(elo.082)
Calidad del trabajo y calidad de vida: Hacia una ciudadanía compleja
Luis Enrique Alonso
Temas para el debate, 145
Creo que fue a Rifkin a quien escuché por primera vez, aquello de que toda sociedad sana, debería de sustentarse sobre tres sólidos pilares, sobre lo público, sobre lo económico y sobre lo privado. Hoy en día, a pesar de que esos tres vectores esenciales para la correcta marcha de toda sociedad siguen teniendo vigencia, no cabe duda, de que entre ellos no existe proporción, pues uno, el económico, ha engordado y se ha desarrollado tanto a expensas de los restantes, que se podría decir, sin temor a errar, que la economía ejerce una dictadura total, lo que si es verdad lo que se dijo en un principio, convierte a nuestras sociedades en sociedades enfermas, o al menos en desequilibradas. Lo económico, y creo que con esto no se descubre ningún nuevo continente, desde hace algún tiempo lo domina todo, de suerte, que todo lo que ocurre en nuestras sociedades, está marcado por el valor que posee en los mercados, siendo éstos, los que en último extremo, certifican la bondad de cualquier actividad o de cualquier producto, lo que deja en sus manos, como quien no quiere la cosa, algo tan importante como la dirección de nuestras sociedades. Lo económico se ha posicionado en un lugar central, haciendo posible que todo baile a su son, lo que en pocos años, siendo este hecho uno de los mayores logros del neoliberalismo, ha conseguido mercantilizar la existencia de los seres humanos hasta unos extremos difíciles de soportar, pues incluso el propio hombre, en la mayoría de las ocasiones, es tratado como si de una mercancía más se tratara. Sí, una mercancía, cuyo valor dependerá en todo momento, de la rentabilidad que sea capaz de generar, o que sean capaces de generar otros con el esfuerzo de uno, lo que significa, que en el sistema social liderado por el mercado, el ser humano carece de valor en sí, por el hecho de ser lo que es, pues la única forma de adquirir los méritos que se necesitan, fundamentales para la autoestima y para el reconocimiento en la sociedad a la que se pertenece, será aceptando las dinámicas impuestas por los procesos productivos, lo que obligará a todo individuo, a mantener una dependencia del sistema a todas luces excesiva. El trabajo, o mejor dicho, la relación con el trabajo, se ha convertido en la unidad que barema el grado de validez, o de invalidez, de un determinado sujeto, lo que convierte al trabajo en la central de homogeneización social, gracias a la cual, con no tanta paciencia como podría pensarse, se va moldeando al hombre necesario, al hombre pertinente, ese que se adapta a la perfección, a las características de la sociedad que se desea imponer. El problema es que si se quiere formar parte de los incluidos, de forma constante hay que esgrimir ese certificado de idoneidad que otorga la maquinaria inquisitorial laboral, pues el trabajo, al menos en la modernidad, ha sido y sigue siendo el gran cohesionador social, la gran herramienta del sistema, esgrimida y utilizada en todo momento, contra cualquier tipo de disidencia que pudiera poner en peligro la cohesión y la unidad de un Todo cada día más sagrado. Pero esto era antes, pues en poco tiempo la situación ha cambiado de forma inaudita, siendo ya otra la estrategia utilizada por el propio sistema para mantener e incrementar su dominio sobre la ciudadanía. Ahora, en lugar de apostar por la homogeneización, en lugar de trabajar por mantener “prietas las filas”, se diseñan estrategias que apuntan hacia todo lo contrario, pues desde el poder, a lo que hoy en día se aspira, es a la desvertebración social, a la ruptura de los vínculos sociales, a la potenciación del individualismo, en fin, a la atomización del antiguo y compacto cuerpo social, con la monstruosa intención, de conseguir, lo que no se pudo llevar a cabo con la anterior estrategia, controlar, o intentar controlar hasta el máximo de lo posible, que no de lo permitido, a los miembros que conforman la comunidad. No hay que olvidar que todo poder sueña con ser autoritario, con dominar desde dentro a sus súbditos, lo que a la larga resulta bastante más económico que el dominio desde fuera, que siempre, para colmo, genera espacios para la rebelión.
En este artículo, Luís Enrique Alonso, en una exposición que complica más que aclara, habla de lo anterior, pero sobre todo, del enorme cambio que en los últimos tiempos se han producido en el mundo laboral, que ha dejado de ser ese lugar seguro al que todo el mundo necesitaba llegar, para convertirse en algo de una fragilidad extrema, en donde la inseguridad lo anega todo. Cierto, el paisaje que rodeaba, hasta hace poco, al mundo del trabajo era radicalmente diferente, pues la seguridad que se alcanzaba cuando se atracaba en sus costas, servía de aval, para lograr la inserción social plena, lo que hoy, en ningún caso ocurre. El trabajo, como diría Ulrich Beck, se ha convertido en un elemento más de los que conforman la sociedad del riesgo, pues las condiciones que impone, la precariedad, la inseguridad, las criminales diferencias salariales existentes y la peligrosidad en muchos casos de los mismos, hacen de él, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, un lugar desangelado que se encuentra a merced de todos los vientos. De esta forma, y a diferencia del anterior, el hombre actual que se incorpora al mundo laboral, sólo encuentra en él, un lugar en donde coyunturalmente poder ganarse la vida, no un lugar desde donde poder acercarse al futuro, sólo un inhóspito solar desde donde poder resistir las arremetidas del presente. Este hecho, que puede resultar anecdótico, creo que posee una gran importancia, pues no solamente afecta al individuo que lo padece, sino que también afecta negativamente a la sociedad que acepta dichas condiciones. Simplificando se podría decir, que el trabajador que sabe, que es consciente que el trabajo que desarrolla, si le conviene y no ocurre nada extraño, puede ser la ocupación que desarrolle durante toda su vida laboral, tendrá sumo cuidado en hacer las cosas bien, lo que le obligará, a preocuparse por los más mínimos detalles del mismo, es decir, lo contrario de si está convencido, de que la actividad que realiza, durará sólo en el mejor de los casos, hasta que encuentre otra mejor, o mejor retribuida. Lo anterior se traduce, en que la sociedad del trabajo precario, en buena medida es la sociedad de la chapuza, pues también padecerá el síndrome de la inestabilidad, al igual que sus componentes, cualidad que no habla precisamente bien de ella.
Debido a lo anterior, y a pesar de que el trabajo sigue ocupando un lugar central en nuestras sociedades, se observa, que cada día son más los que comprenden los destrozos que ese mundo laboral ocasiona, lo que conduce, a que la vida privada de buena parte de la ciudadanía, se desarrolle de espaldas a la vida laboral, que cada día es entendida más como un condena, que inevitablemente hay que soportar. Lo anterior crea una dualidad existencial, que obliga al hombre de nuestra época, a intentar conjugar, lo que no es fácil, la vida laboral y la privada, en un intento por conseguir compensar con la segunda, las evidentes deficiencias de la primera, gracias a lo cual, tratar de conseguir, con mucho voluntarismo, sacar a flote una cuenta de resultados, en donde los números rojos no sobresalgan demasiado. El hombre actual, de esta forma, se encuentra ante una doble vida, sin saber muy bien cómo afrontar ese milagroso hecho, circunstancia de la que está sacando partido, y un partido muy importante, la nueva industria del ocio, que el mercado ha puesto a disposición de ese aturdido nuevo hombre emergente. Éste, sabe que la vida laboral se llenará por sí sola, con sus innumerables sin sabores y con las escasas alegrías que proporciona el trabajo, pero sin embargo, de la noche a la mañana se ha encontrado con algo que no esperaba, con tiempo libre, con más tiempo libre del deseable, del que puede controlar, lo que le llena de preocupación, pues no sabe en qué ocuparlo, salvo con los innumerables productos que la industria del ocio le proporciona, una industria que se ha posicionado en la vanguardia, al ser la que más posibilidades de negocio presenta de cara al futuro. El hombre que a empujones han sacado de la modernidad, dedica su otra vida, la que le deja libre el trabajo, al ocio por el ocio, lo que por un lado potencia a esa nueva e importante industria postmoderna, pero al mismo tiempo y de forma paralela, cae de nuevo en la trampa que le ha preparado el sistema, que temeroso de que ese tiempo pudiera utilizarse en contra de sus intereses, en actividades sociales y creativas que lo pudieran poner en jaque, hace todo lo posible para que todo lo que se lleve a cabo en él, acabe en último extremo potenciándolo, bien sea apoyando a su industria de élite, o por el contrario, desactivando el potencial conflictivo que dicha sociedad pudiera alcanzar.
La propuesta que realiza Luís Enrique Alonso de potenciar la sociedad civil, para compensar en la medida de lo posible los problemas que acarrea lo económico, puede caer en saco roto, si se esgrime como la única alternativa existente ante “el horror económico”, pudiendo ser utilizada dicha propuesta, como un método más en poder del sistema, tendente a adormilar y alienar a la población. Es necesario potenciar la sociedad civil, pero no cualquier sociedad civil, sino un sociedad civil crítica y responsable, algo que resulta imposible sin el apoyo de la otra pata de la mesa, sin las instituciones públicas, que si son democráticas, en todo momento representan un peligro para el capital, que lo puede soportar todo, menos que le regulen o que le intenten controlar y regular sus actividades. La solución al problema, al tremendo problema que padecen nuestras sociedades, en donde el capital, libre y autónomo se ha adueñado de los mercados, y éstos de todo el paisaje social, no puede radicar sólo en que la sociedad civil se fortalezca, pues puede fortalecerse a peor, sino en intentar reestablecer el equilibrio perdido entre lo público, lo económico y lo social, en donde todo apoye a todo, y en donde los tres ángulos, vigilen con mano de hierro, por el interés que le trae, que ese triangulo en todo momento se mantenga equilibrado. Ante el desajuste, nunca hay que buscar otro desajuste, sino esforzarse por reencontrar el equilibrio.
martes, 12 de junio de 2007
viernes, 1 de junio de 2007
PARA UNA EUROPA VERDE
(elo.081)
Para una Europa verde
Ulrich Beck
El País, 04.02.07
En poco tiempo, de forma milagrosa, todo el mundo se ha convencido, de que el gran problema que amenaza a la humanidad, no es otro que el cambio climático, de suerte que, una bandera que sólo era esgrimida por un sector social bastante reducido, ahora, de pronto, parece que puede convertirse en el gran aglutinante, que desde hace tiempo nuestras sociedades necesitan. Siempre hacen falta motivos para luchar, pues ellos nos obligan a estar en forma, preparados y ejercitados, ya que el ser humano lo que puede soportar, es la apatía, la resignación, la paz perpetua que proclama a los cuatro vientos, que lo único que hay que hacer, es intentar pasarlo lo mejor posible. Lo mismo ocurre con nuestras sociedades, que desde que se enteraron, y se creyeron, que la historia había terminado, que definitivamente había finalizado, han caído en un insoportable sopor, que en muchas ocasiones, por mero entretenimiento, las obliga a preocuparse de cuestiones de escaso calado, a todas luces secundarias y superficiales, lo que está provocando, por descomposición, un desmantelamiento de las mismas. Sí, tenía razón Ortega cuando decía, que tanto el hombre como las sociedades en las que habita, necesitan proyectos de futuro para mantener una buena salud, y que contra más ambiciosos, importantes y dificultosos fueran dichos proyectos, mejor sería la salud vital de quienes lo poseyeran. Bien, la salud vital del hombre actual y de las sociedades contemporáneas, hay que reconocer que no se encuentra en su mejor momento, sobre todo, porque los imperativos sobre los que se asientan, carecen del grado de exigencia necesario, para al menos, obligarlos a levantar vuelo, lo que dadas las circunstancias no sería poco. Todo parecía que funcionaba a la perfección, de que todo se encontraba programado y reprogramado para que el hombre sólo tuviera que dedicarse, a lo que siempre había aspirado, a vivir para disfrutar, lo que ocurre, es que ese tipo de vida en la que todo se encuentra asegurado, sólo conduce al aburrimiento, a un aburrimiento enfermizo, que ha convertido al ciudadano satisfecho actual (en todo momento similar al señorito satisfecho de Ortega), en un consumidor compulsivo, acrítico y moldeable, que entre otras cosas, y no por casualidad, está destruyendo su medio ambiente.
Pero parece que las circunstancias han cambiado, que una nueva cruzada aparece por el horizonte, una nueva cruzada, que puede convertirse en la primera realmente universal de la historia de la humanidad, aunque en esta ocasión, en lugar de intentar rescatar las ciudades santas de manos del infiel, de lo que se trataría, sería de salvar a nuestro planeta de la destrucción, lo que, sin duda, convierte la empresa, en un proyecto legítimo y necesario, en el que nos jugaríamos nada menos que nuestro futuro.
Dicen los expertos, que aún no es demasiado tarde, que es posible, a pesar de los daños causados revertir la situación, pero para ello, se necesitará realizar un gran esfuerzo, que tendrá, para ser efectivo, que comprometer a la mayor parte de los actores sociales a escala global. De todas formas, a pesar del pesimismo existente hace sólo algunos meses, en donde no se observaban movimientos significativos en lo que respecta al tema en cuestión, sólo voces que desde diferentes ángulos, casi todas mercenarias, intentaban desde prestigiosas tribunas (éstas siempre se encuentran disponibles para los de siempre), negar en todo momento la mayor, el hecho de que el cambio climático provocado por el calentamiento del planeta, era algo de lo que no tendríamos que preocuparnos, al ser sólo un proceso natural y cíclico que de forma callada y en poco tiempo volvería a reconducirse. Pero de pronto, sin saber uno muy bien el por qué, la situación parece que ha dado un giro de ciento ochenta grados, pudiéndose observar, que el tema del cambio climático, encabeza en la actualidad todas las agendas, lo que por supuesto resulta positivo, pues los tres grandes pilares sobre los que se asientan nuestras sociedades (el Estado, el mercado y la sociedad civil), al parecer, se han empeñado en encontrar una estrategia adecuada y consensuada, tendente a solventar en la medida de lo posible el problema. Sorprende escuchar las declaraciones de la presidente de turno de la Unión Europea, cuando afirma, que la Unión debe liderar la lucha contra el cambio climático, al tiempo que desde Estados Unidos se dice lo mismo. Ciertamente algo ha ocurrido, y debemos alegrarnos de ello, pues el hecho de que la lucha contra el calentamiento del planeta, haya dejado de estar sólo apoyada por grupos más o menos marginales, para pasar a ocupar un lugar privilegiado en los programas de los partidos políticos mayoritarios, supone un paso adelante de indudable importancia. Parece que los partidos políticos intentan conseguir apoyos de una ciudadanía cada día más preocupada por el tema, al tiempo que la industria, y su gran aliada el capital, han descubierto el gran yacimiento económico que tal cruzada les puede reportar, motivo por el cual, la industria puntera, se encuentra ya posicionándose, para afrontar con determinación ese nuevo reto que se le presenta, que no es otro, que el de pasar a lo que Rifkin denomina la tercera revolución industrial, que será la de las fuentes de energías limpias, o sencillamente no será. Pero a pesar de la importancia que tiene la concienciación ciudadana, y de la incuestionable significación, de que la industria haya cogido el testigo de las demandas lanzadas por una población cada día más sensibilizada, todos los esfuerzos se desparramarían de forma lamentable, sin la existencia de una planificación previa, que sólo puede provenir de los grandes estados, las únicas instituciones capaces de hacer frente a un problema de tales dimensiones, lo que no quiere decir otra cosa, que en la actualidad, sólo Estados Unidos y Europa, tienen la capacidad necesaria para liderar dicha empresa.
Aún se puede hacer mucho, sobre todo, por no seguir empeorando la situación al ritmos de los últimos años, pero hay que tener siempre pendiente, que en este envite nos lo jugamos todo, pues en el caso de que no estemos a la altura del reto planteado, lo que puede perfectamente suceder, no sólo perderemos nuestras actuales formas de vida, sino también, cualquier tipo de esperanzas de poder seguir habitando éste planeta.
Para una Europa verde
Ulrich Beck
El País, 04.02.07
En poco tiempo, de forma milagrosa, todo el mundo se ha convencido, de que el gran problema que amenaza a la humanidad, no es otro que el cambio climático, de suerte que, una bandera que sólo era esgrimida por un sector social bastante reducido, ahora, de pronto, parece que puede convertirse en el gran aglutinante, que desde hace tiempo nuestras sociedades necesitan. Siempre hacen falta motivos para luchar, pues ellos nos obligan a estar en forma, preparados y ejercitados, ya que el ser humano lo que puede soportar, es la apatía, la resignación, la paz perpetua que proclama a los cuatro vientos, que lo único que hay que hacer, es intentar pasarlo lo mejor posible. Lo mismo ocurre con nuestras sociedades, que desde que se enteraron, y se creyeron, que la historia había terminado, que definitivamente había finalizado, han caído en un insoportable sopor, que en muchas ocasiones, por mero entretenimiento, las obliga a preocuparse de cuestiones de escaso calado, a todas luces secundarias y superficiales, lo que está provocando, por descomposición, un desmantelamiento de las mismas. Sí, tenía razón Ortega cuando decía, que tanto el hombre como las sociedades en las que habita, necesitan proyectos de futuro para mantener una buena salud, y que contra más ambiciosos, importantes y dificultosos fueran dichos proyectos, mejor sería la salud vital de quienes lo poseyeran. Bien, la salud vital del hombre actual y de las sociedades contemporáneas, hay que reconocer que no se encuentra en su mejor momento, sobre todo, porque los imperativos sobre los que se asientan, carecen del grado de exigencia necesario, para al menos, obligarlos a levantar vuelo, lo que dadas las circunstancias no sería poco. Todo parecía que funcionaba a la perfección, de que todo se encontraba programado y reprogramado para que el hombre sólo tuviera que dedicarse, a lo que siempre había aspirado, a vivir para disfrutar, lo que ocurre, es que ese tipo de vida en la que todo se encuentra asegurado, sólo conduce al aburrimiento, a un aburrimiento enfermizo, que ha convertido al ciudadano satisfecho actual (en todo momento similar al señorito satisfecho de Ortega), en un consumidor compulsivo, acrítico y moldeable, que entre otras cosas, y no por casualidad, está destruyendo su medio ambiente.
Pero parece que las circunstancias han cambiado, que una nueva cruzada aparece por el horizonte, una nueva cruzada, que puede convertirse en la primera realmente universal de la historia de la humanidad, aunque en esta ocasión, en lugar de intentar rescatar las ciudades santas de manos del infiel, de lo que se trataría, sería de salvar a nuestro planeta de la destrucción, lo que, sin duda, convierte la empresa, en un proyecto legítimo y necesario, en el que nos jugaríamos nada menos que nuestro futuro.
Dicen los expertos, que aún no es demasiado tarde, que es posible, a pesar de los daños causados revertir la situación, pero para ello, se necesitará realizar un gran esfuerzo, que tendrá, para ser efectivo, que comprometer a la mayor parte de los actores sociales a escala global. De todas formas, a pesar del pesimismo existente hace sólo algunos meses, en donde no se observaban movimientos significativos en lo que respecta al tema en cuestión, sólo voces que desde diferentes ángulos, casi todas mercenarias, intentaban desde prestigiosas tribunas (éstas siempre se encuentran disponibles para los de siempre), negar en todo momento la mayor, el hecho de que el cambio climático provocado por el calentamiento del planeta, era algo de lo que no tendríamos que preocuparnos, al ser sólo un proceso natural y cíclico que de forma callada y en poco tiempo volvería a reconducirse. Pero de pronto, sin saber uno muy bien el por qué, la situación parece que ha dado un giro de ciento ochenta grados, pudiéndose observar, que el tema del cambio climático, encabeza en la actualidad todas las agendas, lo que por supuesto resulta positivo, pues los tres grandes pilares sobre los que se asientan nuestras sociedades (el Estado, el mercado y la sociedad civil), al parecer, se han empeñado en encontrar una estrategia adecuada y consensuada, tendente a solventar en la medida de lo posible el problema. Sorprende escuchar las declaraciones de la presidente de turno de la Unión Europea, cuando afirma, que la Unión debe liderar la lucha contra el cambio climático, al tiempo que desde Estados Unidos se dice lo mismo. Ciertamente algo ha ocurrido, y debemos alegrarnos de ello, pues el hecho de que la lucha contra el calentamiento del planeta, haya dejado de estar sólo apoyada por grupos más o menos marginales, para pasar a ocupar un lugar privilegiado en los programas de los partidos políticos mayoritarios, supone un paso adelante de indudable importancia. Parece que los partidos políticos intentan conseguir apoyos de una ciudadanía cada día más preocupada por el tema, al tiempo que la industria, y su gran aliada el capital, han descubierto el gran yacimiento económico que tal cruzada les puede reportar, motivo por el cual, la industria puntera, se encuentra ya posicionándose, para afrontar con determinación ese nuevo reto que se le presenta, que no es otro, que el de pasar a lo que Rifkin denomina la tercera revolución industrial, que será la de las fuentes de energías limpias, o sencillamente no será. Pero a pesar de la importancia que tiene la concienciación ciudadana, y de la incuestionable significación, de que la industria haya cogido el testigo de las demandas lanzadas por una población cada día más sensibilizada, todos los esfuerzos se desparramarían de forma lamentable, sin la existencia de una planificación previa, que sólo puede provenir de los grandes estados, las únicas instituciones capaces de hacer frente a un problema de tales dimensiones, lo que no quiere decir otra cosa, que en la actualidad, sólo Estados Unidos y Europa, tienen la capacidad necesaria para liderar dicha empresa.
Aún se puede hacer mucho, sobre todo, por no seguir empeorando la situación al ritmos de los últimos años, pero hay que tener siempre pendiente, que en este envite nos lo jugamos todo, pues en el caso de que no estemos a la altura del reto planteado, lo que puede perfectamente suceder, no sólo perderemos nuestras actuales formas de vida, sino también, cualquier tipo de esperanzas de poder seguir habitando éste planeta.
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