
LECTURAS
(elo.219)
AGUIRRE EL MAGNÍFICO
Manuel Vicent
Alfaguara, 2011
La primera vez que escuché hablar de Jesús Aguirre, fue cuando le nombraron Director General de Música, allá por los lejanos tiempos de la UCD, apareciendo detrás de ese nombre, como era de rigor para el cargo para el que había sido elegido, un individuo exquisito y de cultura refinada que siempre conseguía llamarme la atención cuando comparecía en público. Después me enteré, creo que en algún prologo de Fernando Savater, que había sido con anterioridad director de Taurus, cuando en los tiempos heroicos de esa editorial, entre otros, publicó a Benjamin, a Adorno, o apostando fuerte al propio Savater, alguien al que casi nadie conocía por aquellos tiempos, o a ese filósofo rumano tan extraño que atendía por nombre de Cioran, lo que no hizo más que engrandecer ante mis ojos la figura de tan elegante personaje. Pasado el tiempo, supe que antes que todo fue cura, uno de esos curas que tanto exaltaba la progresía de la época, con toda seguridad, porque era lo más alejado que consiguieron encontrar del estereotipo que esos personajes representaban por aquel entonces. Tiempo después, cuando se convirtió, para sorpresa de todos en el decimoctavo duque de Alba, alguien me comentó con cierta envidia, que le gustaría vivir en Madrid, sólo para poder asistir a las tertulias que con toda seguridad, el nuevo y flamante duque, llevaría a cabo con sus amigos en los historiados salones del Palacio de Liria. La idea que tenía de Jesús Aguirre, por tanto, era la de alguien que parecía que no era de su tiempo, la de alguien que ejerció de aristócrata, mucho antes de que en realidad lo fuera, pero por encima de todo, la de un intelectual, que si por algo se distinguía, era por su singularidad.
De Manuel Vicent poco puedo decir, salvo que vengo leyendo sus artículos desde tiempo inmemorial en el diario “El País”, unos artículos en los que siempre he creído ver conjugados la luminosidad del Mediterráneo, la mala leche y una ironía al alcance de muy pocos, en donde sus rotundas afirmaciones, junto a las desconcertantes y casi siempre poéticas imágenes que iba dejando sobre los personajes que encuadraba con su objetivo, conseguía dejarme, una vez sí y otra también, una amarga sonrisa en la boca. Sin duda alguna es el articulista de pequeño formato que más me interesa, el más caustico, pero también el más literario de los que pueblan la cada día más abundante fauna de individuos, a pesar de que muy pocos tienen dotes para ello, que se dedican a tal menester. No obstante, nunca he podido disfrutar con sus novelas, que desde mi punto de vista no alcanzan, ni de lejos, el nivel que consigue alcanzar con sus artículos, lo que atribuyo al hecho, de que ese no es su formato natural, pues en la novela, no encajan bien sus regates cortos ni sus tajantes y arbitrarias afirmaciones.
Por lo anterior, cuando me enteré que el valenciano acababa de publicar una obra basada en la figura de Jesús Aguirre, gracias a la cual hacía efectivo la tarea que el propio duque de Alba, delante del Rey de España le atribuyó, la de ser su biógrafo oficial, no dudé ni un solo instante de que tenía que hacerme con ella, pues la pluma de Vicent, con toda seguridad, posiblemente por tratarse de su especialidad, la de dibujar y caricaturizar con palabras, desde su peculiar visión, a los personajes que le interesaban, podría hacer encajes de bolillos con ese extraño personaje que tantos focos y tanta incredulidad atrajeron hace sólo algo más de una década.
Como pensaba, tal extraña asociación no me ha defraudado, ya que Vicent, como en sus mejores columnas, sin tener que preocuparse por desarrollar una historia, hace lo que mejor sabe, describir situaciones y personajes que uno no acierta a situar, si están más cerca del esperpento o del mejor Berlanga, al contar anécdotas tras anécdotas, perfectamente entrelazadas entre sí, junto a algunos acontecimientos que tienen la virtud de hacer comprender mejor, como los que hablan de sus orígenes, la vida de ese ser sin par, que fue Jesús Aguirre. Evidentemente “Aguirre el magnífico” no es una biografía al uso, ya que nadie podría esperarlo del autor, pero es un peculiar acercamiento a la vida del que llegó a ser duque de Alba, que difícilmente podría conseguir la biografía más sistemática y concienzuda realizada por cualquier especialista en la materia.
Con unos orígenes oscuros, al menos para aquellos tiempos, Jesús Aguirre, al parecer, desde que tuvo uso de razón, puso sus objetivos bastante altos, agarrándose a lo único que tenía, a su inteligencia, pues como dice el propio Vicent, “sabía que tenía que afirmar su personalidad en la inteligencia”, que le sirvió, aparte de para perfilar una imagen determinada de cara a los demás, para llegar hasta donde llegó. La imagen que de él se transmite en la obra, es la un arribista, alguien que hizo lo que pudo, sin importarle nunca los medios, como no dudar en darle la espalda a sus amigos cuando éstos ya no le interesaban, para llegar a ese estrellato que siempre tanto deseó. Consiguió crearse una atractiva imagen pública, en un primer momento, siendo aún cura, el cura de la progresía ilustrada de la época, propiciando el diálogo entre católicos y marxistas, y con posterioridad, presentándose como un especialista en la obra de los miembros más destacados de la “Escuela de Frankfurt”, a los que publicó. Esa fama le valió, para que un amigo le aupara a un puesto de gestión política, nada complicado por cierto, y desde ahí, al paraíso del ducado de Alba, dejando de lado todo lo que ya no le hacía falta, pues a Aguirre, como deja claro Vicent, lo que le interesaba era lo que le interesaba.
No queda bien parado el que fuera decimoctavo duque de Alba en esta obra, pues la visión que de él se aporta, en buena medida desmiente la imagen que muchos teníamos de él, lo que no resulta habitual en este tipo de obras, que suelen dedicarse a elogiar, a veces con demasiado ardor, al personaje estudiado. Este hecho puede obligar a que el lector se plantee, más allá de su nombramiento como biógrafo, por las causas reales que han obligado al autor a desenmascarar a Jesús Aguirre, que es alguien que a estas alturas carece de relevancia, aunque creo, que el atractivo de esa extraña personalidad, ha tenido que atraerle en exceso, aunque ello le haya obligado a hacer leña de un árbol hace tiempo caído.
El libro es un festín, que uno tiene que abandonar de vez en cuando para soltar una carcajada, en donde el lector tiene la oportunidad de saborear y de disfrutar al mejor Vicent.
Domingo, 27 de febrero de 2011
(elo.219)
AGUIRRE EL MAGNÍFICO
Manuel Vicent
Alfaguara, 2011
La primera vez que escuché hablar de Jesús Aguirre, fue cuando le nombraron Director General de Música, allá por los lejanos tiempos de la UCD, apareciendo detrás de ese nombre, como era de rigor para el cargo para el que había sido elegido, un individuo exquisito y de cultura refinada que siempre conseguía llamarme la atención cuando comparecía en público. Después me enteré, creo que en algún prologo de Fernando Savater, que había sido con anterioridad director de Taurus, cuando en los tiempos heroicos de esa editorial, entre otros, publicó a Benjamin, a Adorno, o apostando fuerte al propio Savater, alguien al que casi nadie conocía por aquellos tiempos, o a ese filósofo rumano tan extraño que atendía por nombre de Cioran, lo que no hizo más que engrandecer ante mis ojos la figura de tan elegante personaje. Pasado el tiempo, supe que antes que todo fue cura, uno de esos curas que tanto exaltaba la progresía de la época, con toda seguridad, porque era lo más alejado que consiguieron encontrar del estereotipo que esos personajes representaban por aquel entonces. Tiempo después, cuando se convirtió, para sorpresa de todos en el decimoctavo duque de Alba, alguien me comentó con cierta envidia, que le gustaría vivir en Madrid, sólo para poder asistir a las tertulias que con toda seguridad, el nuevo y flamante duque, llevaría a cabo con sus amigos en los historiados salones del Palacio de Liria. La idea que tenía de Jesús Aguirre, por tanto, era la de alguien que parecía que no era de su tiempo, la de alguien que ejerció de aristócrata, mucho antes de que en realidad lo fuera, pero por encima de todo, la de un intelectual, que si por algo se distinguía, era por su singularidad.
De Manuel Vicent poco puedo decir, salvo que vengo leyendo sus artículos desde tiempo inmemorial en el diario “El País”, unos artículos en los que siempre he creído ver conjugados la luminosidad del Mediterráneo, la mala leche y una ironía al alcance de muy pocos, en donde sus rotundas afirmaciones, junto a las desconcertantes y casi siempre poéticas imágenes que iba dejando sobre los personajes que encuadraba con su objetivo, conseguía dejarme, una vez sí y otra también, una amarga sonrisa en la boca. Sin duda alguna es el articulista de pequeño formato que más me interesa, el más caustico, pero también el más literario de los que pueblan la cada día más abundante fauna de individuos, a pesar de que muy pocos tienen dotes para ello, que se dedican a tal menester. No obstante, nunca he podido disfrutar con sus novelas, que desde mi punto de vista no alcanzan, ni de lejos, el nivel que consigue alcanzar con sus artículos, lo que atribuyo al hecho, de que ese no es su formato natural, pues en la novela, no encajan bien sus regates cortos ni sus tajantes y arbitrarias afirmaciones.
Por lo anterior, cuando me enteré que el valenciano acababa de publicar una obra basada en la figura de Jesús Aguirre, gracias a la cual hacía efectivo la tarea que el propio duque de Alba, delante del Rey de España le atribuyó, la de ser su biógrafo oficial, no dudé ni un solo instante de que tenía que hacerme con ella, pues la pluma de Vicent, con toda seguridad, posiblemente por tratarse de su especialidad, la de dibujar y caricaturizar con palabras, desde su peculiar visión, a los personajes que le interesaban, podría hacer encajes de bolillos con ese extraño personaje que tantos focos y tanta incredulidad atrajeron hace sólo algo más de una década.
Como pensaba, tal extraña asociación no me ha defraudado, ya que Vicent, como en sus mejores columnas, sin tener que preocuparse por desarrollar una historia, hace lo que mejor sabe, describir situaciones y personajes que uno no acierta a situar, si están más cerca del esperpento o del mejor Berlanga, al contar anécdotas tras anécdotas, perfectamente entrelazadas entre sí, junto a algunos acontecimientos que tienen la virtud de hacer comprender mejor, como los que hablan de sus orígenes, la vida de ese ser sin par, que fue Jesús Aguirre. Evidentemente “Aguirre el magnífico” no es una biografía al uso, ya que nadie podría esperarlo del autor, pero es un peculiar acercamiento a la vida del que llegó a ser duque de Alba, que difícilmente podría conseguir la biografía más sistemática y concienzuda realizada por cualquier especialista en la materia.
Con unos orígenes oscuros, al menos para aquellos tiempos, Jesús Aguirre, al parecer, desde que tuvo uso de razón, puso sus objetivos bastante altos, agarrándose a lo único que tenía, a su inteligencia, pues como dice el propio Vicent, “sabía que tenía que afirmar su personalidad en la inteligencia”, que le sirvió, aparte de para perfilar una imagen determinada de cara a los demás, para llegar hasta donde llegó. La imagen que de él se transmite en la obra, es la un arribista, alguien que hizo lo que pudo, sin importarle nunca los medios, como no dudar en darle la espalda a sus amigos cuando éstos ya no le interesaban, para llegar a ese estrellato que siempre tanto deseó. Consiguió crearse una atractiva imagen pública, en un primer momento, siendo aún cura, el cura de la progresía ilustrada de la época, propiciando el diálogo entre católicos y marxistas, y con posterioridad, presentándose como un especialista en la obra de los miembros más destacados de la “Escuela de Frankfurt”, a los que publicó. Esa fama le valió, para que un amigo le aupara a un puesto de gestión política, nada complicado por cierto, y desde ahí, al paraíso del ducado de Alba, dejando de lado todo lo que ya no le hacía falta, pues a Aguirre, como deja claro Vicent, lo que le interesaba era lo que le interesaba.
No queda bien parado el que fuera decimoctavo duque de Alba en esta obra, pues la visión que de él se aporta, en buena medida desmiente la imagen que muchos teníamos de él, lo que no resulta habitual en este tipo de obras, que suelen dedicarse a elogiar, a veces con demasiado ardor, al personaje estudiado. Este hecho puede obligar a que el lector se plantee, más allá de su nombramiento como biógrafo, por las causas reales que han obligado al autor a desenmascarar a Jesús Aguirre, que es alguien que a estas alturas carece de relevancia, aunque creo, que el atractivo de esa extraña personalidad, ha tenido que atraerle en exceso, aunque ello le haya obligado a hacer leña de un árbol hace tiempo caído.
El libro es un festín, que uno tiene que abandonar de vez en cuando para soltar una carcajada, en donde el lector tiene la oportunidad de saborear y de disfrutar al mejor Vicent.
Domingo, 27 de febrero de 2011