martes, 24 de febrero de 2009

La chica que soñaba con una cerillla y un bidón de gasolina



LECTURAS
(elo.147)

 

LA CHICA QUE SOÑABA CON UNA CERILLA Y UN BIDÓN DE GASOLINA

Círculo de Lectores, 2.006

Stieg Larsson

 

                        A pesar de su desalentador comienzo, que puede deberse a la necesidad del autor, a grandes rasgos, de situar al lector que no hubiera leído la primera entrega de la historia en sus coordenadas exactas, tengo que decir nada más comenzar, que esta segunda parte de “Millennium” es mucho mejor que la primera. Lo es, porque consigue poco a poco conquistar al lector, que no puede dejar de leer hasta el final, al que no llega agotado, sino, a pesar del grosor de la novela, con ganas de seguir y seguir leyendo. Con la primera entrega no pasó lo mismo, ya que en su último tramo se vino abajo, hecho que la devaluó en buena medida, pues una obra de tales características, no puede permitirse dicho lujo. No se lo puede permitir, porque la serie “Millennium”, es ante todo, un trabajo narrativo de corte policiaco, que tiene como único objetivo el de entretener al lector. Por ello, que la historia se caiga al final, en donde teóricamente se debe encontrar lo más importante de la misma, la zanahoria detrás de la cual se corre, es algo en que ninguna novela de tales características puede tropezar.

                        Tenía ganas de que saliera al mercado esta segunda entrega, pues a pesar de las deficiencias de “Los hombres que no amaban a las mujeres”, tengo que reconocer, que pasé un buen rato este verano con la pareja de protagonistas. Pero también tenía cierto temor, seguro que por aquello, “de que las segundas partes nunca fueron buenas”, lo que podía acabar, con la buena imagen, que en su conjunto tenía de Larsson. Pero en contra de lo que imaginaba, el sueco ha salido reforzado con esta novela, demostrando que no resulta gratuito el lugar que ocupa en estos momentos dentro de la novela  de entretenimiento, que aunque algunos lo duden, es una forma de entender la literatura nada fácil de desarrollar. Lo anterior queda demostrado, con el hecho, de que la mayor parte de las novelas que se publican actualmente llevan ese calificativo, pero son muy pocas, las que consiguen tal objetivo, y menos aún, las  que se convierten en auténticos éxitos de ventas.  Larsson lo ha conseguido en dos ocasiones consecutivas, haciendo posible que de sus novelas se hable en los lugares más insospechados, algo que necesita la literatura, pues cada día que pasa, se encuentra más encerrada en sí misma, y eso evidentemente no es positivo para su salud.

                        Bien, como apunté más arriba, en la primera parte de esta novela, la más floja de la misma, el autor intenta enganchar las dos primeras obras de su trilogía, pero poco a poco se comprende, que uno se encuentra, no ante una nueva aventura de periodista Blowkvist y de la extraña y desconcertante Lisbeth Salander, sino ante el desarrollo y la justificación de la personalidad de ésta última. Sí, porque la protagonista de esta obra, como en la anterior lo fue el reportero de la revista Millennium, es con toda seguridad la joven Lisbeth, a la que se le extirpan todos sus secretos, secretos que la convertían en un atractivo personaje literario.

                        La historia en la que se basa la novela, surge a partir del asesinato de una pareja, que estaba realizando, cada uno por su cuenta, una investigación sobre la prostitución en Suecia, en donde estaban implicados diferentes personajes, a los que evidentemente no les interesaban que sus nombres salieran a la luz pública. De forma curiosa, en una primera instancia, todos los datos apuntaban que la asesina había sido Lisbeth Salander, que consigue permanecer en paradero desconocido, a pesar de la presión policial y mediática a la que se encontraba sometida. A partir de este hecho se desarrolla toda la acción, que al ser bien llevada, convierte a esta novela, en un éxito de ventas, que puede resultar muy placentera para los lectores habituales de este género, como a los que, de vez en cuando, necesitan zambullirse, como ha sido mi caso, en narraciones narcóticas que tengan la virtud, aunque sea sólo por unas horas, de hacer olvidar otros problemas y otras tareas.

                        Sí, el objetivo de estas narraciones no puede ser otro, que la de embaucar al lector con historias, que consigan substraerlo de la realidad en la que vive, sin plantearle nuevos problemas, por lo que siempre hace falta una historia potente, bien desarrollada y bien estructurada, sin excesivas ambiciones, salvo la de conseguir, como si esto fuera fácil, que el que lee, se vea obligado, en cada momento libre que posea, a proseguir la  lectura. Esto lo logra Larsson y de ahí su éxito. Pero dicho lo anterior, hay que dejar constancia de algo importante, con la intención de no provocar malos entendidos, y es el hecho de que este tipo de narraciones, son sólo eso, obras de entretenimientos, que se  encuentran en el primer peldaño, o en el segundo, dependiendo de la calidad que tengan, de lo que generalmente se denomina literatura De forma más radical se podría decir, en este caso al menos, que se trata de un trabajo narrativo de calidad, pero en el que se puede encontrar poca literatura.

                        Espero que para el verano, pues la política de las editoriales funciona así, aparezca en los estantes de todas las librerías el tercer y último volumen de la trilogía, lo que conseguirá remover de nuevo, las estancadas aguas de  la comunidad lectora de nuestro país, que necesita de obras atractivas, para al menos, seguir en movimiento, que como se sabe, no es poco.

 

Jueves, 29 de enero de 2.009

                        

jueves, 12 de febrero de 2009

Un hombre en la oscuridad


LECTURAS
(elo.146)

 

UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD

Paul Auster

Anagrama, 2.008

 

 

                        Nunca me ha gustado la  forma de entender la literatura de Paul Auster, por ello, cada vez que abandono alguna de sus novelas por la mitad, que es lo habitual, o cuando después de terminada comprendo, que una vez más he perdido el tiempo, me prometo mismo, que nunca más volveré a acercarme a ninguna de sus obras. Esa promesa me  la  he realizado en múltiples ocasiones, pero tengo que reconocer que nunca he podido cumplirla, ya que tarde o temprano, acaba cayendo en mis manos su última novela, y como tiene la capacidad, incomprensible por cierto, de publicar una por ejercicio, todos los años me encuentro despotricando contra el norteamericano. Este absurdo y masoquista voluntarismo con respecto a Auster, que no es habitual en mí, pues cuando un autor no me interesa suelo apartarlo de forma definitiva, se debe, a que la primera obra que de él leí “El libro de las ilusiones”, me llegó a entusiasmar como hacía tiempo no lo hacía ninguna otra novela. Por ello, cada vez que abro una obra suya, a pesar de que estoy convencido de que voy a fracasar en el intento, tengo la esperanza, aunque lejana, de que se puede producir el añorado milagro, pero comprendo que éste nunca podrá llegar, entre otras razones, porque Auster se ha empeñado en hacer una literatura que se aleja de los parámetros literarios que me interesan.

                        El otro día, en otro lugar, hablé de las diferentes regiones que conforman el vasto territorio de la literatura, pues bien, la región en donde se asienta Auster, no es precisamente una zona en donde me encuentre cómodo, motivo por el cual, intento evitar frecuentarla en exceso. Lo anterior quiere decir, que ante él me siento desubicado, fuera de juego, como si el lenguaje literario con el que me hablara fuera distinto del que yo entiendo, y eso a pesar, de que reconozco su capacidad narrativa, sorprendente en muchas ocasiones. Incluso puedo llegar a admitir, que su literatura cuadra mejor con los tiempos presentes que la de otros autores que admiro, o que me esté haciendo viejo, y que se me escapan, por incapacidad, las nuevas formas de comprender y ejercitar la literatura. Lo que parece seguro, es que Auster es un autor, que cuenta con un gran predicamento en la comunidad de lectores, sobre todo entre los estratos más jóvenes e ilustrados de la misma, lo que entre otras cosas puede querer decir, que mis gustos literarios se encuentren desfasados. No comprendo, por ejemplo, como pudieron concederle hace algunos años el premio Príncipe de Asturias, cuando el otro candidato era Roth, a no ser, que ese afán de ser más modernos que nadie, en el que a veces caemos todos, tenga la facultad de anegarlo y enturbiarlo todo.

                        No obstante, y a pesar de todo, en esta ocasión la novela con la que me he encontrado no me ha desagradado del todo, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que se trate de  una buena novela. Es, en contra de lo que en principio se podría suponer, un brindis por la esperanza, por la esperanza, de que a pesar de los pesares, la vida siempre puede volver a florecer. Para ilustrar literariamente tal presupuesto, el autor dibuja un mundo oscuro, cerrado, en donde el protagonista, un crítico literario jubilado, que no podía soportar la reciente muerte de su mujer, inventa historias en donde el único desenlace posible era su propia muerte. Éste,  que se encontraba encerrado en la casa de su hija, la cual  no lograba superar la separación traumática que había padecido, en la que también vivía su nieta, que se sentía culpable de la muerte de su antiguo novio, unido a  la asfixiante realidad política norteamericana impuesta por la administración  Bush, crea un clima depresivo que parecía no tener salida. Todo se despeja, gracias a una conversación con su nieta, en donde se deja a entender, que es el tiempo, el paso del tiempo, lo único que puede alejar los nubarrones de nuestro horizonte.

                        Bien, una historia como otra cualquiera, que puede dar juego o no, dependiendo de la forma  como se trate, apareciendo aquí mis diferencias con Auster. La literatura del norteamericano es cualquier cosa menos sólida, de suerte que, cualquier tema, por dramático que sea, queda suspendido en una levedad absoluta, ya que su forma narrativa tiene la facultad, por su ligereza, de no adherirse a la piel del lector, consiguiendo que éste, en ningún momento se sienta identificado con los protagonistas.

                        Auster representa el postmodernismo en literatura, estando en las antípodas, por ejemplo de Roth o Ford, autores en los que se observa, y se siente, el insoportable peso de la realidad. Una prueba de ello, es el final que propone para esta novela, pues lejos de apostar, como sería lo lógico, por la alternativa de que los diferentes protagonistas se enfrenen a la realidad que los mantenía postrados, aboga por la otra posibilidad, la de esperar a que pase la tormenta, a que el ciclo finalice.

                        De todas formas esta novela, a diferencias de las anteriores, se deja leer, lo que alegrará a sus muchos seguidores, y aliviará, a los que como yo, no han tenido que  arrojarla directamente a la papelera antes de llegar a  la página setenta, lo que no quiere decir, que esta novela, como casi todas las suyas, no tenga ya su lugar asignado en la biblioteca del olvido de la que hablaba Nabokov. Quedo a la espera, por tanto, de su próxima obra, que estoy seguro caerá en breve, con la esperanza de que se produzca ese milagro, que sin duda nunca se producirá.

 

Viernes, 23 de enero de 2.009