miércoles, 28 de julio de 2010

Arthur y George


LECTURAS
(elo.194)

ARTHUR Y GEORGE
Julian Barnes
Anagrama, 2005

Esta novela que hace tres años, cuando se publicó en España, tuve que abandonar, creo recordar que por considerarla insufrible, me cerró el paso para conocer la obra de Julian Barnes, como conocí la de otros miembros de su sorprendente generación. Sí, durante este tiempo he podido profundizar en la literatura de McEwan e Ishiguro, entre otros, pero me quedaba la espina de Barnes, que para muchos, para colmo, era el más interesante de todos. Así las cosas, sin pensármelo dos veces, y con objeto de superar esa asignatura pendiente, decidí que tenía que realizar un nuevo intento, por lo que leí “El loro de Flaubert”, obra que me resultó fascinante, aunque demasiado metaliteraria para mi gusto, necesitando para calibrar la calidad, o la posible calidad literaria de Barnes, digamos que una novela de verdad. Por ello, de forma automática, pensé que para acercarme de nuevo al británico, tenía que afrontar, antes que otras novelas anteriores, “Arthur y George”, la obra que precisamente me alejó de él. Cuando comencé a introducirme en la lectura, no comprendí como pude calificarla en su momento de soporífera, pues me pareció que su prosa resultaba diáfana e incluso demasiado lineal su estructura, y que el error se pudo deber a un mal entendido provocado por una mala lectura. No sabía ni recordaba nada de la novela, sorprendiéndome, ya que ni siquiera había leído la reseña de la contraportada (algo que creo nunca hay que consultar), que se trataba de una biografía novelada, bueno de dos, la de Sir Arthur Conan Doyle, el creador del mítico Sherlock Holmes, y la de George Edalji, un oscuro personaje de origen indio, que no obstante, debido a una injusticia a la que fue sometido, se convirtió en un elemento esencial para la creación en Inglaterra del Tribunal de Apelaciones. Me sorprendió porque esperaba otra cosa, como dije antes una novela de verdad, y no la recreación de dos vidas que poco o nada me podían aportar, por muy interesantes que éstas, en su momento llegaran a ser. Pero a pesar de esta sensación, tengo que reconocer que hasta ese instante, es decir, hasta que comprendí que me encontraba ante un trabajo que no era estrictamente de ficción, estaba disfrutando, y mucho, con lo que leía.
La cuestión que me planteo cuando termino la novela, que me ha parecido formalmente magnífica, y en la que Julian Barnes demuestra que merece la fama que posee de buen narrador, es el motivo o los motivos que le han obligado a realizar un trabajo de tales características, que hasta cierto punto puede considerarse heredero de “El loro de Flaubert”, que no sólo sea un intento de homenajear a estos dos personajes, que no creo que puedan considerarse, pese a su innegable atractivo, como figuras que necesariamente hubiera que rescatar del olvido, del relativo olvido en que se encontraban. Si pese a todo, sólo se trataba de esto, bien, pues Barnes demostraría que ha encontrado una historia y que se ha dedicado a desarrollarla, tal y como hacen otros con las que se inventan, aunque hay que reconocer, que dicho tema se presenta tan encorsetado, por lo que realmente ocurrió, que el reto al que el autor se enfrenta es ante todo formal, tanto en lo referente al estilo a utilizar como a la estructura con la que tiene que presentarlo. Y ciertamente no hay más, salvo resaltar dos trayectorias vitales, completamente opuestas, que en un momento determinado se entrecruzan entre sí, para después, seguir cada una su propia trayectoria, y también, como he apuntado con anterioridad, la evidencia de que el británico es un buen escritor, un escritor, que debería apostar por proyectos de más envergadura, ya que a estas alturas, no tiene mucho interés saber las vicisitudes que padeció en vida el creador de Sherlock Holmes, ni la importancia que éste pudo tener en la sociedad en la que vivió.
Hasta ahora sólo he leído, como he dicho, dos obras de Barnes, y me ha sorprendido, como también me ocurre con McEwan e Ishiguro, y espero que éste no sea el único motivo por el que pertenecen a la misma generación, que a pesar de las evidentes cualidades que posee, que poseen, fallan en mi opinión en algo fundamental, en la intrascendencia de los temas que eligen, como si pensaran que el tema se encuentra ahí sólo para que los autores puedan lucirse con él, y no para sacarle punta con las herramientas que aporta el trabajo literario. No sé a qué se debe tal hecho, que por cierto también le suele ocurrir a Amis, pero estimo que es de una gravedad absoluta, pues convierte a la buena literatura, a la literatura de calidad, en un mero ejercicio de entretenimiento, alejando de ellas otros planos, consustanciales a la misma, que son los que la convertían en algo no sólo útil para el goce estético, sino también, en un instrumento entre cuyas cualidades se encuentra su capacidad para favorecer y posibilitar la reflexión. Por lo anterior me resulta preocupante el auge y la importancia que se le concede a este tipo de novelas, las que desde la calidad apenas aportan nada, salvo el poder pasarlo bien con ellas, pues estoy convencido que están desactivando el potencial oculto que toda buena novela siempre debe poseer. Se podría decir, y quien lo dijera seguro que no se equivoca, que lo anterior se debe a un prejuicio, ya que la literatura es algo más simple de lo que parece, la actividad consistente en contar de la mejor manera posible, historias mediante la palabra escrita, y que todo lo demás, no son más que elucubraciones mentales que lo único que consiguen es enredarlo todo aún más de lo que está. Con toda seguridad lo anterior es cierto, y que todo, al final, posiblemente no sea más que un problema de gusto, de que cada cual debe apostar por el tipo de literatura que más se acerque a la concepción que posea de la misma, y que por ello, lo mejor sería dejar de hablar de buena y de mala literatura, sino de novelas que han gustado y novelas que uno no ha podido soportar. De acuerdo, pero desde mi posición, y de forma individual, y sin intención de sentar cátedra, algo que nunca me ha interesado, creo que cada lector tiene la obligación, si lo desea, además de señalar lo que le gusta y lo que no, de dejar sobre la mesa los motivos sobre los que se apoyan sus afirmaciones, y por supuesto sus gustos, que no es otra cosa que lo que siempre intento hacer.

Miércoles, 21 de mayo de 2010

lunes, 19 de julio de 2010

La humillación




LECTURAS
(elo.193)

LA HUMILLACIÓN
Philip Roth
Mondadori, 2009

Desde hace tiempo soy de los que piensan, que a pesar de su edad, Roth es uno de los autores más poderosos existentes en la actualidad, por lo que estoy convencido, que debería ser delito, o casi, no leer las obras que de él salen anualmente al mercado. El norteamericano ha escrito mucho, posiblemente demasiado, pasando su obra por diferentes etapas, en las que a pesar de su alta calidad media, evidentemente se observan altibajos, no siendo lo mismo, por ejemplo, leer “La mancha humana” que “Me casé con un comunista”. En su dilatada obra hay novelas muy buenas, y otras, que sin ser malas, son sólo buenas. Su última serie de novelas, se caracteriza por estar compuesta por obras breves, que casi siempre se pueden leer en una tarde, que atienden, con la sólo excepción de “Indignación”, a una temática que se caracteriza por la vejez de sus protagonistas, y en los intentos de éstos, por intentar escapar de la mortífera red en la que se encuentran, casi siempre agarrándose a una actividad sexual, a veces desmedida, con mujeres mucho más jóvenes, como si tal hecho representara para Roth la posibilidad de un cierto renacimiento. También en esta serie hay novelas y novelas, siendo la que más me ha interesado, curiosamente la más voluminosa de las mismas, “Sale el espectro”, en donde reaparece su alter ego, Nathan Zuckerman, y la que menos, la que acabo de leer, “La humillación”, que me ha parecido demasiado esquemática, habiéndome dejado un mal sabor de boca, pues estoy convencido, que la historia contada hubiera requerido al menos cien páginas más, con objeto de poder captar, y no sólo adivinar, mejor los esquemas mentales de los diferentes protagonistas. No sé a que se debe tal hecho, si a la edad del autor, que se ve obligado por imperativos de salud a reducir el grosor de sus historias, cosa que no creo, o porque posee una visión nueva de lo que en estos momentos tiene que ser la novela, posibilidad que puede justificarse por la curiosa pista que dejó en una reciente entrevista, en la que dijo, “que la concentración que se necesita para leer una novela, no se dan en las circunstancias de la vida de hoy”. Con lo anterior quiso decir, o al menos eso intuyo, que no están los tiempo, en “la era de los artefactos electrónicos”, para presentar obras de cuatrocientas páginas, y que las únicas obras que a estas alturas se pueden digerir, son pequeñas novelas, que en ningún caso deben sobrepasar las doscientas, novelas que se puedan leer sin dificultad en un fin de semana, sin que por ello se tenga que desatender los inevitables quehaceres domésticos que todos tenemos que realizar. Sí, aunque estoy de acuerdo de que “no está el horno para más bollos”, creo que no hay que dejarse llevar por las necesidades del mercado, sobre todo cuando lo que se trae uno entre manos, no encaja, o no puede encajar bien en él. Su diáfana forma narrativa necesita de un metraje determinado, que parece que no se adapta bien a estas reducidas obras, que sin embargo, por la ambición que poseen, al intentar plasmar las ganas de vivir cuando todo parece que se acaba, da la sensación de que quedan inacabadas, ya que van dejando multitud de desfiladeros sin explorar, como si al autor, lo único que le interesara fuera cuadrar, de la mejor y más económica forma posible sus historias, sin sacarle punta a todas y cada una de las aristas que va encontrando a su pasar. Sus últimas novelas parecen faenas taurinas aseadas, en las que la afición, a pesar de estar deseosa, pues conoce la categoría del diestro, no acaba de vibrar con ellas, obras, que los que admiramos su literatura, no llegamos ni a entender ni a encajar bien, pues a su edad, por mucho que la literatura le rejuvenezca, por mucha vida que le aporte, como el sexo a sus protagonistas, no dejan de ser menores, al menos si se las compara con el nivel medio del grueso de su literatura. Y lo son, no porque la intención de las mismas carezca de interés, que la tienen, sino porque esas historias merecerían un tratamiento más exhaustivo.
La vejez, sobre todo en un tiempo como el actual, en donde se idolatra la juventud, es un territorio poco explorado, y eso a pesar, de que en las sociedades en la que vivimos, gracias a los avances médicos y al aumento de la calidad de vida, cada día se encuentran más envejecidas, o lo que es lo mismo, en las que cada vez hay más personas mayores de sesenta y cinco años. Si la vejez es un territorio ignoto, en la que pocos desean literariamente aventurarse, aún lo es más el sexo a esas edades, sobre todo cuando se realza con mujeres mucho más jóvenes, y lo es, porque no resulta un plato agradable en unos tiempos en los que todos, tengamos la edad que tengamos, aspiramos a parecer ser más jóvenes de lo que somos. Pero el sexo para Roth, al menos en sus novelas, en sus novelas de este último periodo, es un agarrarse a la vida, un intentar olvidar la realidad, que aparece sólo como un paréntesis placentero que en poco tiempo acaba por cerrarse, dejando al protagonista aplastado por los años que posee y por la vida que se le escapa.
En “La humillación”, un afamado actor, comprende después de varios intentos fallidos, que ha perdido su don, y que le resulta imposible seguir en los escenarios, por lo que opta, después de ser abandonado por su esposa, a recluirse en el campo, en donde la idea de suicidarse se convierte en su única compañera. Pero su vida cambia de forma radical cuando se encuentra con una mujer veinticinco años menor que él, a la que conoció cuando era una niña, y que para colmo, para rizar el rizo como tanto le gusta a Roth, hasta ese momento había sido lesbiana. Después de una apasionada relación amorosa, en la que él incluso llegó a creer que se encontraba ante el principio de una nueva vida, todo se va al traste y acaba suicidándose.
A pesar de que “La humillación” es una obra que se desarrolla de forma aseada no deja de ser una novela menor de Roth, y lo es sobre todo, porque no aporta nada nuevo a su obra, siendo sólo una variante más de su última obsesión literaria, lo que en realidad no es mucho, cuando se está hablando de alguien del que siempre cabe esperar algo más, un paso adelante, una nueva vuelta de tuerca, ya que las expectativas que siempre ha despertado nunca han sido gratuitas.
Al parecer, ya tiene preparada una nueva novela, que se centra según comenta el propio autor, en una epidemia de polio que tuvo lugar en su ciudad natal. Espero que en ella, pueda encontrarme, una vez más, con el Roth que me interesa, con el novelista enérgico y atrevido, e incluso rupturista, que siempre se ha empeñado en llevar sus historias un poco más lejos que los demás.

Martes, 4 de mayo de 2010