pasado significó para Occidente América Latina, ese extraño continente repleto de dictaduras y de guerrillas, en donde se soñaba que la revolución, que la revolución socialista podría llevarse a cabo, ya que las condiciones que se daban en aquellos vastos e incomprensibles parajes, al parecer, o al menos así se veía desde la civilizada Europa, eran los propicios para que tal acontecimiento definitivamente llegara a producirse con éxito.
Hoy en día, sin embargo, a pesar de la existencia de regímenes exóticos como el venezolano o el boliviano, la situación política del continente podría calificarse como de normalidad, ya que en todos los países, desde México hasta la Argentina, con la excepción evidente de Cuba, se puede disfrutar de sistemas políticos teóricamente democráticos. Jorge Volpi califica tal hecho, que en realidad es algo que ni los más optimistas habrían podido imaginar hace apenas dos décadas, como el hecho significativo que ha permitido la desaparición de Latinoamérica, como unidad, del mapa político actual, siendo sustituida, por una multitud de países, que con la salvedad de Brasil, poco o nada pueden decir o aportar, en el panorama internacional. Latinoamérica ha desaparecido, se ha evaporado como lo hicieron sus sangrientas y literarias dictaduras, como sus heroicas y románticas guerrillas, quedando sólo de ella una idea enmohecida que pocos se atreven a enarbolar, y un ramillete de países atascados en sus propias contradicciones, que sólo con dificultad consiguen aparecer, casi nunca por nada positivo, en las secciones de internacional de la prensa occidental.
¿Pero qué une hoy, se pregunta Volpi, a todos esos países que hace sólo unos años conformaban Latinoamérica? Indudablemente, se contesta, está el idioma común y la moral impuesta por la iglesia católica, pero sobre todo la desigualdad existente que sigue uniendo como a hermanos a todos los países del subcontinente americano, de suerte que esa criminal desigualdad, es la devaluada moneda común que la mayoría de sus ciudadanos cuentan para tratar de afrontar tanto su presente como su incierto futuro. Sí, la clase política latinoamericana, o más concretamente los políticos de primera fila de los diferentes países que configuran todo lo que antes se denominaba América Latina, con sus altisonantes discursos, suelen enorgullecerse de la actual situación política de la zona, sin comprender, o sin querer entender, que las democracias ortopédicas instauradas, carecen de viabilidad mientras no se ataje o se afronte el grave problema que desde dentro corroe a sus sociedades, el de la desigualdad. Volpi denomina a estos sistemas democráticos, con razón, democracias imaginarias, pues se tratan de estructuras política y legales, que cumplen con todos los requisitos formales, pero que tienen la virtud de que nunca llegan a materializarse, o lo que es peor, que son sistemas que sólo pueden ser disfrutados por unos pocos, precisamente por aquellos que se asientan sobre una situación económica muy por encima de la que padecen la mayoría de sus conciudadanos.
Un sistema democrático que resulta ineficaz para resolver los problemas que padece la ciudadanía, se convierte a corto plazo en algo que hay que erradicar. Esas democracias de cartón piedra, que tanto resaltan y lucen de cara a la galería, más que democracias imaginadas son democracias secuestradas, que son utilizadas, por supuesto en beneficio propio, por la camaleónica oligarquía de la región, que gracias a ella, consiguen legitimar sus privilegios dejando en principio sin argumentos a los que antes les criticaban. Los diferentes regímenes democráticos que dominan los países latinoamericanos son estructuras, aunque mayoritariamente gestionadas por gobiernos de izquierdas, que carecen de los cimientos sólidos, al no presentarse, se diga lo que se diga, como instrumentos sociales capaces de transformar de raíz los problemas estructurales que atenazan al subcontinente, y que como está sucediendo, están de nuevo abriendo las puertas, a un populismo caudillista, que encuentra su razón de ser en el desprestigio de las propias instituciones democráticas.
Latinoamérica podrá emerger de nuevo del olvido, cuando su ciudadanía comprenda, dejando a un lado la resignación que siempre la ha definido, que es la desigualdad su auténtica asignatura pendiente, lo único que en realidad consigue ligar y hermanar a todos los pueblos que la componen. La izquierda, desde hace tiempo en el poder, y que día a día pierde apoyos precisamente por haber entrado en un juego que no es el suyo, debe comprender, que un sistema político que prime la libertad sobre la igualdad, sobre la cohesión social, a los que únicamente beneficia es a los de siempre, a los que desde la oscuridad, siguen controlando todo lo que sucede en el escenario. La izquierda real, la que aspira a transformar las deficientes estructuras sociales existentes, debe ser, tiene que ser, el auténtico eje vertebrador de esa Latinoamérica que logre de nuevo encaramarse, con el peso que realmente posee, en el lugar que se merece en ese nuevo mundo que se avecina.
Jorge Volpi realiza una buena exposición de los problemas que sacuden y siguen hipotecando a America Latina, pero se queda en ello, en la enumeración de los mismos, sin aporta nada, posiblemente porque carece de los instrumentos ideológicos para ello, para que dichas cuestiones puedan llegar a abordarse.


Sábado, 15 de enero de 2010

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