viernes, 26 de marzo de 2010

Marcas de nacimiento


LECTURAS
(elo.182)

MARCAS DE NACIMIENTO
Nancy Houston
Salamandra, 2006

Uno de los múltiples horrores cometidos por el régimen nacionalsocialista, aunque posiblemente se trate del menos publicitado, fue el rapto de doscientos mil niños de los territorios que mantenía ocupados, de una multitud de niños con rasgos semejantes al de los propios alemanes, que fueron arrancados de sus familias para trasladarlos a Alemania. El objetivo era el de repoblar el país, que estaba sufriendo una sangría demográfica a causa de la guerra, cediéndolos en adopción a familias netamente alemanas.
Hay que reconocer que en tal hecho, que tiene que seguir deshonrando a los alemanes y por extensión a toda la humanidad, se puede encontrar un yacimiento literario de indudable calado, expuesto para que sin dificultad sea explotado por cualquier novelista que busque un tema potente para sus obras. Sí, en él, se puede hallar el decorado y las circunstancias históricas que consigan hacer creíbles una obra de ficción, existiendo sólo un problema, la saturación que pueden sentir los lectores al encontrarse de nuevo con el tan socorrido tema de los horrores que cometieron los nazis durante La Segunda Guerra Mundial, pues dicho argumento, a pesar de todo lo que ha significado y sigue significando, parece, al menos en principio, que ya se encuentra suficientemente explotado. En esta ocasión, no obstante, no se trata de descubrir la realidad de los campos de concentración, ni de subrayar una vez más las vejaciones que padeció el pueblo judío, sino de sacar a la luz pública una cuestión lateral, que aunque sobradamente conocida, en buena medida ha estado ensombrecida por otras de mayor trascendencia.
La literatura, al igual que el cine, posee una gran capacidad para evitar que la memoria historia no se difumine hasta desaparecer, ya que puede contrarrestar la tendencia natural de nuestros mecanismo mentales a intentar evitar u olvidar todo lo que le resulte desagradable, dejando constancia de lo que pasó, e invitando no sólo a recordar lo que aconteció, sino también, lo que es mucho más recomendable, a reflexionar sobre esos acontecimientos. El problema, es que si el acercamiento al tema se produce desde la óptica literaria, en ningún momento se puede olvidar que lo que se está haciendo es literatura, y no, por ejemplo, un ensayo histórico o político. Esto tan lógico, pero que desgraciadamente en muchas ocasiones no se tiene en cuenta, lo tiene presente en todo momento Nancy Houston, que realiza una novela eminentemente literaria, sin olvidar el objetivo de sacar del olvido unos hechos que dejaron constancia del carácter de una determinada ideología, y hasta los extremos que en situaciones límites puede llegar el ser humano.
Para afrontar el tema, la autora canadiense pone en escena a cuatro generaciones de una misma familia, todos ellos señalados por una pequeña marca de nacimiento. La narración se desarrolla en cuatro partes autónomas, que cuando se completan dejan al descubierto el secreto de la familia. Cada uno de los capítulos es narrado por un niño, comenzando por el miembro más joven y acabando por la bisabuela cuando no era más que una cría en los últimos años de la guerra. Esa mirada de los diferentes niños es lo más interesante de la novela, pues ellos, con los elementos con los que podían contar, van intentando comprender lo que ocurre a su alrededor, procesando datos, pero sin llegar a confeccionar una visión de conjunto lo suficientemente amplia, que sí la consigue el lector después de leer cada una de ellas.
Es interesante observar, que a pesar de tener un buen tema, la autora lo desarrolla mediante una estructura compleja, no conformándose con una narración lineal, que seguro le hubiera proporcionado más lectores. Y digo compleja, porque elaborar una obra a cuatro voces, que para colmo son voces de niños, es un ejercicio que no se encuentra al alcance de cualquiera, sobre todo cuando esos niños viven en momentos históricos diferentes. En este caso, la autora logra desarrollar la obra mediante una estructura, que en lugar de ahogarla, consigue aportar a la historia un valor añadido, un valor literario añadido, que la hace mucho más interesante y atractiva, de lo que con otra metodología, con toda seguridad hubiera podido llegar a ser.
Esta interesante novela se encuentra en las antípodas de la novela de vanguardia actual, o al menos de la más significativa de nuestra época, pues a diferencia de ésta, presenta un aceptable equilibrio entre los dos soportes sobre los que siempre se debe sustentar una buena novela, entre la historia que se desea contar y la forma sobre la que se desarrolla. Hoy en día estamos acostumbrado a lo contrario, a argumentos débiles, por no decir banales, que se tratan de magnificar gracias a estructuras construidas desde el ingenio, que indudablemente llaman la atención y que incluso llegan a entretener, pero que son incapaces de mantenerse en la memoria del lector más de una semana, al no haber conseguido ni tan siquiera arraigar en ella.
“Marcas de nacimiento”, como decía, es una novela aceptable, de esas que uno no se arrepiente de haber leído, pero que no deja de ser más que una novela correcta, que me ha posibilitado descubrir a una interesante novelista a la que desconocía.

Martes, 26 de enero de 2010

lunes, 22 de marzo de 2010

Invisible


LECTURAS
(elo.181)

INVISIBLE
Paul Auster
Anagrama, 2009


Una nueva novela de Auster y un nuevo fracaso. Creo, que de una vez por todas debería dejar de interesarme por el norteamericano, y comprender, que a pesar de todas las facultades que posee, que son muchas, las novelas que realiza, se encuentran demasiado alejadas de mi forma de entender la literatura. Dijo alguien en cierta ocasión, que se hace o se debe hacer crítica para mantener los estándares literarios que se poseen, ya que comentar y reflexionar sobre lo que se ha leído, es la única forma de evitar ese “todo vale” al que tan acostumbrado nos encontramos en casi todos los órdenes de nuestra existencia. Auster es un autor consagrado, del que se podría incluso decir, sobre todo si uno se atiene al elevado número de ejemplares que vende de cada una de sus obras, que es uno de los grandes, pero pocas obras suyas, por no decir ninguna, y de esto estoy convencido, tendrán acceso a esa biblioteca imperecederas de textos inolvidables que con el paso del tiempo y de forma minuciosa se van seleccionando. Auster es un autor de nuestra época, posiblemente el representante más genuino de la literatura que se realiza en la actualidad, pero esto no puede significar, ni mucho menos, que sea un gran novelista, y no lo es por muchas razones, entre las que cabe destacar, sobre todo, la intrascendencia de sus historias, que no pueden salvarse ni tan siquiera, por las ingeniosas e innovadoras estructuras narrativas con que las presenta. Sus historias resultan banales, casi manufacturadas en serie, de las que no se pueden sacar nada salvo pasar un rato más o menos agradables con ellas, en donde uno se encuentra con personajes que se enfrentan a situaciones extrañas, que poco o nada tienen que ver con la existencia real del lector que las lee, por lo que una vez leídas, pasan a engrosar de forma invariable el cada día más abultado catálogo de obras prescindibles que se van acumulando, como trastos inservibles, en nuestras bibliotecas. Estoy convencido, y no son pocas las novelas que he leído de él, que Auster cree que a estas alturas lo importante no son las historias, al estimar posiblemente que todas las historias ya se han contado, sino la forma en que son presentadas al público, lo que convierte a su literatura en una especie de juego en la que todo queda en la superficie. Hablar de profundidad en la obra de Auster resulta absurdo, ya que con lo que parece disfrutar el autor, en lugar de introducirse en las estructuras psíquicas de sus personajes y en las situaciones en las que estos tienen que enfrentarse, es en descomponer historias, en principio sin mucho atractivo, con objeto de ofrecérselas al lector que se acerque a ella como si de un desordenado puzzle se tratara, con la intención, de que éste, poco a poco vaya disfrutando, al tiempo que observa mientras que la lectura avanza, cómo cada pieza del rompecabezas va encajando en el lugar que le corresponde. Las novelas de Auster, más que literatura propiamente dicha, son obras en donde el autor va demostrando lo ingenioso que es, lo que consigue descalificarlo como novelista, al menos como novelista de altura.
En esta ocasión tampoco se sale de su conocido y exitoso guión, ofreciendo una historia intrascendente y demasiado rocambolesca para resultar creíble, de suerte, que de nuevo la salva, y por los puntos, la ingeniosa forma en que la desarrolla. Pero si uno, una vez terminada la lectura, realiza el ejercicio de recordar la historia de forma lineal, se encuentra con una trama que se le escapa de las manos, en donde todo no sólo carece de peso, sino también, y esto es aún más grave, de justificación.
Reconozco que soy un lector de la vieja escuela, de lo que aún creen, que una buena novela, o incluso que una novela regular debe asentarse sobre el frágil equilibrio que siempre debe existir entre el fondo y la forma, y que para colmo, la forma, la estructura que se emplee, en todo momento debe adaptarse a las necesidades de la trama que se desee contar. Evidentemente Auster y otros nuevo y afamados novelistas, están convencido de lo contrario, al estimar que una estructura sólida, por el mero hecho de serlo, puede justificar cualquier historia, por muy absurda e intrascendente que ésta pueda llegar a ser. Esta nueva concepción de la novela, en donde el protagonismo recae en la estructura, al prestar más atención los autores a su labor arquitectónica, se diga lo que se diga, va en contra de la esencia de la novela, de la novela de siempre, que en todo momento se ha caracterizado más por intentar analizar y comprender la realidad que por tratar de reinventarla.
Lo peor de todo, es que no debería de sorprenderme el éxito de este tipo de literatura, pues coincide con la tendencia cultural que desde hace tiempo se está imponiendo en nuestras desarrolladas sociedades, precisamente la que los teóricos denomina posmodernismo, que impulsada por la nueva y esterilizante industria del ocio, y también por la catastrófica desaparición de las ideologías, proclama que lo importante, que lo único a lo que hay que aspirar es a pasarlo bien, dejando como mensaje subliminal, que si nada podemos hacer para atajar o reconducir los problemas ante los que cotidianamente nos enfrentamos, lo que hay que hacer es disfrutar con lo que tenemos a nuestro alrededor, para de este modo evitar complicaciones sin sentido. La novela, por tanto, al igual que el resto de las actividades artísticas, se concibe como un juego, o como un simple entretenimiento, en donde lo ingenioso sustituye a la profundidad de los planteamientos y las propuestas, y en donde la levedad se impone con la intención de hacernos creer que la gravedad no debe importarnos, o al menos, que en el campo artístico ha dejado de ser atractiva. Bien, la novela actual, como por otro lado es normal, y la novelística de Auster es un ejemplo de ello, no es más que un reflejo de la sociedad en la que vivimos, lo que no quiere decir, por supuesto, que haya que aceptarla o asumirla como inevitable.

Miércoles, 20 de enero de 2010

domingo, 14 de marzo de 2010

El insomnio de Bolívar


LECTURAS
(elo.180)

EL INSOMNIO DE BOLÍVAR
Jorge Volpi
Debate, 2.009

Una de las sensaciones que me traje de Cuba el verano pasado, fue, que a pesar de las duras condiciones en las que al parecer viven los cubanos, existe un sentimiento de singularidad que les enorgullece, de suerte, que ese creerse distintos, hoy por hoy, puede que sea uno de los pocos pilares sólidos sobre los que asiente el autoritario régimen de aquel país. En un mundo tan homogéneo y homologado como en el que vivimos, en donde los efectos de la globalización cultural cada día nos hace a todos más iguales, el hecho de que exista un país como Cuba, evidentemente llama la atención, ya que lo diferente, aunque parezca mentira, en los momentos actuales es un valor en alza. Y lo es, a pesar de que en un principio pueda resultar contradictorio, porque a pesar de que nadie quiera ser diferente, todo aquello que se salga de la norma, que transgreda los límites de lo pautado, posee un atractivo especial. Para Cuba, que al fin y al cabo es un pequeña isla a la que se le otorga más importancia de la que en realidad tiene, esa singularidad le puede suponer, si se hacen bien las cosas, a riesgo de poder convertirse en un parque temático, o quizás gracias a ello, el descubrimiento del yacimiento económico que tanto necesita. En resumen, Cuba puede encontrar en eso que tanto se le critica, en su anormalidad política, el asidero sobre el que poder apoyarse para lograr su normalidad económica, y con el tiempo, también la política. Pero Cuba es Cuba, posiblemente el único reducto que queda de lo que en el siglo pasado significó para Occidente América Latina, ese extraño continente repleto de dictaduras y de guerrillas, en donde se soñaba que la revolución, que la revolución socialista podría llevarse a cabo, ya que las condiciones que se daban en aquellos vastos e incomprensibles parajes, al parecer, o al menos así se veía desde la civilizada Europa, eran los propicios para que tal acontecimiento definitivamente llegara a producirse con éxito.
Hoy en día, sin embargo, a pesar de la existencia de regímenes exóticos como el venezolano o el boliviano, la situación política del continente podría calificarse como de normalidad, ya que en todos los países, desde México hasta la Argentina, con la excepción evidente de Cuba, se puede disfrutar de sistemas políticos teóricamente democráticos. Jorge Volpi califica tal hecho, que en realidad es algo que ni los más optimistas habrían podido imaginar hace apenas dos décadas, como el hecho significativo que ha permitido la desaparición de Latinoamérica, como unidad, del mapa político actual, siendo sustituida, por una multitud de países, que con la salvedad de Brasil, poco o nada pueden decir o aportar, en el panorama internacional. Latinoamérica ha desaparecido, se ha evaporado como lo hicieron sus sangrientas y literarias dictaduras, como sus heroicas y románticas guerrillas, quedando sólo de ella una idea enmohecida que pocos se atreven a enarbolar, y un ramillete de países atascados en sus propias contradicciones, que sólo con dificultad consiguen aparecer, casi nunca por nada positivo, en las secciones de internacional de la prensa occidental.
¿Pero qué une hoy, se pregunta Volpi, a todos esos países que hace sólo unos años conformaban Latinoamérica? Indudablemente, se contesta, está el idioma común y la moral impuesta por la iglesia católica, pero sobre todo la desigualdad existente que sigue uniendo como a hermanos a todos los países del subcontinente americano, de suerte que esa criminal desigualdad, es la devaluada moneda común que la mayoría de sus ciudadanos cuentan para tratar de afrontar tanto su presente como su incierto futuro. Sí, la clase política latinoamericana, o más concretamente los políticos de primera fila de los diferentes países que configuran todo lo que antes se denominaba América Latina, con sus altisonantes discursos, suelen enorgullecerse de la actual situación política de la zona, sin comprender, o sin querer entender, que las democracias ortopédicas instauradas, carecen de viabilidad mientras no se ataje o se afronte el grave problema que desde dentro corroe a sus sociedades, el de la desigualdad. Volpi denomina a estos sistemas democráticos, con razón, democracias imaginarias, pues se tratan de estructuras política y legales, que cumplen con todos los requisitos formales, pero que tienen la virtud de que nunca llegan a materializarse, o lo que es peor, que son sistemas que sólo pueden ser disfrutados por unos pocos, precisamente por aquellos que se asientan sobre una situación económica muy por encima de la que padecen la mayoría de sus conciudadanos.
Un sistema democrático que resulta ineficaz para resolver los problemas que padece la ciudadanía, se convierte a corto plazo en algo que hay que erradicar. Esas democracias de cartón piedra, que tanto resaltan y lucen de cara a la galería, más que democracias imaginadas son democracias secuestradas, que son utilizadas, por supuesto en beneficio propio, por la camaleónica oligarquía de la región, que gracias a ella, consiguen legitimar sus privilegios dejando en principio sin argumentos a los que antes les criticaban. Los diferentes regímenes democráticos que dominan los países latinoamericanos son estructuras, aunque mayoritariamente gestionadas por gobiernos de izquierdas, que carecen de los cimientos sólidos, al no presentarse, se diga lo que se diga, como instrumentos sociales capaces de transformar de raíz los problemas estructurales que atenazan al subcontinente, y que como está sucediendo, están de nuevo abriendo las puertas, a un populismo caudillista, que encuentra su razón de ser en el desprestigio de las propias instituciones democráticas.
Latinoamérica podrá emerger de nuevo del olvido, cuando su ciudadanía comprenda, dejando a un lado la resignación que siempre la ha definido, que es la desigualdad su auténtica asignatura pendiente, lo único que en realidad consigue ligar y hermanar a todos los pueblos que la componen. La izquierda, desde hace tiempo en el poder, y que día a día pierde apoyos precisamente por haber entrado en un juego que no es el suyo, debe comprender, que un sistema político que prime la libertad sobre la igualdad, sobre la cohesión social, a los que únicamente beneficia es a los de siempre, a los que desde la oscuridad, siguen controlando todo lo que sucede en el escenario. La izquierda real, la que aspira a transformar las deficientes estructuras sociales existentes, debe ser, tiene que ser, el auténtico eje vertebrador de esa Latinoamérica que logre de nuevo encaramarse, con el peso que realmente posee, en el lugar que se merece en ese nuevo mundo que se avecina.
Jorge Volpi realiza una buena exposición de los problemas que sacuden y siguen hipotecando a America Latina, pero se queda en ello, en la enumeración de los mismos, sin aporta nada, posiblemente porque carece de los instrumentos ideológicos para ello, para que dichas cuestiones puedan llegar a abordarse.


Sábado, 15 de enero de 2010