jueves, 12 de febrero de 2009

Un hombre en la oscuridad


LECTURAS
(elo.146)

 

UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD

Paul Auster

Anagrama, 2.008

 

 

                        Nunca me ha gustado la  forma de entender la literatura de Paul Auster, por ello, cada vez que abandono alguna de sus novelas por la mitad, que es lo habitual, o cuando después de terminada comprendo, que una vez más he perdido el tiempo, me prometo mismo, que nunca más volveré a acercarme a ninguna de sus obras. Esa promesa me  la  he realizado en múltiples ocasiones, pero tengo que reconocer que nunca he podido cumplirla, ya que tarde o temprano, acaba cayendo en mis manos su última novela, y como tiene la capacidad, incomprensible por cierto, de publicar una por ejercicio, todos los años me encuentro despotricando contra el norteamericano. Este absurdo y masoquista voluntarismo con respecto a Auster, que no es habitual en mí, pues cuando un autor no me interesa suelo apartarlo de forma definitiva, se debe, a que la primera obra que de él leí “El libro de las ilusiones”, me llegó a entusiasmar como hacía tiempo no lo hacía ninguna otra novela. Por ello, cada vez que abro una obra suya, a pesar de que estoy convencido de que voy a fracasar en el intento, tengo la esperanza, aunque lejana, de que se puede producir el añorado milagro, pero comprendo que éste nunca podrá llegar, entre otras razones, porque Auster se ha empeñado en hacer una literatura que se aleja de los parámetros literarios que me interesan.

                        El otro día, en otro lugar, hablé de las diferentes regiones que conforman el vasto territorio de la literatura, pues bien, la región en donde se asienta Auster, no es precisamente una zona en donde me encuentre cómodo, motivo por el cual, intento evitar frecuentarla en exceso. Lo anterior quiere decir, que ante él me siento desubicado, fuera de juego, como si el lenguaje literario con el que me hablara fuera distinto del que yo entiendo, y eso a pesar, de que reconozco su capacidad narrativa, sorprendente en muchas ocasiones. Incluso puedo llegar a admitir, que su literatura cuadra mejor con los tiempos presentes que la de otros autores que admiro, o que me esté haciendo viejo, y que se me escapan, por incapacidad, las nuevas formas de comprender y ejercitar la literatura. Lo que parece seguro, es que Auster es un autor, que cuenta con un gran predicamento en la comunidad de lectores, sobre todo entre los estratos más jóvenes e ilustrados de la misma, lo que entre otras cosas puede querer decir, que mis gustos literarios se encuentren desfasados. No comprendo, por ejemplo, como pudieron concederle hace algunos años el premio Príncipe de Asturias, cuando el otro candidato era Roth, a no ser, que ese afán de ser más modernos que nadie, en el que a veces caemos todos, tenga la facultad de anegarlo y enturbiarlo todo.

                        No obstante, y a pesar de todo, en esta ocasión la novela con la que me he encontrado no me ha desagradado del todo, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que se trate de  una buena novela. Es, en contra de lo que en principio se podría suponer, un brindis por la esperanza, por la esperanza, de que a pesar de los pesares, la vida siempre puede volver a florecer. Para ilustrar literariamente tal presupuesto, el autor dibuja un mundo oscuro, cerrado, en donde el protagonista, un crítico literario jubilado, que no podía soportar la reciente muerte de su mujer, inventa historias en donde el único desenlace posible era su propia muerte. Éste,  que se encontraba encerrado en la casa de su hija, la cual  no lograba superar la separación traumática que había padecido, en la que también vivía su nieta, que se sentía culpable de la muerte de su antiguo novio, unido a  la asfixiante realidad política norteamericana impuesta por la administración  Bush, crea un clima depresivo que parecía no tener salida. Todo se despeja, gracias a una conversación con su nieta, en donde se deja a entender, que es el tiempo, el paso del tiempo, lo único que puede alejar los nubarrones de nuestro horizonte.

                        Bien, una historia como otra cualquiera, que puede dar juego o no, dependiendo de la forma  como se trate, apareciendo aquí mis diferencias con Auster. La literatura del norteamericano es cualquier cosa menos sólida, de suerte que, cualquier tema, por dramático que sea, queda suspendido en una levedad absoluta, ya que su forma narrativa tiene la facultad, por su ligereza, de no adherirse a la piel del lector, consiguiendo que éste, en ningún momento se sienta identificado con los protagonistas.

                        Auster representa el postmodernismo en literatura, estando en las antípodas, por ejemplo de Roth o Ford, autores en los que se observa, y se siente, el insoportable peso de la realidad. Una prueba de ello, es el final que propone para esta novela, pues lejos de apostar, como sería lo lógico, por la alternativa de que los diferentes protagonistas se enfrenen a la realidad que los mantenía postrados, aboga por la otra posibilidad, la de esperar a que pase la tormenta, a que el ciclo finalice.

                        De todas formas esta novela, a diferencias de las anteriores, se deja leer, lo que alegrará a sus muchos seguidores, y aliviará, a los que como yo, no han tenido que  arrojarla directamente a la papelera antes de llegar a  la página setenta, lo que no quiere decir, que esta novela, como casi todas las suyas, no tenga ya su lugar asignado en la biblioteca del olvido de la que hablaba Nabokov. Quedo a la espera, por tanto, de su próxima obra, que estoy seguro caerá en breve, con la esperanza de que se produzca ese milagro, que sin duda nunca se producirá.

 

Viernes, 23 de enero de 2.009

                        

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