LECTURAS
(elo.220)
CORRER
Jean Echenoz
Anagrama, 2008
Cada vez que leo una novela de estas características, a pesar de la precisión formal que encuentro en ellas, algo me dice que no, que la buena literatura es otra cosa, otra cosa muy distinta. Últimamente me estoy encontrando obras, que siempre se presentan avaladas por una crítica favorable, que al parecer apuntan, gracias a un estilo narrativo conciso, casi diáfano, en el caso que señalen hacia algún objetivo concreto, a cuestiones que por su evidencia carecen de la capacidad necesaria para poder justificarlas, por lo que me inclino, que la única justificación que poseen, la única, aunque siempre hay alguien que se dedica a sacarle a un tema más punta de la necesaria, es el estilo utilizado, lo que se acomoda con excesiva facilidad a la debilidad intelectual que caracteriza a nuestra época. Siempre me ha llamado la atención, aquellos que dicen, cuando escuchan que una determinada novela que les ha gustado carece de sustancia, “que sí, que es cierto, pero que está muy bien escrita”. Y me llama la atención, como he repetido en demasiadas ocasiones, porque no llego a comprender que una teórica buena novela se pueda basar sólo en su belleza narrativa, sin aspirar a nada más que precisamente a eso, a que el lector acabe diciendo, que ha disfrutado con la maestría estilística que ha encontrado en sus páginas. Por supuesto que a estas alturas, entre otras muchas cosas he llegado a comprender que existen muchas formas de entender la literatura, y que no todas, ni deben ni tienen que coincidir con la que a mí me interesa, pero una cosa es lo anterior, y otra, que no pueda entender la buena acogida que se le dispensa a novelas que no consiguen aportarle absolutamente nada al lector, nada que vaya más allá de cierta calidad narrativa. Y no lo puedo comprender, porque me niego, lo que a todas luces resulta absurdo, a querer entender que la literatura es ante todo un producto social, y que en cada periodo histórico, se lleva a cabo, y la verdad es que no deseo ser pedante, la literatura que emana, por no decir que dicta la cultura o la forma cultural dominante. Como tantas veces se ha dicho, no se vive precisamente un momento histórico en donde la épica tenga sentido, pues las grandes gestas, por ejemplo las literarias, parece que pertenecen a un tiempo periclitado, dando la sensación de que todos nos conformamos con unas formas culturales de bajo nivel, en donde lo importante, lo que algunos se dedican a subrayar de forma constante, es “el cómo se dice lo que se quiere decir” en lugar de “aquello que se dice”, lo que da lugar a unas manifestaciones artísticas que parecen conformarse más con la forma en que se presentan, que por el contenido de las mismas, lo que se sustenta evidentemente, en una preocupante falta de fundamentos por parte del público, que ante todo y sobre todo debería de llamar la atención. Sí, porque esta falta de fundamentos provoca una demanda de productos de una determinada calidad, que la denominada industria cultural trata por todos los medios de ofertar, en detrimento de aquellos otros productos culturales, que por sus contenidos, vayan en contra de lo que sus potenciales clientes desean encontrar. Cierto, porque lo que se desea son obras de contenido liviano, sin peso o con una densidad llevadera y poco conflictiva, productos que en ningún caso su aprehensión pueda suponer un esfuerzo, ya que sin que se sepa muy bien por qué, se ha impuesto la idea de que la cultura es y debe de ser ante todo un divertimento, algo que está ahí para que se pueda disfrutar con facilidad, y no un instrumento gracias al cual, el ser humano pueda interrogarse, para avanzar, sobre las cuestiones que siguen perturbándole y que le obligan a ser como es. Y es así, porque parece, que la consigna que se ha extendido es la de evitar que nadie se mire al espejo, lo que provoca que se soslaye y que se rechace cierta forma de entender la cultura, al tiempo que se potencia la denominada “cultura del espectáculo”, que es la que sólo aspira a contar historias, sin que éstas intente ni siquiera, acercarse a las cuestiones, que aunque se oculten, no dejan de supurar, ni de platear dudas sobre la existencia que se lleva a cabo.
En la literatura, en la literatura de calidad, ya que la otra, la de consumo, siempre ha tenido claro cuál es su objetivo, también, posiblemente por el hecho de que es la manifestación cultural que más se acerca a la vida, se aprecia con una claridad evidente la evolución de la que he intentado hablar, apareciendo textos, obras de indudable calidad estilística, que o bien olvidan que tienen que contar algo mínimamente interesante, o las historias que presentan son de una simplicidad desalentadora.
“Correr” es una de estas obras, una novela muy aplaudida por la crítica, bien escrita, que no le aporta al lector absolutamente nada, dejándole ese regusto amargo de lo que carece de justificación y de sentido. Que a estas alturas, desde cierta frialdad, se nos quiera hacer saber que los regímenes socialistas instrumentalizaban propagandísticamente a sus ciudadanos de más valía, por ejemplo a los deportistas de elite, es una información que a nadie, por sobradamente conocida, puede llamarle la atención. Pero si esto es lo único que el lector puede conseguir de esta lectura, a pesar de que se presente muy bien estructurada, con un ritmo acorde con la actividad profesional del protagonista, poco valor añadido se puede encontrar en ella, pues ni tan siquiera, al enfocarse el tema desde cierta distancia, se llega a profundizar sobre la personalidad del personaje sobre el que gira toda la novela. La deliberada frialdad del narrador con respecto al protagonista, impide un acercamiento a éste por parte del lector, escapándosele “la humanidad” del mismo, pues esa cuestión al parecer no le interesa al autor, al tratar más al protagonista como un objeto de análisis, de forma parecida a la que el régimen socialista trataba al corredor, que como una copia más o menos acertada de un ser humano real. Este alejamiento, que consigue dibujar a un personaje demasiado esquemático, sin aristas, supone una huída consciente de la vitalidad que envuelve a cualquier individuo real, posiblemente, con la intención de que la anémica tesis que expone, aparezca diáfana ante sus lectores.
“Correr” es una novela que sólo puede sustentarse por su limpieza estilística, faltándole casi todos los restantes elementos, aquellos que consiguen hacer de una novela una buena novela.
Jueves, 3 de marzo de 2011