viernes, 22 de agosto de 2008

Los hombres que no amaban a las mujeres


LECTURAS
(elo.128)

LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJRES
Stieg Larsson
Destino, 2.005

Siempre he creído, que cada novela requiere su momento, que hay un tiempo para la alta literatura y otro para la novela popular, y que ambas formas de entender la literatura pueden convivir de forma armónica. Pero son muchos los que estiman, que la novela popular es un producto que sólo puede ser asumido por lectores ocasionales, por aquellos que sólo leen para entretenerse, como si éste no fuera el objetivo básico de toda obra literaria que se precie. Sí, la literatura que no entretenga no tiene sentido, pues nadie, ni el más voluntarioso de los lectores, podría soportar, diga lo que diga, la lectura de cientos y cientos de páginas sin sentir placer en lo que lee, sin lograr evadirse, gracias al talento del que escribe de la realidad que le circunda. La literatura, y más concretamente la novela, tiene que buscar en primer lugar el entretenimiento del lector, de suerte que, sea cual sea el nivel de la misma, una novela que no consiga embelezar y substraer al lector de su existencia cotidiana, en ningún caso podrá tildarse como buena. Cierto que existen niveles, pues cada lector posee, debido a su intransferible y singular historial, un grado de exigencia diferente, motivo por el cual, una extraordinaria novela para uno, puede resultar insoportable e insufrible para otro. Resulta lógico afirmar, que contra más lecturas se tengan acumuladas, más se exigirá de la obra que se posea entre las manos, resultando por tanto el disfrute más difícil de conseguir, pero al mismo tiempo más intenso resultará el mismo en el momento en que consiga. Afortunadamente no se disfruta siempre con las mismas cosas, lo que ocurre también con la literatura, pues existen obras, que parecen estar realizadas para determinados momento y no para otros. Lo anterior, en especial, ocurre con la novela negra o policíaca, que al menos para el lector de fondo, cuando es buena, es saboreada como algo gratificante que casi siempre consigue recargarle las baterías y reconciliarlo con la literatura, con la que cada día que pasa, mantiene una relación más conflictiva.
Suelo recurrir a la novela policíaca en momentos de saturación, en los que deseo perderme en los vericuetos de una historia, digamos que banal (aunque no todas las novelas de este tipo lo son), que consiga acogerme entre sus brazos, al menos durante unas horas, aunque tampoco, entre otras razones porque no es bueno, suelo abusar de ellas. Por casualidad, de vacaciones, época en la que me resulta imposible leer nada, ha caído en mi poder esta novela, que semanas antes había visto amontonada en los escaparates de varias librerías, motivo por el que inconscientemente la catalogué como una novela ligera de esas de consumo veraniego. Como el libro que durante días estaba intentando leer, uno de relatos en donde la metaliteratura tenía un protagonismo estelar, me resultaba a todas luces imposible pese a la fama de su autor, comencé con precaución a leer las primeras páginas de esta novela de un autor desconocido para mí, pero cuando me di cuenta, en un auténtico santiamén, ya había sobrepasado el primer tercio de la novela. Esta es una de las cosas que más me sorprenden y me interesan de la buena literatura policíaca, su capacidad para hechizar, cualidad de la que tendrían que tomar nota los autores de la llamada literatura seria, que en demasiadas ocasiones olvidan, que lo que escriben va dirigido a un público, por muy reducido que éste sea. Bien, como decía, en poco tiempo me encontré enfrascado en una historia interesante y bien contada, de esas que te obligan a leer y leer, ayudándote a olvidar los problemas que te embargan e hipotecan la existencia. Me hacía falta leer algo así, una novela ligera pero con la calidad suficiente como para intentar terminarla lo antes posible, no porque tuviera prisa o algo urgente que realizar, sino por el mero hecho de conocer el final de la trama. El problema, es que una vez terminada, comprendí, a pesar de lo bien que se lee y de la excelente estructura que posee, que la novela en cuestión, en conjunto resulta bastante irregular, siendo muy superior la primera parte que la segunda, es decir, que la exposición de los problemas, como en muchas ocasiones suele ocurrir, literaria y argumentalmente, es mucho mejor que la resolución del caso, pues al autor, de forma incomprensible, al final se le va la mano.
Un periodista especializado en información económica, después de ser condenado de acusar sin pruebas a un importante financiero sueco, consigue descubrir a un asesino en serie que había causado la muerte a una multitud de mujeres. Inmediatamente después, desenmascara al hombre de negocios que lo acusó, dejando al descubierto, lo que casi consigue desestabilizar al sistema financiero de su país, las prácticas mafiosas del mismo. Al final creo que todo resulta excesivo, que el autor ha debido disparar contra objetivos más modestos, pues de esa forma hubiera sido más creíble su historia, ya que no es de recibo, que el periodista en cuestión, con la ayuda de una pirata informática (demasiado fiel a los estereotipos que sobre ellos circulan) consiga cobrar dos piezas del tal calibre. Pero si se pasa por alto lo anterior, y la descompensación existente entre la primera y la segunda parte, tengo que reconocer, que esta novela puede resultar una lectura refrescante para estos días estivales, pero en ningún caso, como dice la solapa de la misma (algún día habrá que reflexionar sobre ellas) “es la novela de la década”.

Lunes, 11 de Agosto de 2.008

miércoles, 13 de agosto de 2008

Made in China


LECTURAS
(elo.127)

MADE IN CHINA
Manel Ollé
Destino, 2.005


De un tiempo a esta parte, de China se habla de forma constante en todos los foros y en casi todas las conversaciones. Se sabe con seguridad que es la gran potencia emergente, la única que en pocos años, podrá hacerle la competencia a Estados Unidos, y no sólo en el ámbito comercial. China se encuentra ahí, creciendo y creciendo, mientras que el resto del orbe, la observa con una mezcla de fascinación y temor. Para algunos, ante todo representa una amenaza, mientras que para otros es el ejemplo a seguir, lo que ocurre, es que el gigante asiático es una realidad tan compleja, tan poliédrica, que nadie, ni tan siquiera los más entendidos en la materia, se atreven a predecir lo que va a ocurrir con ella a medio plazo. Su vitalidad es demoledora, pero padece una serie de problemas estructurales, que pueden conducirla, si no es gobernada con tino, a una situación caótica de graves consecuencias, y no sólo para su población, sino también para el resto de la humanidad. China es una incógnita, un país que tiene la obligación de tirar hacia delante, que no puede, y esto es de una gravedad absoluta, permitirse índices de crecimientos inferiores al 9% anual si realmente desea controlar sus contradicciones internas. El Libro de Manel Ollé es un documentado acercamiento a la realidad China actual, que no aspira a ofrecer respuestas a las diversas cuestiones que el fenómeno chino plantea, sino aportar datos sobre las múltiples variables que conforman y definen dicha sociedad.
Como siempre que se habla de ese enorme país, para comenzar, hay que dejar sobre la mesa un dato escalofriante que condiciona por sí sólo toda la realidad china, el que su población representa el 22% del total de la humanidad, lo que quiere decir, que en China, conviven mil trescientos millones de habitantes, hecho que pone de manifiesto la responsabilidad a la que tienen que hacer frente sus gobernantes. China está gobernada por el poderoso y monolítico Partido Comunista Chino, pero paradójicamente la política que se lleva a cabo en el plano económico es de un neoliberalismo extremo, lo que significa, que se implementa una política de control absoluto en el plano social, y otra de guante blanco en el económico, estrategia que singulariza al régimen chino, y que está sirviendo como modelo a seguir a otros países, pues el éxito del mismo, siempre es mostrado como modélico. Control social y autonomía económica, o lo que es lo mismo, libertad para el capital y sumisión para la ciudadanía, planteamiento que podría ser definido como el paradigma del capitalismo avanzado, o dicho de otra forma, como la plasmación del sueño utópico del capital.
¿Pero cómo se ha podido llegar a una situación tan contradictoria? Posiblemente aceptando con pragmatismo que un sistema cerrado y centralizado resultaba inviable para una economía como la China, pero también, comprendiendo que el desmantelamiento del Partido Comunista, es decir, la desaparición de un poder autoritario que canalizara todas las reformas con mano de hierro, podría llevar a ese país directamente al desastre. Con toda seguridad, los sucesos acaecidos en la antigua Unión Soviética, cuando de prisa y corriendo se dinamitó el régimen comunista, con el desastre económico que allí se produjo tuvo que tener su influencia. Lo que parece claro, aunque ello resulte difícil de entender en Occidente, es que en China la liberación económica no ha auspiciado una apertura democrática, hecho que puede significar que los derechos y libertades tan sacrosantos en nuestro entorno, no tienen tanta importancia por aquellas latitudes, siendo el progreso económico, el aumento de la calidad de vida y la estabilidad social lo allí prioritario. Ante la posibilidad de un estancamiento económico, que a medio plazo podría conllevar la desestabilización del régimen debido al descontento de la población, los dirigentes del partido, optaron por experimentar en determinadas zonas un sistema económico diferente, abriendo las fronteras para que el capital internacional se asentara en dichos reductos, atraídos evidentemente por una mano de obra abundante, barata y sumisa. El experimento fue un éxito, por lo que en poco tiempo el gobierno aceptó que dichos capitales, que llegaron en avalancha, pudieran instalarse en donde les apeteciera. Gracias a tal proceso, China se convirtió en la gran fábrica del mundo, en donde las grandes multinacionales localizaron sus centros productivos, después de deslocalizarlos de sus lugares de origen.
Pero a pesar del signo ideológico de su gobierno, la riqueza que deparó tal cambio no fue, como en un principio podría pensarse, redistribuida socialmente, situación que ha acabado deparando, que en la actualidad China sea el país en donde se manifiestan mayores desigualdades en el mundo, es decir, es un país gobernado por un partido comunista, en donde se aceptan y se potencian las desigualdades y en donde éstas, se conforman como parte esencial del sistema. Pero estas desigualdades que también se pueden apreciar en las zonas ricas, se multiplican, cuando se compara el nivel de vida existente entre la denominada zona costera e industrial con el territorio interior y agrario. A la luz de las diferencias de todo tipo existentes entre ambas zonas, se podría decir, que en realidad existen dos chinas, una emergente, que parece aspirar a todo, y otra que trata de sobrevivir, a la espera de que le llegue su turno. El problema de China, al menos uno de sus problemas, es que el desarrollo económico que ha llevado a cabo no ha sido armónico, sino que por el contrario, ha auspiciado el enriquecimiento de determinadas regiones y ha dejado de la mano de Dios a otras. Este hecho, tan frecuente por otra parte, no sería grave, si esa industrialización o enriquecimiento tendiera a corto plazo a elevar el nivel de vida de las zonas desfavorecidas, cosa que en absoluto ocurre en China, pues dichas regiones, las ricas, tienen su vista puesta en el exterior del país, en Estados Unidos, en Europa o en los países de su entorno, en lugar como sería deseable, hacia su propio interior. Se podría decir, por tanto, que posee un sistema económico no nacionalista, insertado a la perfección en el capitalismo transnacional, que es lo que en definitiva deslegitima al actual régimen chino, no que abra sus fronteras al capitalismo internacional, sino el que no mire por los intereses del conjunto de su población. James Petras no hace mucho habló de tal contradicción, ya que resulta imposible que las grandes industrias en la actualidad asentadas en China, atraídas por los salarios bajos, las inhumanas condiciones laborales y la estabilidad social que el régimen comunista impone, vuelvan su mirada hacia el interior el país, pues tal hecho sólo tendría sentido, si el nivel de vida de la China profunda aumentara de forma significativa, lo que supondría un aumento de los salarios, una mayor conflictividad laboral y con el tiempo el descrédito del sistema político hoy vigente en la República Popular China, lo que conllevaría necesariamente, a esas mismas multinacionales que en su día se asentaron en el país, a plantearse muy seriamente trasladar sus instalaciones a otros lugares más atractivos.
Por todo lo anterior, a lo que hay que añadir el déficit energético que padece, los problemas hidráulicos que ponen en peligro la sostenibilidad de su agricultura, la contaminación y la corrupción galopante que padece el cuerpo social chino, hay que decir, que es necesario observar al gigante asiático más como un peligro que como una esperanza, ya que sus enormes contradicciones internas, o bien tenderán a estallar, o por el contrario, situarla en una situación beligerante, gracias a la cual, al menos durante un tiempo, le sirva para ocultar sus indudables problemas internos.

Sábado, 26 de Julio de 2.008