
LECTURAS
(elo.128)
LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJRES
Stieg Larsson
Destino, 2.005
Siempre he creído, que cada novela requiere su momento, que hay un tiempo para la alta literatura y otro para la novela popular, y que ambas formas de entender la literatura pueden convivir de forma armónica. Pero son muchos los que estiman, que la novela popular es un producto que sólo puede ser asumido por lectores ocasionales, por aquellos que sólo leen para entretenerse, como si éste no fuera el objetivo básico de toda obra literaria que se precie. Sí, la literatura que no entretenga no tiene sentido, pues nadie, ni el más voluntarioso de los lectores, podría soportar, diga lo que diga, la lectura de cientos y cientos de páginas sin sentir placer en lo que lee, sin lograr evadirse, gracias al talento del que escribe de la realidad que le circunda. La literatura, y más concretamente la novela, tiene que buscar en primer lugar el entretenimiento del lector, de suerte que, sea cual sea el nivel de la misma, una novela que no consiga embelezar y substraer al lector de su existencia cotidiana, en ningún caso podrá tildarse como buena. Cierto que existen niveles, pues cada lector posee, debido a su intransferible y singular historial, un grado de exigencia diferente, motivo por el cual, una extraordinaria novela para uno, puede resultar insoportable e insufrible para otro. Resulta lógico afirmar, que contra más lecturas se tengan acumuladas, más se exigirá de la obra que se posea entre las manos, resultando por tanto el disfrute más difícil de conseguir, pero al mismo tiempo más intenso resultará el mismo en el momento en que consiga. Afortunadamente no se disfruta siempre con las mismas cosas, lo que ocurre también con la literatura, pues existen obras, que parecen estar realizadas para determinados momento y no para otros. Lo anterior, en especial, ocurre con la novela negra o policíaca, que al menos para el lector de fondo, cuando es buena, es saboreada como algo gratificante que casi siempre consigue recargarle las baterías y reconciliarlo con la literatura, con la que cada día que pasa, mantiene una relación más conflictiva.
Suelo recurrir a la novela policíaca en momentos de saturación, en los que deseo perderme en los vericuetos de una historia, digamos que banal (aunque no todas las novelas de este tipo lo son), que consiga acogerme entre sus brazos, al menos durante unas horas, aunque tampoco, entre otras razones porque no es bueno, suelo abusar de ellas. Por casualidad, de vacaciones, época en la que me resulta imposible leer nada, ha caído en mi poder esta novela, que semanas antes había visto amontonada en los escaparates de varias librerías, motivo por el que inconscientemente la catalogué como una novela ligera de esas de consumo veraniego. Como el libro que durante días estaba intentando leer, uno de relatos en donde la metaliteratura tenía un protagonismo estelar, me resultaba a todas luces imposible pese a la fama de su autor, comencé con precaución a leer las primeras páginas de esta novela de un autor desconocido para mí, pero cuando me di cuenta, en un auténtico santiamén, ya había sobrepasado el primer tercio de la novela. Esta es una de las cosas que más me sorprenden y me interesan de la buena literatura policíaca, su capacidad para hechizar, cualidad de la que tendrían que tomar nota los autores de la llamada literatura seria, que en demasiadas ocasiones olvidan, que lo que escriben va dirigido a un público, por muy reducido que éste sea. Bien, como decía, en poco tiempo me encontré enfrascado en una historia interesante y bien contada, de esas que te obligan a leer y leer, ayudándote a olvidar los problemas que te embargan e hipotecan la existencia. Me hacía falta leer algo así, una novela ligera pero con la calidad suficiente como para intentar terminarla lo antes posible, no porque tuviera prisa o algo urgente que realizar, sino por el mero hecho de conocer el final de la trama. El problema, es que una vez terminada, comprendí, a pesar de lo bien que se lee y de la excelente estructura que posee, que la novela en cuestión, en conjunto resulta bastante irregular, siendo muy superior la primera parte que la segunda, es decir, que la exposición de los problemas, como en muchas ocasiones suele ocurrir, literaria y argumentalmente, es mucho mejor que la resolución del caso, pues al autor, de forma incomprensible, al final se le va la mano.
Un periodista especializado en información económica, después de ser condenado de acusar sin pruebas a un importante financiero sueco, consigue descubrir a un asesino en serie que había causado la muerte a una multitud de mujeres. Inmediatamente después, desenmascara al hombre de negocios que lo acusó, dejando al descubierto, lo que casi consigue desestabilizar al sistema financiero de su país, las prácticas mafiosas del mismo. Al final creo que todo resulta excesivo, que el autor ha debido disparar contra objetivos más modestos, pues de esa forma hubiera sido más creíble su historia, ya que no es de recibo, que el periodista en cuestión, con la ayuda de una pirata informática (demasiado fiel a los estereotipos que sobre ellos circulan) consiga cobrar dos piezas del tal calibre. Pero si se pasa por alto lo anterior, y la descompensación existente entre la primera y la segunda parte, tengo que reconocer, que esta novela puede resultar una lectura refrescante para estos días estivales, pero en ningún caso, como dice la solapa de la misma (algún día habrá que reflexionar sobre ellas) “es la novela de la década”.
Lunes, 11 de Agosto de 2.008
(elo.128)
LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJRES
Stieg Larsson
Destino, 2.005
Siempre he creído, que cada novela requiere su momento, que hay un tiempo para la alta literatura y otro para la novela popular, y que ambas formas de entender la literatura pueden convivir de forma armónica. Pero son muchos los que estiman, que la novela popular es un producto que sólo puede ser asumido por lectores ocasionales, por aquellos que sólo leen para entretenerse, como si éste no fuera el objetivo básico de toda obra literaria que se precie. Sí, la literatura que no entretenga no tiene sentido, pues nadie, ni el más voluntarioso de los lectores, podría soportar, diga lo que diga, la lectura de cientos y cientos de páginas sin sentir placer en lo que lee, sin lograr evadirse, gracias al talento del que escribe de la realidad que le circunda. La literatura, y más concretamente la novela, tiene que buscar en primer lugar el entretenimiento del lector, de suerte que, sea cual sea el nivel de la misma, una novela que no consiga embelezar y substraer al lector de su existencia cotidiana, en ningún caso podrá tildarse como buena. Cierto que existen niveles, pues cada lector posee, debido a su intransferible y singular historial, un grado de exigencia diferente, motivo por el cual, una extraordinaria novela para uno, puede resultar insoportable e insufrible para otro. Resulta lógico afirmar, que contra más lecturas se tengan acumuladas, más se exigirá de la obra que se posea entre las manos, resultando por tanto el disfrute más difícil de conseguir, pero al mismo tiempo más intenso resultará el mismo en el momento en que consiga. Afortunadamente no se disfruta siempre con las mismas cosas, lo que ocurre también con la literatura, pues existen obras, que parecen estar realizadas para determinados momento y no para otros. Lo anterior, en especial, ocurre con la novela negra o policíaca, que al menos para el lector de fondo, cuando es buena, es saboreada como algo gratificante que casi siempre consigue recargarle las baterías y reconciliarlo con la literatura, con la que cada día que pasa, mantiene una relación más conflictiva.
Suelo recurrir a la novela policíaca en momentos de saturación, en los que deseo perderme en los vericuetos de una historia, digamos que banal (aunque no todas las novelas de este tipo lo son), que consiga acogerme entre sus brazos, al menos durante unas horas, aunque tampoco, entre otras razones porque no es bueno, suelo abusar de ellas. Por casualidad, de vacaciones, época en la que me resulta imposible leer nada, ha caído en mi poder esta novela, que semanas antes había visto amontonada en los escaparates de varias librerías, motivo por el que inconscientemente la catalogué como una novela ligera de esas de consumo veraniego. Como el libro que durante días estaba intentando leer, uno de relatos en donde la metaliteratura tenía un protagonismo estelar, me resultaba a todas luces imposible pese a la fama de su autor, comencé con precaución a leer las primeras páginas de esta novela de un autor desconocido para mí, pero cuando me di cuenta, en un auténtico santiamén, ya había sobrepasado el primer tercio de la novela. Esta es una de las cosas que más me sorprenden y me interesan de la buena literatura policíaca, su capacidad para hechizar, cualidad de la que tendrían que tomar nota los autores de la llamada literatura seria, que en demasiadas ocasiones olvidan, que lo que escriben va dirigido a un público, por muy reducido que éste sea. Bien, como decía, en poco tiempo me encontré enfrascado en una historia interesante y bien contada, de esas que te obligan a leer y leer, ayudándote a olvidar los problemas que te embargan e hipotecan la existencia. Me hacía falta leer algo así, una novela ligera pero con la calidad suficiente como para intentar terminarla lo antes posible, no porque tuviera prisa o algo urgente que realizar, sino por el mero hecho de conocer el final de la trama. El problema, es que una vez terminada, comprendí, a pesar de lo bien que se lee y de la excelente estructura que posee, que la novela en cuestión, en conjunto resulta bastante irregular, siendo muy superior la primera parte que la segunda, es decir, que la exposición de los problemas, como en muchas ocasiones suele ocurrir, literaria y argumentalmente, es mucho mejor que la resolución del caso, pues al autor, de forma incomprensible, al final se le va la mano.
Un periodista especializado en información económica, después de ser condenado de acusar sin pruebas a un importante financiero sueco, consigue descubrir a un asesino en serie que había causado la muerte a una multitud de mujeres. Inmediatamente después, desenmascara al hombre de negocios que lo acusó, dejando al descubierto, lo que casi consigue desestabilizar al sistema financiero de su país, las prácticas mafiosas del mismo. Al final creo que todo resulta excesivo, que el autor ha debido disparar contra objetivos más modestos, pues de esa forma hubiera sido más creíble su historia, ya que no es de recibo, que el periodista en cuestión, con la ayuda de una pirata informática (demasiado fiel a los estereotipos que sobre ellos circulan) consiga cobrar dos piezas del tal calibre. Pero si se pasa por alto lo anterior, y la descompensación existente entre la primera y la segunda parte, tengo que reconocer, que esta novela puede resultar una lectura refrescante para estos días estivales, pero en ningún caso, como dice la solapa de la misma (algún día habrá que reflexionar sobre ellas) “es la novela de la década”.
Lunes, 11 de Agosto de 2.008